Después de más de tres décadas ciego, este barcelonés disfruta de una prótesis biónica que le permite recibir estímulos de luz y advertir la presencia de obstáculos. A sus 75 años, Francisco está reaprendiendo a ver la realidad.
Primero es una chispa en la oscuridad. Después otra, y otra, hasta que se convierte en una antorcha eléctrica que cambia de forma y de color. “Cuando me puse las primera vez las gafas fue un impacto ver algo delante de mí”, recuerda. “Volvía a tener la retina trabajando y me dije: ¡caramba, si estoy viendo algo otra vez!”. Era la primera luz que Francisco Mulet percibía después de más de 30 años ciego como consecuencia de una retinosis pigmentaria. Una mañana de 1980, mientras trabajaba como probador de coches de la Citröen, se dio cuenta de que no distinguía a lo lejos las luces de un semáforo. Después vinieron las revisiones y la sentencia de esta enfermedad en la que la retina del paciente se va deteriorando hasta fundirse en negro.
Ahora Francisco sale a pasear cada noche con su mujer por el barrio barcelonés de El Carmel y trata de aprender a identificar los estímulos que la prótesis biónica envía a su cerebro. “Bajamos a la calle y mi señora y yo damos una vueltecita”, explica a Next. “Ella me dice ‘mira, aquí hay esto, aquí hay esto otro…’ y me pregunta qué veo yo. Tengo que diferenciar si la señal es un árbol o si es un foco de luz. Es duro y cansado, pero hay que hacer trabajar la retina”. Esta labor de aprendizaje empezó hace seis meses, cuando el equipo del doctor Borja Corcóstegui, del Instituto de Microcirugía Ocular (IMO), implantó a Francisco el chip de retina IRIS®II y se convirtió en uno de los 10 participantes europeos en el ensayo clínico del dispositivo. “El sistema captura la imagen con una cámara de mucha calidad que va en las gafas”, explica el especialista. “Después lo pasa por un procesador que va a estimular la retina a través de un sistema electrónico que traduce las imágenes”.
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El doctor Corcóstegui lleva más de 10 años trabajando con este tipo de implantes y los ha visto evolucionar de manera espectacular. Desde los primeros que colocó en Hamburgo, en 2004, que contaban con apenas unos cuantos electrodos, a este modelo de Pixium Vision que cuenta con 150 sensores en el fondo de la retina y, a su juicio, es “el más refinado” que existe en el mercado. La placa donde residen estos conectores es de apenas 2 x 4 mm y se inserta en la zona de mayor concentración de receptores de la retina. “Se coloca en el centro de la mácula y una vez allí se va probando que cada sensor funcione”, explica. “Se ve cuántos dan respuesta y dependiendo de cuántos estén operativos el paciente tendrá más o menos visión. Mulet tenía muy buenas conexiones”.
“Están todos los receptores, pero sin actividad. Se trata de volver a activarlos de manera eléctrica”
Para producir esta “visión artificial”, lo que hace la prótesis es activar de nuevo los fotorreceptores del ojo izquierdo de Francisco que llevan años sin funcionar. “Los electrodos estimulan directamente los conos y bastones y se salta la vía del epitelio pigmentado, que es lo los pacientes tienen destruido en estas enfermedades degenerativas”, explica el médico. Es un puente para activar lo que está roto, por eso solo sirve en este tipo de pacientes en los que la ceguera ha conservado los receptores. “En la retina están todos, pero están sin actividad. Se trata de volver a activarlos de manera eléctrica”, explica Carol Camino, la optometrista que trabaja con Francisco desde el principio en enseñarle a volver a ver. “Se trata de gente que han visto, no son ciegos de nacimiento”, apunta. “Francisco tiene 75 años y a los 40 dejo de ver. Es importante porque ellos tienen recuerdos de las cosas, de los colores, y esto ayuda mucho a la rehabilitación”.
Este monitor revela qué sensores del chip están funcionando
Carol ha trabajado mano a mano con Francisco desde el primer momento. Ella es la encargada de que ayudarle a interpretar las nuevas señales, su guía en la oscuridad. Al principio trabajaron con imágenes de alto contraste, colocaban objetos blancos sobre una mesa negra y trataban de reconocerlos con el tacto y con las señales de la cámara. “Empezamos haciendo un barrido con las gafas”, explica. “Tenemos un ordenador que nos muestra si los electrodos están activados y si recibe algún tipo de señal. Primero localizaba pelotas pequeñas, luego grandes, después las mezclaba… Ahora hemos pasado a objetos más de la vida diaria, como un plato, un vaso, un jarrón de agua…”. En la fase actual la terapeuta acompaña a Francisco en su domicilio y en algún paseo para enseñarle a interpretar las señales del dispositivo en su vida cotidiana. “Paseamos por el jardín y detecta el tronco de un árbol, empieza a identificar objetos”, relata. “El otro día vio un perro sentado. Bueno, detectó su presencia y le dijimos lo que era”.
“No ves una imagen, ves como unas lucecitas”, explica Francisco
Saber qué es exactamente lo que ve Francisco es complicado, pero muy necesario para los ingenieros que refinan el funcionamiento de estas prótesis. Francisco descubre los píxeles de luz como “diamantes” o “chispetas” (en catalán). “No ves una imagen, ves como unas lucecitas”, explica. “Lo que yo distingo una luz redondita de color azul que por dentro es negra. Si se me pone una persona delante lo que veo es rosa, pero si el obstáculo es más gordo, como un muro, lo que veo es azul”. Para él, aprender a ver en función de estos patrones de luz que se mueven de un lado a otro cuando gira la cabeza es como aprender a jugar a un videojuego. Cuando encuentra chispetas azules, mueve las gafas hasta encontrar una zona despejada por la que poder pasar. “Soy como un niño pequeño”, resume, “tengo que aprender a hacer las cosas”.
Hace unas semanas Carol le acompañó en su primer paseo nocturno, por las fuentes de Montjuic. “Hubo un primer momento en que íbamos andando y me veo como una masa de color rosa, y digo “joder, que me viene una cosa rosa de frente, que parece que me quiera pisar”. Y ya me explicaron que era una masa de gente”, recuerda. La experiencia fue muy interesante porque Francisco pudo detectar los chorros de la fuente - que se expandían en decenas de diamantes cuando el chorro llegaba arriba - y el monumento de las cuatro columnas, que pudo distinguir con ayuda. “Mucha gente piensa que ver apenas unas luces no es nada, pero para una persona que no ve un poco de luz es mucha información”, explica la optometrista. “Significa ver que hay una maceta y no chocar, ver una ventana, un marco de una puerta, o que se acerca un coche”.
“Mi función es ayudarle a interpretar esas imágenes nuevas, enseñar al cerebro a ver”, añade Carol. Para ello, y dado lo duras que son las sesiones, es importante que el paciente esté motivado. “En el caso de Francisco es pura generosidad. Sabe que la retinosis es una enfermedad con predisposición genética y hace esto por si el día de mañana puede ayudar a uno de sus nietos, por ayudar a que ellos puedan tener un microchip mucho más avanzado”. “Eso es lo jodido”, concluye el propio Francisco, emocionado. “Cojo a mis nietos en brazos, ¿y tú sabes lo que te entra en el cuerpo de no verles la cara? O que te venga uno de ellos y te diga “abi, ¿qué te pasa en los ojos que no ves?”. Y cuando le digo que es una enfermedad que tengo me dice “tú no te preocupes, que yo cuando sea mayor estudiaré para curarte la vista”. Esto lo hago por mí y por la gente que venga detrás. Que un día vean lo que hacían estos científicos y digan chapó, se está haciendo una investigación estupenda”.
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