Las emociones son reacciones afectivas que experimentamos ante estímulos. Pueden ser positivas, tales como sentirse relajado o disfrutar de lo que se está haciendo (sea ir de compras o dar un paseo, por ejemplo); y lo opuesto, emociones negativas, como estar enfadado, triste o preocupado.
Pero ¿nos mostramos felices, irritados o deprimidos de igual manera en diferentes países y en distintas culturas? Parece que la respuesta es un rotundo 'no': los niveles diferentes de emociones positivas y negativas difieren según nuestra procedencia.
En un estudio en el que participaron más de 50.000 adultos de España, México, India, China, Rusia, Ghana, Sudáfrica, Finlandia y Polonia, el método de reconstrucción del día permitió evaluar en qué medida las personas se sentían preocupadas, irritadas o enfadadas, apresuradas, deprimidas, tensas o estresadas; o bien calmadas, relajadas y disfrutando.
Los resultados revelaron que en Finlandia, China y los países africanos las personas expresan menos emociones negativas. En cuanto a las emociones positivas, resultan más homogéneas en todos los países, destacando los africanos por valores más altos.
La cultura, en relación con el contexto socioeconómico, puede influir en la manera en que las personas perciben y expresan sus emociones. Murtaza_ali / Pixabay
En China las emociones se consideran factores patógenos
La cultura, en relación con el contexto socioeconómico, puede influir en la manera en la que las personas perciben y expresan sus emociones. Por ejemplo, en China existe la tradición de considerar las emociones como factores patógenos, desalentando su expresión.
Los finlandeses, por su parte, suelen ser emocionalmente reservados y raramente puntúan alto en la expresión de alegría o rabia. De hecho, el concepto finlandés sisu significa demostrar fuerza, estoicismo y resiliencia. Por su parte, las normas sociales africanas señalan como indeseables las emociones negativas.
Tener en cuenta los factores sociales es importante, ya que la promoción y mejora del bienestar emocional de las personas debe constituir un aspecto clave de las agendas sociales públicas.
¿Y estos factores se asocian con las emociones de igual forma en diferentes países? A pesar de las diferencias existentes en la magnitud con la que se reportan las emociones y de la brecha cultural, social y económica, coincidimos en muchos aspectos sociales. Entre ellos, destaca la soledad no deseada, es decir, la discrepancia entre las relaciones que una persona posee y las que quisiera tener. Que es unos de los grandes enemigos del bienestar emocional vivamos donde vivamos.
La soledad aumenta sentimientos de depresión
La emoción más afectada por la soledad es la depresión, especialmente en los países europeos. Mayores niveles de soledad se corresponden con mayores niveles de depresión y menores niveles de emociones positivas. Hablamos de sentimientos y emociones de depresión: no es lo mismo sentirse deprimido que padecer una depresión.
Sorprendentemente, en un solo país, México, la soledad no se asoció con ninguna emoción. La evidencia previa afirma que las consecuencias negativas de la soledad en la población mexicana son atenuadas por las interacciones sociales y el apoyo familiar. En efecto, menos del 1% de los participantes vivían solos, posible indicador de la relevancia de los vínculos familiares. Esto indica que los efectos de la soledad varían culturalmente.
La participación social se asocia con mayores emociones positivas y la confianza en la sociedad con menores emociones negativas. La confianza crea una sensación de seguridad, aportando calma en la vida diaria y estimulando la cooperación, aumentando la percepción de apoyo social. Vivir solo conlleva mayores sentimientos de depresión, sin asociarse a otras emociones.
Quizás sea la experiencia subjetiva de la soledad la que influye en mayor medida en las emociones del día a día de las personas, más que una medida objetiva como vivir solo, que puede ser o no deseado.
Los seres humanos estamos naturalmente inclinados a las relaciones sociales y al intercambio social. Los aspectos sociales resultan relevantes para las emociones en todos los países, pero la forma y la fuerza de sus relaciones dependen del país y la cultura.
Teniendo en cuenta los diferentes escenarios culturales, deberían implementarse políticas de promoción del bienestar emocional. Por ejemplo, se podría intensificar la participación social, involucrando a las personas en su comunidad a través del voluntariado y facilitando el acceso a actividades de ocio. Otra estrategia interesante sería garantizar las relaciones sociales en todos países para evitar la soledad y el aislamiento, además de aumentar la seguridad de los barrios para fomentar la confianza social.
Simultáneamente, sería necesario crear un diálogo internacional sobre la soledad para ampliar la conciencia sobre este problema, saber identificarlo y reducir su impacto en el bienestar emocional de las personas.
Chiara Castelletti, Doctoranda en Psicología clínica y de la salud, con contrato FPI-UAM en el departamento de Psiquiatría (Facultad de Medicina), Universidad Autónoma de Madrid y Marta Miret, Profesora de Psicología Médica, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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