Hace 30.000 años, el ser humano vivía en un entorno muy peligroso. Era nómada, estaba constantemente buscando lugares para descansar que le proporcionaran seguridad y que, por otra parte, le permitiesen un acceso lo más eficiente posible al agua y los alimentos.
Aunque solemos asociar la inteligencia a nuestra destreza para jugar al ajedrez o al go, es un concepto mucho más complejo: el intelecto humano engloba muchos factores que nos permiten tomar las mejores decisiones en un entorno cambiante.
En este sentido, una de las capacidades más importantes es la geolocalización, que nos permite reconocer el lugar donde estamos, determinar los elementos más característicos y planificar trayectorias para cubrir nuestras distintas necesidades. Gracias a la inteligencia, analizamos de forma continua el nivel de riesgo en el entorno, valoramos las áreas más seguras y podemos establecer las pautas necesarias para minimizar posibles peligros.
Estas habilidades no son exclusivas de las personas. De hecho, muy pocas de nuestras capacidades intelectuales son exclusivas del ser humano. Todos los animales realizan estas tareas para poder sobrevivir.
Una inteligencia tecnológica superior
Hoy en día, la tecnología nos proporciona soluciones para la mayor parte de los problemas de geolocalización y movilidad. Para muchos de nosotros, estas herramientas son ya imprescindibles para llevar a cabo los quehaceres cotidianos.
El conjunto de herramientas disponibles, como los sistemas de posicionamiento, los sistemas de información geográfica, la realidad aumentada y los sistemas de aviso y alarma, son extraordinariamente útiles.
Los sistemas de posicionamiento GPS de Estados Unidos, Galileo de la Unión Europea y GLONASS de Rusia sirven de base para desarrollar, por ejemplo, los servicios de logística y de movilidad que usan la mayoría de empresas de reparto, los profesionales en sus desplazamientos y para la optimización de flotas, y los servicios de seguridad y salvamento.
Muchos de los programas que empleamos son incluso más eficientes en la realización de ciertas tareas que los humanos y sus propias habilidades naturales: los sistemas informáticos actuales nos superan en todas las actividades que gestionan datos mediante algoritmos. Hemos desarrollado incluso herramientas de inteligencia artificial que funcionan como una externalización de las capacidades intelectuales humanas que proporcionan ayuda a nuestro sistema cognitivo
Sin embargo, aunque los sistemas ligados al conocimiento sobre nuestro entorno son muy útiles (y por eso su implantación ha sido espectacular), su empleo puede provocar problemas asociados a nuestro desempeño cognitivo. Nos informan con gran precisión sobre el medio que nos rodea, pero nos hacen cada vez más dependientes de su uso.
El proceso que tiene lugar es doble: por una parte, nuestras capacidades cognitivas se atrofian en lo relacionado con ciertas áreas de trabajo, como la movilidad y el análisis del terreno. Por otra parte, la tecnología aumenta de forma extraordinaria la eficiencia en la gestión de los recursos.
La app del proyecto ‘BikeLine’ muestra a los ciclista las rutas más seguras e interesantes. Programa CHEST de la Comisión Europea
Los sistemas nos facilitan la vida, nos permiten gestionar mejor los recursos y el tiempo, pero disminuyen la necesidad de mantener una inteligencia despierta frente a un entorno cambiante. Las comodidades que nos proporcionan tienen un coste del que todavía no somos conscientes, pero que empieza a vislumbrarse en relación a nuestra propia inteligencia.
La mayor parte de las personas, debido a las comodidades de nuestro entorno, tenemos cada día más grasa, somos menos ágiles, menos resistentes a esfuerzos y también estamos disminuyendo nuestra inteligencia relacionada con la movilidad y la percepción geoespacial.
El éxito del ser humano depende de su capacidad para cooperar con otros individuos con el objetivo de valorar de forma eficiente las ventajas y los riesgos asociados a nuestra ubicación y a la movilidad. Pero hoy somos testigos de avances sustanciales en los sistemas de comunicaciones y tecnologías para los desplazamientos que hacen que cada día estos procesos estén menos relacionados con nuestras competencias y más soportados por sistemas externos.
El resultado es que cada día cooperamos menos con otras personas y más con sistemas en los que estamos delegando nuestras capacidades cognitivas, pero estos procesos conllevan una progresiva disminución de algunas de nuestras propias habilidades. Estamos perdiendo incentivos para utilizar nuestras capacidades intelectuales.
¿Qué podemos hacer para no oxidarnos?
El lado bueno del panorama actual es que nunca hemos conocido mejor nuestro entorno como ahora y tenemos los mayores niveles de seguridad que haya conocido el ser humano. Volver atrás es imposible, no estamos dispuestos a disminuir nuestra calidad de vida, en particular el binomio seguridad-bienestar.
La sociedad en general está cómoda con los sistemas que reducen la necesidad de analizar, memorizar y pensar. En resumen: es más cómodo tener un mando a distancia que levantarse a cambiar el canal de la televisión.
La solución para evitar que acabemos sumidos en la desidia mental está relacionada con un cambio en los métodos de formación y en los hábitos de trabajo. El camino pasa por incentivar habilidades intelectuales como la creatividad, la innovación, la comunicación y el análisis de información en todo tipo de medios, desde el visual al sonoro, pasando por el espacial o el textual.
Con este objetivo, la educación debe generar hábitos de percepción y de comprensión de la información relativa a la movilidad y la geolocalización que favorezcan el mantenimiento de nuestras habilidades intelectuales.
En realidad, este texto va a contracorriente del trabajo que hacemos diariamente muchos investigadores dedicados a estos ámbitos. Los proyectos que desarrollamos están orientados a facilitar la movilidad mediante herramientas informáticas cada vez más sencillas de utilizar y por tanto menos exigentes con el uso de nuestras capacidades intelectuales.
Ahora, no solo debemos centrarnos en la tecnología. Tenemos también que elaborar metodologías y experiencias que mantengan nuestras habilidades mentales para enriquecer nuestros procesos cognitivos.
Este texto forma parte de una serie de tres artículos cuyo objetivo es discutir la relación entre inteligencia, movilidad y seguridad.
Luis Ignacio Hojas Hojas, Profesor Titular. Área Tecnologías del Medio Ambiente., Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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