El 24 de junio de 1833, la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia (BAAS, por sus siglas en inglés) celebró una gran asamblea en la Universidad de Cambridge a la que asistieron 852 de sus miembros. En un momento determinado, el famoso poeta romántico Samuel Taylor Coleridge pidió la palabra, se levantó de entre el público y propuso que se dejara de llamar “filósofos naturales” a los miembros de la asociación que se dedicaban a tareas como excavar yacimientos o hacer experimentos con aparatos eléctricos y se reservara aquel término para los verdaderos metafísicos como él.
Ante las sonoras protestas, el presentador del evento, William Whewell, tomó la palabra y propuso la creación de un nuevo término, la palabra “científico” (scientist), para designar a aquellas personas y diferenciar entre los dos tipos de sabio.
Este es el punto de partida de “El Club de los desayunos filosóficos”, el libro que la historiadora estadounidense Laura J. Snyder escribió en 2011 y que ahora se publica en español gracias a Acantilado. Una obra que se centra en el nacimientos de la BAAS y en el papel de cuatro amigos científicos (William Whewell, John Herschel, Charles Babbage y Ricard Jones) “transformaron la ciencia y cambiaron el mundo”. Charlamos con ella sobre los efectos de aquella transformación mediante teleconferencia desde su casa en Nueva York.
Pregunta: En su libro habla de un periodo de tiempo en el que la ciencia cambió para siempre, ¿qué consecuencias vivimos todavía hoy?
Respuesta: En general creo que hay consecuencias positivas y negativas. Entre lo positivo está la profesionalización general del oficio de científico. Se pasó de la figura del amateur con talento, generalmente alguien rico que coleccionaba escarabajos, a profesionales con un acuerdo general sobre el método científico y trabajando para el bien común.
Pero en el lado negativo está esta división entre ciencias y artes que se produjo después de que Whewell introdujera la palabra “científico”. Hubo una división entre el público general y los descubrimientos de los científicos. Los historiadores y los escritores de ciencia hemos tenido que asumir la tarea de traducir el discurso científico, pero sería mejor si los propios científicos lo hicieran.
Otra consecuencia negativa fue la pérdida de cierta humanidad en favor de una visión de una ciencia más matemática y tecnológica. La ciencia se hizo más inaccesible y separada y esta separación sucedió en otros ámbitos. Yo me acuerdo que cuando estudiaba historia y filosofía había gente que se vanagloriaba de que su trabajo solo lo iban a leer y entender siete personas en el mundo, y eso me parecía muy triste.
¿No es curioso que fueran los poetas los que pidieran esta división y que no se llamara “filósofos naturales” a los físicos?
Yo también me lo he preguntado alguna vez. Es especialmente interesante en el caso de Coleridge, que fue quien lo pidió, porque además había escrito sobre ciencia y estaba un poco entre los dos mundos. Creo que había un cierto clasismo entre los poetas, a quienes no les gustaba ser incluidos en un grupo de gente que se ensuciaba las manos en el barro, con sus martillos, o hacían complicados experimentos en serie en sus sótanos. Creo que Coleridge y otros poetas de esa época se veían a sí mismo como metafísicos que se sentaban a pensar sobre el mundo natural. No querían ser agrupados con los experimentadores o los que medían cosas.
"Contar buenas historias es fundamental para acercar la ciencia a la gente"
¿Se ha heredado en nuestros días este rechazo a la ciencia en un sector del mundo de las humanidades?
En realidad creo que hay más artistas interesados en ciencia de lo que pensamos. Están interesados en la tecnología y la forma de mirar que les proporciona la ciencia, pero para mí la mayor división se produce entre el público general y la ciencia, en el sentido de que la gente tiene miedo de no entender la ciencia y creen que necesitan clases de matemáticas y física cuántica para entender algo. Creo que eso no es verdad, y creo que ayudaría una mejor educación científica que no haga a la gente sentir que debe saber cosas muy complejas, una forma de contarlo que sea más accesible para todos. Contar buenas historias es fundamental para acercar la ciencia a la gente.
Ciencia sin narración
La historiadora Sarah Fry sitúa en la época de John Tyndall el momento en que se empezaron a separar los hechos (facts) del relato (narratives). ¿Es por eso que hoy los papers tienden a ser asépticos y sin narración?
Creo que sí, que esto es parte del proceso que se puso en marcha entonces. Profesionalizar la ciencia de la manera en que lo hicieron los miembros del "Club de los desayunos filosóficos” convirtió el oficio de científico en algo que se adquiría en la universidad y obligaba a publicar solo en ciertas revistas. Y puso en marcha una reacción que finalmente dejó fuera la narración y el relato de las historias, cualquier intento de hacer la ciencia entendible o interesante pata cualquier fuera de ella. Incluso para los científicos de otros campos. En general, como dijo Maxwell, la ciencia se convirtió en algo demasiado especializado.
“La profesionalización puso en marcha una reacción que dejó fuera la narración y cualquier intento de hacer la ciencia entendible”
¿Hasta qué punto las relaciones personales son clave para entender lo que sucedió en la historia de la ciencia?
Fíjate que, en este caso, cualquiera de los cuatro protagonistas del libro tiene una biografía apasionante, pero yo elegí hablar del grupo. Creo que fueron importantísimas las discusiones que tuvieron durante toda su vida, cómo se animaban unos a otros, cómo se ayudaban o cómo discutían y hasta se gritaban. Creo que no existen los genios en solitario, nadie hace un descubrimiento de la nada. La forma en que Herschel, Babbage, Whewell y Jones se asociaron y el peso del grupo y de las corrientes intelectuales de la época es muy importante en ciencia.
¿Se podría decir que el club de los desayunos filosóficos creó unas reglas que les dejaron a ellos mismos fuera del tablero?
Sí, y es irónico que al final de sus días Herschel rechazó ser llamado “científico”, y en Inglaterra tardó en adoptarse en término, mucho más que en América. La profesionalización se veía como una degradación, cosa de gente pobre, ellos querían seguir siendo filósofos naturales.
“El problema no es tanto cómo trabajan los científicos, sino en dónde les dicen que tienen que poner sus esfuerzos”
En un libro reciente de gran éxito en español, en el que se recrea el nacimiento de la física cuántica desde la ficción (“Un verdor terrible”), uno de los personajes se pregunta “cuándo dejamos de entender el mundo”. ¿Cree que todo empezó con el cambio que describe en su libro?
No sé si podría fijar en un momento exacto, pero algo sucedió cuando [James Clerk] Maxwell convirtió en matemáticas las líneas de fuerza de Michael Faraday. Este último había representado estas fuerzas con una serie de dibujos que eran fáciles de entender, al menos fáciles de asimilar. Pero Maxwell ‘matematizó' todo eso en ecuaciones y en aquel momento incluso algunos matemáticos de Cambridge eran incapaces de seguirle, no digamos ya el gran público. Si hubiera que situar un momento en el que nos empezamos a quedar sin metáforas, sería este.
¿Y cómo podemos conseguir que quienes estudian la realidad quienes fabrican metáforas trabajen otra vez juntos?
En términos de cómo lo arreglamos, es difícil dar una respuesta. Estoy de acuerdo en que muchos científicos están interesados en las artes, la música, la filosofía, pero no estoy segura de que en la mayoría de sistemas educativos aquellos que estudian ciencias estén recibiendo formación en literatura, historia y otras materias. En algunos casos sí, y creo que la solución pasa por una educación más variada. Pero para mí el problema mayor es esa tendencia a comunicarse solo con tus pares, preocuparse solo por donde vas a publicar, tener tu propio laboratorio, las ayudas…
El problema es el marco de referencia en que trabajan los científicos. No es tanto cómo trabajan individualmente, sino en dónde les dicen que tienen que centrar sus esfuerzos.
Para saber más: “El Club de los desayunos filosóficos” (Acantilado)
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