El cambio estacional de hora altera la vida moderna. Hay una creciente preocupación sobre que influya negativamente en nuestra salud. ¿Están justificados estos temores? Yo creo que no: aún no hay prueba de cargo relevante o, como se diría en inglés, ninguna pistola humeante que lo justifique.
Un grupo de expertos en medicina clínica, fisiología e inmunología, con experiencia en cronobiología y en la medicina del sueño, analizó la influencia del cambio de hora en el sistema circadiano. Las conclusiones fueron publicadas en el European Journal of Internal Medicine y los investigadores tuvieron la oportunidad de exponer sus ideas en el Parlamento Europeo.
Su conclusión es simple: el cambio debe ser eliminado. Sin embargo, creo que el estudio tiene carencias y que su conclusión es insostenible. De hecho, envié una carta al editor (original en inglés, traducción al español) que fue respondida posteriormente por dos de los autores.
Adaptados al cambio
Fisiólogos y cronobiólogos ven el cambio como una alteración injustificada de la vida cotidiana. Esta tesis sería inobjetable si la Tierra no girara inclinada. Si todos los días amaneciera y anocheciera a la misma hora. Si el Sol alcanzara siempre la misma altura a mediodía. No es así. Olvidan ponderar la utilidad y naturalidad de este cambio: la gestión estacional de una actividad humana que, hoy, se rige por un reloj insensible a las estaciones. Esta adaptación está condicionada por la latitud, también se hacía en épocas anteriores y también se observa en sociedades preindustriales actuales.
Sostienen que los efectos del cambio no son los mismos que experimentamos al volar de la península ibérica a Italia o a las islas Canarias. Estos viajes requieren solo un día de adaptación y no generan preocupación social. Explican que cuando viajamos hacia el este adelantamos los hábitos y, a la vez, se adelanta el amanecer y el anochecer: estos adelantos se compaginan.
Por contra, el cambio de hora de primavera solo adelanta los hábitos. El Sol sigue saliendo y poniéndose a la misma hora (decimos que mantenemos nuestros hábitos y que el sol sale y se pone una hora más tarde). Concluyen que recibimos menos luz matutina y más vespertina, lo que invitaría a retrasar la actividad, justo lo contrario que pretende el cambio.
Si no hubiera estaciones el razonamiento sería correcto. También si el cambio se hiciera en febrero o en marzo. Pero lo hacemos en abril. ¿Por qué? A estas alturas, a 40 grados de latitud amanece 1 hora y 40 minutos antes que en invierno. Como dicen los propios cronobiólogos, la luz matinal invita a adelantar la actividad: es lo que hacemos modernamente con el cambio. ¿Menos luz matinal? Incluso tras el cambio amanecerá cuarenta minutos antes que en invierno (en Madrid lo hará a las 08:00 CEST en vez de a las 08:40 CET). Además, ahora es cuando más rápido se adelanta el amanecer, a razón de doce minutos en una semana.
No es razonable sostener que viajar a Italia requiera solo un día de ajuste en nuestro reloj interno y, en cambio, adelantar la hora en estas concretas condiciones sea poco menos que un riesgo relevante para la salud.
Infartos y accidentes
Cada vez más estudios científicos tratan de discernir qué efectos tiene el cambio estacional en nuestras vidas. Para ello, comparan lo que ocurre el día o la semana anterior y posterior al cambio. La escasez de datos (solo hay un adelanto de hora por año) complica el análisis y amplia los márgenes de interpretación. Además deben ser efectos pequeños: si fueran grandes hace ya cien años que los habríamos percibido.
Las efectos pequeños tienen variaciones porcentuales llamativas, incluso si sus variaciones absolutas no son alarmantes. Valgan dos ejemplos:
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Un estudio analizó la tasa diaria de sinietralidad en Nueva Zelanda durante 11 años (4000 días pero solo 11 cambios estacionales). Observaron que ni los accidentes laborales ni los domésticos se ven influidos por el cambio. Pero trascendió que sí podían hacerlo los accidentes de tráfico: un 16% el primer día tras el cambio de primavera (un domingo, cuando no hay mucho tráfico) y un 12% el segundo día (el primero laborable); el resto de días, no. Resulta también que el intervalo de confianza del segundo día apenas sobrepasa el nivel crítico de no influencia; y que la tasa diaria de accidentes fluctúa mucho más que ese 12%. Mi conclusión es que el cambio podría influir en un día concreto, pero en menor cantidad que los otros fenómenos que influyen en el problema.
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Una revisión de las evidencias de la influencia del cambio de hora en la tasa de infarto de miocardio agudo muestra un aumento de entre el 4 % y el 29 %. Pero no está demás añadir que el intervalo de confianza de seis de los nueve datos reportados incluyen la posibilidad de que no haya influencia. Mi impresión, expresada en lenguaje llano, es que aún no vemos humo en esa pistola.
La fisiología muestra que los cambios de turno (de horario de trabajo) tienen una influencia negativa en la salud. Es justo advertir sobre estos cambios y prevenir sobre regulaciones arbitrarias. Tampoco nos es desconocido: preferimos trabajos con horarios estables a trabajos desregulados.
El cambio de hora de primavera es equivalente a un adelanto de los horarios, pero ni es una ocurrencia moderna ni su efecto principal es el ahorro energético: las Cortes de Cádiz ya adelantaban sus sesiones una hora en 1810 y lo hacían no por ahorrar. Tampoco se implementa arbitrariamente: minimizamos su posible influencia en la salud empleando el menor cambio posible, haciendo un único cambio y procurando que tenga lugar en la fecha más conveniente para el sistema circadiano.
José María Martín-Olalla, Profesor Titular del Área de Física de la Materia Condensada, Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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