En este momento una nube de humo de 5 millones de kilómetros cuadrados, del tamaño aproximado del continente europeo, se cierne en sobre Siberia. El humo procede del incendio descontrolado que ha quemado más de 4 millones de hectáreas de la taiga durante los últimos tres meses. Es el mayor de los centenares de fuegos que se han producido este verano en el Ártico, liberando alrededor de 130 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera y superando todos los récords anteriores. “No hemos visto nada así hasta ahora”, asegura Mark Parrington, investigador del servicio europeo de motorización atmosférica Copernicus en The Guardian. “La intensidad del fuego está muy por encima de la media”.
El aumento de temperatura global, con junio como el mes más caluroso de la historia, ha creado las condiciones adecuadas para que se produzcan estos incendios que azotan especialmente a Siberia, Groenlandia y Alaska, donde han liberado miles de toneladas de hollín al cielo. Pero no es el único lugar donde los incendios están causando estragos. Según datos de la red Copernicus, Europa ha sufrido este verano 1600 incendios de más de 30 hectáreas, cuatro veces por encima de la media anual de hace una década, mientras que en el Amazonas los incendios están teniendo mucha más actividad que la media de los últimos 15 años.
El humo de estos grandes incendios da la vuelta al mundo en pocos días
El humo de estos grandes incendios no se queda quieto, sino que viaja grandes distancias hasta alcanzar regiones muy lejanas. El de los incendios de Siberia de este verano, por ejemplo, ha llegado hasta Alaska y se desliza hacia el sur por la costa oeste de Canadá hasta lugares como Seattle y Vancouver como consecuencia de las dinámicas atmosféricas globales. El humo de los incendios en el Amazonas choca con la cordillera de los Andes y baja hacia Argentina creando una especie de río de humo que enturbia los cielos del sur durante días. “El humo de estos incendios se mueve y termina dando la vuelta al globo”, explica a Next Santiago Gassó, investigador del centro Goddard de la NASA. “Con los incendios de Canadá en 2017 se verificó que el humo dio la vuelta al mundo y se observó durante varios meses. Y lo mismo sucede con los incendios en Sudáfrica que se dirigen hacia el Índico”.
Humo más allá de la troposfera
La peor noticia es que el humo no solo se desplaza horizontalmente de un lado al otro del globo, sino que a menudo alcanza la estratosfera durante estos grandes incendios, generando un efecto que se podría equiparar con el de las grandes erupciones volcánicas. En un trabajo publicado la semana pasa en la revista Science, el equipo de Pengfei Yu presentó pruebas de que los grandes incendios de Canadá y Estados Unidos en 2017 generaron enormes nubes de tormenta llamadas pirocúmulonimbos que elevaron el humo hasta 23 kilómetros y lo dejaron en la estratosfera durante al menos ocho meses. Los autores aseguran que los datos sirven para estudiar lo que ocurriría en un escenario de invierno nuclear y que el humo no solo destruye parte del ozono, sino que produce una situación parecida a la vivida en algunos lugares del planeta en el siglo XIX, cuando las grandes erupciones volcánicas provocaron el famoso “año sin verano” y largos periodos de hambruna.
El humo de los grandes incendios en Norteamérica en 2017 ascendió a la estratosfera y se quedó allí durante meses
Un trabajo anterior, publicado en la revista PNAS, ya había acreditado la propagación de estas nubes de hollín por encima de la troposfera. “Lo que vimos fue que hay una capa de partículas de hollín en la baja estratosfera, encima de la tropopausa”, explica Jorge Saturno, investigador del PTB en Alemania y coautor del trabajo. Al quedar por encima de la zona donde llegan las nubes, esta capa de hollín no era removida por las lluvias como sucede normalmente, sino que viajaba por todo el hemisferio de Canadá a Rusia en pocas horas y se mantenía por mucho más tiempo. “Una de las cosas más interesantes es que estas enormes nubes convectivas no podrían alcanzar estas alturas si no fuese por el hollín”, explica. “Estas partículas calientan la atmósfera, hacen que el aire alrededor de la nube se caliente aún más y pueda tener una proyección vertical mucho más alta. El propio material también es responsable del fenómeno”.
¿Pueden estar estos enormes incendios del Ártico provocando grandes pirocúmulonimbos y desplazando hollín a la estratosfera? Para Jorge Saturno “no es disparatado, ya que son incendios masivos, muy grandes, y lo más probable es que se estén formando. Lo que pasa es que observar estas cosas toma tiempo”, añade. De momento, las mediciones del instrumento CALIOP ya indican que algunas de las nubes de humo han superado los 10 kilómetros de altura. El temor de los especialistas es que un efecto acumulativo provoque consecuencias similares a las de las grandes erupciones, aunque existen algunas diferencias.
El temor de los especialistas es que provoque consecuencias similares a las de las grandes erupciones
El humo refleja también la luz del sol, pero es diferente del que produce el material expulsado por una erupción, explica Gassó, que es especialista en el estudio de estos aerosoles. La ceniza volcánica refleja parte de la radiación, mientras que el humo se eleva más y contiene hollín, que retiene parte de esa energía y la devuelve a la atmósfera. “Todo esto se está empezando a entre ahora”, explica el experto. “Lo más importante es que estos grandes incendios interrumpen el perfil vertical de temperatura en la atmósfera y su ciclo natural. Con el humo que se inyecta a mediana altura, de 3 a 7 km, se está introduciendo una capa de un material foráneo que interrumpe el proceso por el que se forman nubes y cambia el balance energético de la atmósfera”, asegura.
Rayos cerca del Polo
Este aumento de la temperatura y del número de partículas en suspensión procedentes de los incendios en las regiones árticas explicaría también por qué esta misma semana el servicio meteorológico de Fairbanks, en Alaska, ha detectado por primera vez rayos de tormenta a apenas 300 millas del Polo Norte, algo inédito hasta ahora. Estos rayos son producidos por grandes nubes que se forman muy raramente en estas latitudes por el ambiente frío y seco, pero que en esta situación de cambio global empiezan a ser posibles. “Esta es una de las observaciones de rayos más al norte en Alaska desde que tenemos registro”, aseguran desde la oficina de Faribanks, aunque no descartan que haya habido otras que no hayan sido detectadas.
Se han detectado por primera vez rayos de tormenta a apenas 300 millas del Polo Norte
“Una de las cosas que tienes que tener en cuenta es que hemos modificado tanto la atmósfera que las nubes tienen el tamaño de gota mas pequeño que antes de la época industrial, tienen más probabilidades de descarga eléctrica y un tiempo de vida más largo, lo que implica que pueden ser desplazadas a largas distancias y son eléctricamente más activas”, explica Jorge Saturno. La explicación es que si hay una mayor concentración de partículas, aunque la cantidad de agua sea la misma, se forman gotas más pequeñas y tardan más en descargar porque, por decirlo de forma sencilla, “las gotas más gordas llueven antes”. Al haber más partículas flotando en la atmósfera del Ártico procedentes de los incendios, es posible que contribuyan a que estas nubes viajen a latitudes más extremas y provoquen tormentas con rayos cerca del polo.
¿Una espiral sin retorno?
El escenario, en cualquier caso, es muy preocupante, porque podríamos entrar en una sucesión de incendios que calentaran cada vez más la alta atmósfera y retroalimentaran el fenómeno. “El humo que queda en la estratosfera se queda cierto tiempo y tiende a decaer naturalmente, por reacciones químicas, porque el sol destruye las partículas, o por gravedad”, explica Gassó. “Si usted sigue alimentando la estratosfera de aerosoles, esta tendencia va a terminar teniendo un efecto casi volcánico, donde lo que está haciendo es bloquear la luz solar por muchos años”.
Para Jorge Saturno “existe el riesgo de que se produzca una espiral, porque cuanto más calentamiento más intensos y frecuentes van a ser estos incendios forestales y ellos contribuyen al calentamiento, con lo que cada vez será peor”, asegura. Y aunque no conocemos bien las consecuencias, lo que sí sabemos es que el efecto de los incendios, como sucede con los volcanes, es acumulativo. En el pasado más reciente, recuerda Gassó, hemos tenido la experiencia de la erupción del volcán Pinatubo, que hizo descender la temperatura global en casi medio grado. “Por suerte hemos tenido un solo Pinatubo y no varios seguidos; si hubiéramos tenido uno cada año, e inyectado más aerosoles con dos o tres eventos más, habríamos empezado a tener un efecto catastrófico”.
Referencias: Black carbon lofts wildfire smoke high into the stratosphere to form a persistent plume (Science) DOI: 10.1126/science.aax1748 | Strong impact of wildfires on the abundance and aging of black carbon in the lowermost stratosphere (PNAS) doi: 10.1073/pnas.1806868115
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