Un zoólogo en una granja de pollos es un bicho raro. En un mundo dominado por ganaderos y veterinarios, una persona que se sienta a observar lo que hacen estos animales y estudia su comportamiento sobre el terreno es un elemento exótico. ¿Quién podría contemplar a los pollos como si se estuviera desarrollando un fascinante drama ante sus ojos? Esa mujer se llama Inma Estévez y se enamoró de la naturaleza cuando tenía cinco años y veía los programas de Félix Rodríguez de la Fuente con su padre. Muchos años después se hizo bióloga y comenzó a investigar a los muflones, a los que perseguía durante horas monte arriba entre la nieve y el viento helado. Hasta que en 1998 su primer contacto con los pollos le cambió la vida.
“Una amiga me presentó a un señor que tenía una granja de pollos y quería que echase un vistazo”, recuerda. En aquella granja de Úbeda estaba sucediendo algo extraño. Al llegar, Inma comprobó que los animales se quedaban pegados a las paredes y dejaban el centro de la nave vacía, como si huyesen de algo. “Yo les preguntaba a los técnicos y lo achacaban a la ventilación, a la luz… Y yo no me lo creía mucho, así que hice un pequeño trabajo sobre el uso del espacio. Quería conocer mejor que pasaba con aquellos animales, y se me ocurrió plantear el proyecto de tesis doctoral con los pollos en la granja”. Hoy, a sus 52 años, Inma Esténez es investigadora del Instituto Neiker-Tecnalia y tiene un exitosa carrera como etóloga. Además de investigar, su trabajo consiste en ayudar a los granjeros a lograr una producción más eficiente y sostenible y mejorar el bienestar animal. “Porque para tener una producción buena”, asegura, “los animales tiene que estar bien”.
A lo largo de su carrera Estévez ha tenido tiempo de resolver el misterio de los pollos que se arrimaban a la pared y muchos otros. “Lo que estaba pasando en Úbeda lo comprendí un tiempo después, con un experimento que hicimos en Estados Unidos”, recuerda. Para la prueba colocaron pollos en dos tipos de recintos, unos vacíos y otros con algunas paredes portátiles en el interior. En los primeros los pollos seguían buscando los laterales y haciéndose heridas al apelotonarse y saltar unos sobre otros y en los segundos el problema de aglomeración era significativamente menor. Lo que están haciendo los pollos es lo mismo que nos lleva a nosotros a evitar las mesas del centro cuando vamos a un restaurante: el instinto antidepredador. “El comportamiento natural, si sabes verlo, sigue estando ahí”, explica Estévez. “Son comportamientos que han tenido un impacto enorme en la supervivencia de la especie, por eso buscan protección. Por mucha selección artificial que hagas, no puedes borrar millones de años de evolución”.
“Por mucha selección artificial que hagas, no puedes borrar millones de años de evolución”
En otra ocasión le llamaron de una granja donde los machos habían matado al 25 por ciento de las hembras. Los pollos se crían en naves en los que el equilibrio entre los dos sexos es fundamental para la reproducción. “Si los machos maduran antes que las hembras, estas no son accesibles. Los machos, evolutivamente están ‘diseñados’ para competir, y lo hacen ferozmente. Y eso ocurre en poblaciones naturales, lo que pasa es que eso no lo vemos”, argumenta Estévez. En estas instalaciones hay varias alturas y las hembras que están dispuestas descienden a la zona baja, que es la de los apareamientos. Al haber pocas hembras, los machos les provocaban heridas que terminaban siendo mortales. “La cogía un macho, luego el siguiente, y la hembra intentaba escaparse, y en el intento de escaparse, como el macho la tiene que agarrar con las patas, terminaba con unos arañazos impresionantes que se infectaban y al final la hembra moría”. Este problema es frecuente porque los pollos tienen que crecer a un ritmo exacto; si se quedan por debajo, la fertilidad de los machos disminuye, y si se aceleran mucho, los machos hacen estragos.
La estrategia clásica de los ganaderos ante este problema es o bien empujar a las hembras para que bajen todas a la zona del apareamiento (lo cual resulta inútil, porque suben de nuevo) o bien sacrificar machos (lo que provoca un problema de reproducción cuando todas las gallinas están ya listas para aparearse). La solución que aportó Estévez consistió en colocar paneles en la zona inferior, de manera que las hembras se sentían más protegidas y el acoso se reducía. “Las hembras se quedan en la zona de apareamiento, con lo cual los machos ya no tienen que competir por las poquitas hembras que llegan, sino que están ahí y devuelves un poco el equilibrio”. Para la zoóloga, la solución en este tipo de casos pasa por entender cuál es el comportamiento desde el punto de vista evolutivo y qué es lo que está pasando. “Pero la gente que no entiende dice: los pollos han sido seleccionados genéticamente y son muy agresivos”, explica. “Y eso no es verdad. Los machos están haciendo exactamente lo que se espera de ellos, competir por el máximo número de apareamientos posibles. Pero tienes que entender cuál es la raíz del problema para solucionarlo”.
Los machos están haciendo lo que se espera de ellos, competir por el máximo número de apareamientos posibles
Una vez que se identifica la fuente de conflictos, una intervención tan simple como la colocación de paneles y redistribución de espacios puede suponer una mejora exponencial del bienestar de los animales y su productividad. En el primer caso en que lo aplicaron, en Estados Unidos, no solo se frenaron las muertes masivas de hembras, sino que la producción ascendió a 4,5 pollitos más por gallina. “Cuando llegamos les habían echado a las pobres gallinas de todo, vitaminas, minerales, medicación…. De todo. Lo último que se les ocurrido fue llamar al de comportamiento. Estaban tan desesperados que lo probaron y a las 48 horas había desaparecido el problema. Recuerdo que el dueño me dijo: a partir de ahora voy a tener mucho mas respeto por la gente que trabaja en esto”.
Aventuras en la granja de pollos
Aunque sería el último lugar en el que a alguien se les ocurriría grabar un documental de naturaleza, lo cierto es que una granja de pollos puede ser tan animada “como un episodio de Juego de Tronos”, según Estévez. Hay luchas de poder, celos, asesinatos y hasta “enanos” que se buscan la vida. “En granjas de 30.000 pollos es habitual que algunos se queden un poco más pequeños, que no crezcan tan rápido como los demás y se queden como a mitad de tamaño”, explica la bióloga. “Como los comederos y bebederos se van subiendo en altura medida que los animales van creciendo, lo que hacen estos pequeñitos es saltar encima de los grandes para alcanzar al bebedero. ¡Y allí tienes a un pollo grande con otro subido encima!”, se ríe. Porque las gallinas son animales más inteligentes y con relaciones más complejas de lo que pensamos. “Ocurren cosas increíbles y emplean muchísimas estrategias”, prosigue la investigadora. “Por ejemplo, si hay un macho dominante, puede haber otros que vayan y le distraigan y le molesten para que no llegue a copular. Los machos subordinados se alían para molestar al otro, como habíamos visto hacer a los muflones. Pero la gente que no entiende la complejidad de los sistemas y de cuáles son las presiones evolutivas, todo esto le viene muy grande”.
“Una granja de pollos puede ser tan animada como un episodio de Juego de Tronos”
Uno de las estrategias que mejora el bienestar de estos animales es el llamado “enriquecimiento ambiental”, que consiste en adaptar el entorno a sus necesidades biológicas. Si se colocan perchas, por ejemplo, se facilita que el animal no esté tanto tiempo en el suelo, donde hay heces y humedad y termina provocando heridas en la piel. “Y de paso facilitas también la termorregulación y el que hagan ejercicio”, explica Inma. “Al poner barreras como los paneles también consigues que si hay interacciones agresivas no duren tanto tiempo, porque el entorno es más complejo y la interacción termina antes”. Otro de su descubrimiento reciente es la reacción del grupo a los animales marcados, algo que se utiliza con frecuencia para gestionar grupos de 30.000 animales. “Sospechábamos que el marcaje tenía un efecto, y hemos visto en experimentos que efectivamente es así”, indica Estévez. “Tú le pones una marca, le pintas las plumas a una gallina, por ejemplo, e inmediatamente la dejan de reconocer como miembro del grupo”. Para comprobarlo, ella y su equipo hicieron un pequeño experimento. “Teníamos grupos en los que teníamos todas las gallinas pintadas y todas las gallinas sin pintar”, relata. “Hicimos una prueba: pintar unas pocas en un grupo y despintar unas pocas en el otro. Y tenía el mismo efecto; lo determinante para el rechazo no era la marca, era el hecho de ser diferente”.
Los criadores de pollos saben que cuando un animal se pone enfermo es muy común ver cómo el resto lo picotea hasta que lo matan. “Sospechamos que lo ven como una amenaza, y en cierta manera es lógico porque evita el riesgo de epidemia y enfermedades”, explica la bióloga. Este fenómeno es particularmente interesante cuando afecta las gallinas que se retrasan en su puesta.“Como el pienso es muy rico en carotenos y la gallina no está poniendo, el caroteno se acumula en las patas y alrededor de los ojos. Y se ponen muy amarillas. Y entonces tú ves ha estas gallinas que están perfectamente bien, subidas a las perchas y no pueden bajar porque van a por ellas. ¡Es ‘bullying’ en toda regla! ¿Y qué haces? Pues las separas, esperas a que empiecen a poner, se les baja el color, se devuelven al grupo y ya no hay problema”.
Más grandes, menos fértiles
Uno de los problemas que más preocupa a los productores es la pérdida de fertilidad de algunas variedades. Además de la desincronización en la madurez de machos y hembras, también se han visto algunos problemas de inmunocompatibilidad, que hace que algunos cruces de machos y hembras no lleguen a nada. “La estrategia de los paneles ayuda a que los machos recorran más distancia y se apareen con más hembras, con lo cual ese problema de compatibilidad se minimiza”, explica Inma. “También hace que las hembras estén más tranquilas, y esa reducción de estrés hace que la fertilidad sea mayor. Además, el efecto pantalla además genera más intimidad y hace que los otros machos interfieran menos durante el apareamiento”.
Pero lo que quita el sueño a muchos productores es que algunas cepas han dejado de reproducirse de manera eficiente, algo que muchos achacan a la selección genética. “Figúrate que los genetistas que trabajan todo el día con ellos, pensaban que la genética había hecho que estos animales no tuviesen un comportamiento reproductivo tan activo”, señala Estévez. “Nosotros lo estudiamos y en eso no vimos ninguna diferencia, ni a nivel de comportamiento, de hormonas ni calidad espermática. Simplemente era un problema en la transferencia, de tamaño. No hay una trasferencia efectiva de esperma, es un tema de logística, el macho no puede llegar bien a la cloaca de la hembra”. Es decir, los pollos son demasiado grandes para que la fecundación sea efectiva, de modo que el éxito de las granjas puede ser su propia condena.
“El problema quizás es que la industria ha hecho un trabajo demasiado bueno”
“Yo le digo a la industria muchas veces que el problema quizás es que han hecho un trabajo demasiado bueno”, apuntilla la zoóloga. “Ahora tenemos variedades que crecen de manera espectacular. Para que te hagas una idea, cuando yo hice mi tesis, en 1994, se necesitaban por lo menos 56 días para criar un pollo a 3 kilos. Ahora se consigue en 35 días”. Esto provoca que la carne que se comercializa sea un poco mas blanda, porque es menos madura, pero nunca se han utilizado hormonas. “A la gente le cuesta entender que algo que crece en 35 días y me cuesta 3 euros puede ser algo bueno”, asegura Estévez. “Nunca se han usado hormonas, porque no ha hecho falta. La selección genética es mucho más rápida que en cerdos o en vacas, porque en seis meses tienes animales maduros y de ahí coges a los mejores, por eso puedes avanzar cuatro veces más rápido que en otras especies”.
Esta ventaja, que permite seleccionar animales más tranquilos y que dedican todos sus recursos a crecer, puede tener un alto coste si los pollos tienen dificultades para reproducirse. En el caso de los pavos, por ejemplo, ya se requiere la inseminación artificial manual de las hembras cada dos semanas, una dificultad más para los productores. “Ahora mismo hay interés en un poco ir hacia atrás, en tener una producción más ecológica y más de tipo extensivo”, sostiene Estévez. “Las mismas empresas de genética, que son tres o cuatro a nivel mundial, tienen también líneas que están generando ahora que son de crecimiento más lento. Lógicamente a esos animales cuesta más criarlos y serán más caros”. Lo interesante, sin embargo, es que las estrategias para mejorar el bienestar animal no son demasiado costosas y las mejoras en la producción son notables. “Hay cosas muy sencillas como poner perchas, o poner una bala de paja en medio del almacén, que les entretiene muy montón, o el tener unas pautas de como entras tú a la nave, e incluso hablarles para que se familiaricen con uno, y pierdan el miedo”.
“A la gente le cuesta entender que algo que crece en 35 días y me cuesta 3 euros puede ser algo bueno”
En general, Estévez veo que en los últimos años hay más receptividad por parte de las empresas ante el enfoque más científico de la producción. “Antes te miraban como un bicho raro y ahora no tienen problema en trabajar con nosotros y hacer las cosas mejor”, asegura. “Muchas veces la gente que lleva plantas son gente mayor que han hecho A, B y C toda su viuda y les cuesta mucho cambiar. Muchas veces es cuestión de educación”. A la especialista también le gustaría que se apreciase un poco más la tarea de los productores, que se enfrentan a un montón de dificultades técnicas y legales para sacar sus pollos y gallinas adelante. “Si tienes tres gallinas en una jaula cualquiera puede hacer una producción de huevos”, concluye, “Pero cuando tienes gallinas en extensivo y cada una va a su aire, el manejo es mucho más complicado. Y en eso podemos ayudar”.
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