Javier Bernácer, Universidad de Navarra
Hace unos días, aparecía el siguiente titular en prensa generalista: Descubren un “vínculo literal” entre cuerpo y mente en el cerebro. Como investigador dedicado a estudiar el problema mente–cerebro, es decir, el enigma acerca de cómo nuestros procesos cerebrales se relacionan con nuestra actividad mental, quedé sobresaltado. ¡Se había descubierto la glándula pineal de Descartes! El pensador francés (1596–1650), principal exponente del dualismo, había situado en esa región cerebral el “punto de contacto” entre la mente y el cuerpo.
Acudí rápidamente al artículo científico original, publicado en Nature con el siguiente título (mi propia traducción): Una red de acción somato-cognitiva se alterna con regiones efectoras en la corteza motora. El artículo propone una nueva manera de entender una región del cerebro llamada “corteza motora primaria”. Hace casi noventa años, Penfield y Boldrey establecieron que en esta fina y alargada región del cerebro se encontraban cartografiadas con precisión distintas zonas del cuerpo. Con estimulación directa de esas zonas concretas, vieron que la activación en una de ellas movía los labios, en otra la mano, en otra el pie, etcétera, configurando así el famoso “homúnculo de Penfield”.
Pues bien, en el reciente artículo de Nature, Evan Gordon (Universidad de Washington en Saint Louis) y sus colaboradores informan de que, si bien es cierto que estas regiones aparecen en la corteza motora primaria, hay otras intercaladas con una función y anatomía bien diferente: están relacionadas con el control cognitivo de las acciones, y de funciones fisiológicas como la respiración, la presión sanguínea, las funciones digestivas y las funciones hormonales.
El artículo es tan relevante que aparece comentado en las noticias de Nature por David Leopold, neurocientífico cognitivo. Es un magnífico resumen del trabajo de Gordon que concluye afirmando que “abre la puerta a nuevas interpretaciones acerca de cómo los circuitos motores del cerebro tienen en cuenta el cuerpo entero mientras realizamos actividades cotidianas”.
Divulgación confusa de la neurociencia
La reestructuración de la corteza motora primaria es importante, sin duda. Pero no es ni mucho menos el “vínculo literal” entre la mente y el cuerpo. Se trata de una divulgación confusa y poco afortunada de una investigación neurocientífica, que fue difundida con el mismo titular y contenido en la mayoría de medios tanto en español como en inglés.
En el artículo científico, sin embargo, no se habla de la relación entre la mente y el cuerpo –o el cerebro– hasta el último apartado. En una publicación científica, estos párrafos finales suelen estar destinados a las conclusiones o a las futuras aplicaciones de la investigación. Los autores terminan su pieza hablando de la integración entre el cerebro y el resto del cuerpo. La única mención a la mente se da en la última frase, donde se afirma: “El hallazgo de que la acción y el control corporal se combinan en un circuito común podría ayudar a explicar por qué los estados mentales y corporales interactúan a menudo”. Como neurocientífico y filósofo, quedo sorprendido al encontrar ese melón abierto en la última frase, sin que aparezca sustentado en la investigación ni justificado en frases posteriores.
Transmitir la investigación neurocientífica es una responsabilidad
La empresa común de acercar la investigación neurocientífica a la sociedad es apasionante y, a la vez, una responsabilidad. Por ello, uno de los objetivos del Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET), de la Fundación Tatiana, es promover una divulgación más realista de la neurociencia, teniendo en cuenta a todos los actores implicados. La realidad es que todos debemos colaborar para conseguir la excelencia en la divulgación neurocientífica: medios, agencias, instituciones y científicos.
Titulares aparecidos recientemente en prensa como El revolucionario tratamiento con algas con el que le restauraron parte de la visión a un hombre ciego o Los recuerdos se pueden borrar selectivamente llevan al lector lego a hacerse una idea equivocada del alcance real de la neurociencia, de cómo funciona el cerebro en general y de su integración en el conjunto de la persona. Así es como nacen los terribles neuromitos.
Una investigación en neurociencia puede ser neutra, pero, si uno no tiene cuidado, el modo de hablar de ella en lenguaje coloquial puede dar una idea del ser humano desajustada de la propia realidad biológica. Encontrar maneras creativas y rigurosas de hacerlo contribuirá a orientar a los ciudadanos, a dar prestigio a la ciencia y a generar confianza hacia los científicos y divulgadores. Javier Bernácer, Investigador en el Grupo Mente-Cerebro, Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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