7 de febrero de 2023. Las noticias sobre la aparición de una nueva droga llamada cocaína rosa eran escasas hasta que ese día se relacionó con redadas en bares con personajes públicos involucrados. Fue entonces cuando se supo de su existencia, aunque llevaba meses circulando. Poco después de que se diera a conocer masivamente, comenzaron a publicarse los primeros estudios de su composición.
Rosa sí era, pero cocaína, no. Los análisis de coca rosa realizados por la ONG Energy Control en la puerta de locales nocturnos sobre muestras facilitadas por sus consumidores dictaminaron que esencialmente se trata de derivados anfetamínicos mezclados con colorante rosa.
Aunque los efectos de las anfetaminas pueden parecer análogos a los de la cocaína, no son las mismas sustancias, ni son los mismos sus mecanismos de actuación. El consumidor compra cocaína, pero no es lo que recibe.
Eso líquido tampoco es éxtasis
No es la primera vez que esto pasa. Hay un antecedente aún vigente en el que la confusión entre nombre y composición es más grave: el llamado éxtasis líquido, que tampoco es éxtasis.
El éxtasis líquido que se consume es en realidad GHB, sustancia con efectos opuestos a los que remite la palabra éxtasis (anfetaminas). El GHB no aumenta la actividad, la reduce, por lo que las consecuencias de su consumo pueden ir más allá de efectos inesperados.
José Pulido, profesor de Promoción de la Salud en la Universidad Complutense de Madrid , afirma que “al no saber qué se está tomando, la persona pone en riesgo su propia salud o la de los demás”. “Pueden sobrevenir desde sobredosis a accidentes de tráfico; pero más allá de las consecuencias, se trata de conseguir que la gente sepa realmente qué está consumiendo, por más ilegal que sea su consumo”, añade.
¿Cómo actuar sobre lo que es ilegal? La respuesta a esta pregunta es un problema antiguo, y las soluciones complejas.
Según Pulido, si una droga es ilegal, el mensaje desde las autoridades sanitarias es que no se permite su venta. Las instituciones no se responsabilizan del producto ni de los efectos derivados de su consumo.
Pero ¿es esto lo máximo que pueden hacer los organismos públicos respecto a las drogas ilegales? “La sensación es que podría darse algún paso más que prohibirlo”, remata Pulido.
Más allá de la prohibición
El ejemplo más claro de que hay más actuaciones posibles además de la prohibición es la política destinada a reducir las consecuencias del uso de la heroína.
Más allá de penalizar su venta, se decidió intervenir sobre aquellas personas que, a pesar de las recomendaciones de no consumir, no podían o no querían abstenerse. Entonces se repartieron jeringuillas a consumidores, para mermar el daño del intercambio, y se ofreció metadona como tratamiento para la desintoxicación.
Aquella campaña se llamó “Reducción del daño” y se llevó a cabo porque la heroína era un enorme problema de salud pública y había que ir más allá que decir a la población que no la consumiera.
Es decir, con la heroína se asumió la obviedad de que, a pesar de ser ilegal, la población podía usar esta droga, y que las autoridades podían hacer algo más que ilegalizarla.
Reducir el daño a través de la información
La “coca rosa” ha aparecido no hace demasiado tiempo, y al menos ya sabemos que no es coca. Desconocemos, en cambio, si la población que la compra recibe este mensaje.
El grueso de la información sobre las drogas, lo que provocan y los peligros que entraña su consumo recaen en esfuerzos de algunas ONG cuyas capacidades para comunicarse con la población son limitadas. Y no debemos dar por sentado que toda persona que va a consumir una droga sabe dónde informarse correctamente sobre ella
Quizá haya que dar un paso adelante en la divulgación desde las instituciones, como se hizo en el caso de la heroína, e involucrarse en actuaciones directas, como ocurrió con el reparto de jeringuillas estériles en el caso de la heroína. Se trata de reducir el daño que puede provocar el uso de drogas por la desinformación.
Los efectos de la cocaína no están muy lejos de los de las anfetaminas, y eso ha podido evitar la aparición de efectos adversos que sí se han visto con el mal llamado éxtasis líquido. Pero hay decenas de sustancias en el mercado ilegal que se venden y se consumen sin que los usuarios sepan exactamente qué contienen. El debate de si informar puede equivaler a incitar es cíclico, y sin un acuerdo únanime. Quizá la novedad sea que ahora también se trata de dar información sobre nuevas sustancias.
La pregunta es si, en este escenario, las autoridades competentes pueden hacer más de lo que hacen.
Luis Sordo, Investigador y profesor del Departamento de Salud Pública y Materno-Infantil. CIBERESP, Universidad Complutense de Madrid.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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