En la década de 1960 se pusieron de moda en Estados Unidos los cortometrajes en los que aparecían chimpancés en actitudes burlonas, disfrazados y haciendo gamberradas. Cuando el público veía la cara de los primates mostrando abiertamente los dientes interpretaba aquello como una señal de felicidad, pero en realidad los animales estaban recibiendo pequeñas descargas eléctricas y aquel gesto era de sumisión y no de alegría. Según la teoría más extendida sobre las emociones humanas, abanderada por el reconocido científico Paul Ekman, este error no se puede producir en humanos, puesto que las expresiones faciales de la emoción son universales. Ekman, el ideólogo detrás del éxito de Pixar "Inside out", define la ira, el asco, el miedo, la alegría, la tristeza y la sorpresa como las principales emociones humanas y sus seguidores llevan años realizando trabajos en los que muestran cómo estas emociones se repiten en todas las culturas con las mismas expresiones faciales.
El estudio se realizó con realizado con 188 adolescentes españoles y de las islas Trobriand
Sin embargo, el equipo de los españoles Carlos Crivelli y Sergio Jarillo presenta esta semana en la revista PNAS los resultados de un doble estudio que supone un golpe en la línea de flotación de la tesis de Ekman y muestra por primera vez con pruebas sólidas que la expresión de las emociones no es un fenómeno universal, sino que juega un papel fundamental el contexto y, de manera indirecta, la cultura. En el trabajo, realizado con 188 adolescentes españoles y de las islas Trobriand, en comunidades relativamente aisladas del mundo occidental en Nueva Guinea Papúa, Crivelli y Jarillo demuestran que en esta cultura las personas tienden a interpretar la expresión que nosotros entendemos como de miedo (ojos muy abiertos y gesto de crispación) como una señal de amenaza.
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"No hemos hecho el típico estudio en el que llegas al lugar con todo el equipo, estás dos semanas y te vas", relata Crivelli a Next. Jarillo lleva años conviviendo con estas comunidades y él mismo ha pasado muchas semanas sobre el terreno, en una zona que es bastante inestable y peligrosa, por los enfrentamientos entre clanes. La primera parte del estudio consistió en mostrar a un grupo de adolescentes trobriandeses un set de cinco fotografías de caras con expresiones estandarizadas de alegría, tristeza, enfado, miedo y asco. Con otro grupo diferente, los investigadores mostraron las mismas fotografías pero pidiéndoles que identificaran otras categorías (las utilizadas en ecología de la conducta, diferentes de las de la teoría de las emociones básicas). En este caso les pedían que señalaran la cara que les pareciera invitación social, protección, amenaza, sumisión o rechazo.
Con esta doble medición, Crivelli y su equipo intentaban descartar que fuera la propia categorización de las emociones la que marcara el resultado. Y lo que vieron fue que- a diferencia de lo que predicen las teorías de Ekman - había una gran confusión a la hora de señalar las caras correspondientes a las emociones, y una persistencia llamativa (entre un 69% de los sujetos) en señalar la cara de miedo/sumisión como enfado/amenaza. "Esto nos hizo pensar que debíamos hacer un segundo estudio", explica Crivelli, "y para que no hubiera dudas nos fuimos a dos islas muy separadas, a cuatro horas en barca motorizada, y realizamos la prueba a la vez en la misma mañana, para que los sujetos no pudieran hablar entre ellos". En la nueva prueba, con 38 voluntarios, los autores no pidieron identificar una emoción, sino que usaron el método de las historias de Ekman. "Se le cuenta una pequeña historia al niño, como que a un personaje se le acaba de morir el padre y se le pide que identifique la cara que cree que pondría", precisa el investigador.
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En esta ocasión, cuando le contaban a los adolescentes una historia en la cual estaba a punto de comenzar una pelea y les preguntaban cuál de las caras le daba pistas sobre si se iba a iniciar una agresión física, en ambas islas casi el 80 por ciento (77% en una y 79% en la otra) de los participantes eligieron también la cara que los occidentales identificamos como cara de miedo. Por último, para cerciorarse de que estaban interpretando bien los datos, repitieron exactamente la misma prueba, como voluntarios análogos en sexo y edad, con un grupo de niños occidentales, en este caso en el colegio Joyfe de Madrid. En este caso, alrededor de la mitad, un 47 por ciento, identificó la cara de enfado/amenaza como la del individuo que les iba a atacar, seguida de la de asco y la neutral, pero casi en ningún caso la del miedo.
Para Crivelli y su equipo, el resultado demuestra algo que viene sosteniendo al "ecología de la conducta" desde hace años en contraposición a las teorías dominantes de Ekman y compañía. De hecho, aseguran, encuentran evidencias en otras disciplinas, como la etología y en los estudios de grupos humanos como los Himba, los !Kung o los Yanomami realizadas por Eibl-Eibesfeldt en los años 70. En un trabajo reciente, incluso, aseguran haber identificado una serie de tallas de hace un siglo en las que la expresión de amenaza corresponde a lo que los occidentales entendemos como "miedo", caras con los ojos muy abiertos y la lengua fuera. "Sacar la lengua aparece en las famosas "hakas" de los maoríes, esas danzas que hacen los neozelandeses antes de los partidos de rugby", explica Crivelli. "Suelen sacar la lengua aparte de abrir mucho los ojos, una cara que también se observa en los primates, como una amenaza burlona, una amenaza en la que te estás riendo, procedente de alguien que es muy dominante".
Las expresiones faciales no son muestras de estados internos, sino "herramientas de interacción social"
Lo que nos indica este trabajo, para sus autores, es en definitiva que las expresiones faciales no son muestras de estados internos (lo cual no tendría sentido desde el punto de vista darwiniano, pues supondría una desventaja respecto al rival), sino "herramientas que utilizamos para la interacción social" y se utilizan en función del contexto, incluso para fingir un estado y tirarse un órdago en una situación de supervivencia. Para Arvid Kappas, profesor de Psicología de la Universidad de Jacobs y presidente de ISRE (International Society for Research on Emotion), se trata de "unos resultados interesantes que subrayan que no podemos asumir que las expresiones que creemos básicas son interpretadas de la misma manera en todas partes". Kappas, que no ha participado en el estudio, explica a Next que para él la única pega del trabajo es que se siguen utilizando fotografías estáticas y "las personas con poca experiencia con fotos podrían tener dificultades para imaginar una situación continuada de la misma manera que lo hacemos los occidentales". Pero a su juicio, el aspecto más interesante es el que se refiere a la idea que tenemos sobre nuestras emociones "innatas". "Es posible que haya una relación biológica entre algunos estados [mentales] y determinadas expresiones”, concluye, “pero en algunas culturas se producen cambios y se interpretan de manera diferente".
Referencia: The fear gasping face as a threat display in a Melanesian society (PNAS)
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