El periodista Ed Yong recopilaba hace unos días en The Atlantic algunas curiosas anécdotas relacionadas con el material que llevan los científicos en sus viajes. Hemos preguntado a los investigadores españoles por sus historias.
Cuando un científico viaja de un lado a otro del mundo en ocasiones se encuentra en situaciones difíciles y pintorescas. Esto ocurre porque muchos de ellos se desplazan a menudo a congresos o laboratorios en otros países y en sus maletas llevan cosas que hacen arquear mucho las cejas a los guardias del aeropuerto. El periodista Ed Yong recopilaba hace unos días en un divertido artículo en The Atlantic algunas de estas anécdotas vividas por investigadores en aeropuertos. Al bioquímico Martin Cohn, por ejemplo, le pararon en el aeropuerto Ronald Reagan y tuvo que explicar que el objeto alargado que llevaba en el equipaje era el modelo en 3D del pene de un ratón, ante la mirada atónita de los agentes. Al astrofísico Brian Schimdt le pararon al detectar a través del escáner un objeto completamente opaco y redondo en su maleta. “¿Quién le ha dado esto?”, preguntó el agente. “El rey de Suecia”, contestó él. “¿Y por qué se lo dio?”. “Porque ayudé a descubrir el ritmo al cual se está acelerando la expansión del universo”, contestó en referencia al premio Nobel que llevaba en su equipaje.
“Me han encontrado botes con cerebros de distintos animales en muchos aeropuertos”
En España nuestros investigadores también tienen algunas anécdotas jugosas que compartir. “Como imaginarás me han encontrado botes con cerebros de distintos animales en muchos aeropuertos”, asegura el neurocientífico José Ramón Alonso. “Normalmente los han mirado con expresiones que van del asco al asombro. Alguno no se creía que los peces tuviesen cerebros y otro me preguntó si luego se lo podía volver a poner al animal. En general, me animaban a pasar con rapidez y alejarme lo antes posible”. Un amigo suyo vivido una situación parecida con las lagartijas que utilizaba para sus pruebas. “Paco cosió una serie de bolsillitos secretos por dentro de la camisa”, recuerda Alonso. “Se llevó sus lagartijas al aeropuerto, en el baño las anestesió, las metió en los bolsillitos y pasó con ellas por tres aeropuertos. Eran tiempos ante del 11-S y la seguridad era más laxa. Su único miedo es que despertasen y empezasen a corretear por su cuerpo y por el avión”.
Muchas de las historias de aeropuerto más disparatadas son con animales. A la investigadora Ondine Cleaver cuenta en The Atlantic que le pillaron una vez viajando con un tupperware lleno de ranas desde Nueva York a Austin. Al final, tras presentar los respectivos permisos, le dejaron pasar. Jonathan Klasse, de la Universidad de Connecticut, viaja a veces con 10.000 hormigas cortadoras de hojas en el bolso de mano. “Los oficiales se quedan realmente confundidos” confiesa.
Otras veces son los objetos o herramientas de los científicos los que levantan sospechas. El doctor Azuquahe Pérez perdió su primer martillo de reflejos en un control. “Me volvió a pasar en otra ocasión, pero como también llevaba el fonendo, la explicación les convenció y pasé con todo”, recuerda. “A mí me paran siempre que llevo un detector Geiger”, explica el científico y divulgador Xurxo Mariño. “Momento que aprovecho para dar una mini charla al personal de seguridad sobre qué y para que sirven estos contadores”.
Peor es lo del geólogo Nahum Chazarra, a quien le paran cada vez que traslada un sismógrafo. “Cuando les digo para qué son los sensores que van en la caja acaban preguntándome: ¿Pero para detectar los terremotos o para provocarlos?”, relata. “Una vez me cabreé tanto que fui de Rojales (Alicante) a Madrid-Barajas-Adolfo Suárez a recogerlos por mí mismo”.
¿Este aparato es para detectar los terremotos o para provocarlos?
Cuando investigaba en Estados Unidos, José Ramón Alonso usaba marcadores fluorescentes para sus estudios sobre el trazado neuronal, además de aminoácidos radiactivos. “Es una radiactividad muy baja, se puede manejar con seguridad pero el bote lleva lógicamente el simbolito de radiactividad”, recuerda. “En un control del aeropuerto, el de seguridad vio algo raro en mi equipaje de mano y me mandó sacarlo, al ver el bote con el simbolito se asustó mucho”, detalla.
“Yo le intentaba explicar, con un acento sospechoso seguro, que no era nada, que éramos científicos. Tras un rato dando explicaciones nos dijeron que estaba prohibido viajar con eso y fuimos a la oficina de Fedex y nos lo remitimos a nosotros mismos por correo. Estamos convencidos de que viajó en el mismo avión”.
En algunas ocasiones no es el equipaje, sino una palabra, o una actitud, la que desata los recelos de los vigilantes. A Marta Iglesias los servicios seguridad israelíes le tuvieron una hora y media sometiéndole a preguntas después de comentar que trabajaba con “peces mutantes”. “Y luego otra hora para revisar mi maleta, que tenía apuntes raros”, explica. El matemático José Antonio Prado Bassats recuerda el caso de “una señora que llamó a seguridad en un avión porque su vecino de asiento estaba "escribiendo cosas raras en un papel" y resulta que el señor estaba haciendo matemáticas para un paper”.
La investigadora Teresa Valdes-Solís tiene varias compañeras geólogas que viajan bastante a Colombia porque se dedican a hacer petrografía del carbón y a veces viajan de vuelta con piedras en su maleta. “Afortunadamente son negras, pero en la aduana las miran siempre bastante”, bromea. “Pero en una ocasión un taxista al mover la pesada maleta le preguntó a una de ellas que si llevaba piedras y le dio tanta vergüenza que le dijo que eran libros”.
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