En el año 2001, el equipo que inspeccionaba los restos del Titanic encontró un misterioso maletín con 65 viales de aluminio cuidadosamente sellados. Al abrir una de aquellas ampollas, un extraordinario aroma de lavanda y rosas les llevó a descubrir que se trataba del muestrario de Adolphe Saafeld, un perfumista que viajaba a bordo del barco, y que aquel hallazgo era una especie de ventana a los olores del pasado. Algo parecido es lo que intenta el periodista científico Federico Kukso con su libro “Odorama" (Taurus, 2021), una obra en la que intenta sacar el olfato de las profundidades en las que nuestra sociedad lo ha sumergido. En las páginas de esta fascinante “historia cultural del olor”, Kukso trata de reconstruir cómo olieron las civilizaciones del pasado y describe con detalle cómo ha cambiado la manera en que nos relacionamos con este sentido. Charlamos con él desde su casa, en Buenos Aires, en una aséptica e inodora videoconferencia.
Dice en el libro que sufrimos una "sordera de olfato”, ¿deberíamos enseñar a oler en las escuelas?
Es muy linda esa idea. Porque no tenemos una educación olfativa. Nos lanzamos al mundo sin ningún tipo de conocimiento del olor, ni siquiera sabemos qué es, porque tiene una especie de esencia fantasmagórica. Y creo que uno tiene que oler el mundo, tanto los olores agradables como los desagradables. Vivimos con demasiada asepsia, me parece que desde chicos deberíamos tener una educación de la diversidad olfativa, y entender que no todas las personas huelen el mundo de la misma manera. Los propios hombres y las mujeres huelen el mundo de manera distinta, ellas tienen un mayor umbral de detección olfativa. Y los animales no huelen el mundo de la misma manera. ¿Cómo es el mundo para un elefante? ¿Y para un perro?
Lo que está claro es que es un sentido que hemos dejado en segundo plano, ¿no?
El olfato ha sido relegado en nuestra cultura, hasta el punto de que cuando se dice que hay olor, se refiere a que hay “mal olor”, porque tiene una connotación negativa. Está asociado a lo bárbaro, a lo animal. Y, si te fijas, en la revolución científica, Kant, Hegel, Freud… todos denigraron el olfato.
¿No es contradictoria esa tendencia hacia la “muerte del olor” y que haya tantos anuncios de perfumes?
Bueno, cuando yo hablo del silenciamiento olfativo del mundo me refiero a que estamos viviendo un fenómeno de sustitución. Cada vez tenemos menos contacto con olores naturales y más con productos sintéticos. Por ejemplo, los desodorantes ambientales que te dicen olor a limón, olor a brisa marina… Como en la película “Matrix”, quizá en algún momento se extinga el limón y te digan que eso era el olor a limón, pero ¿cómo sabrás que era así?
Hablando de olores ficticios, ¿se siguen utilizando para crear un sentimiento de culpa a las mujeres?
Sobre todo hay una criminalización del olor, y en especial del olor del cuerpo. Es el gran tabú occidental. Nos enseñan a ocultar los olores. Y la pregunta es: ¿por qué es así? Es una construcción cultural, en Roma la gente iba a conversar a las letrinas. Me fascina el discurso de la publicidad: a principios del siglo XX se construyó el concepto de halitosis, que es un concepto publicitario. Esas publicidades de comienzo del siglo XX buscaban, sobre todo en la mujer, generar el miedo a ser rechazado, a no casarse, o a estar siempre sola. Y el discurso sigue siendo el de la protección, “Rexona no te abandona”, es como estar protegido frente al “mal”. En general, el olor a cuerpo ha sido criminalizado históricamente. En Argentina lo llamamos “olor a chivo”, porque se asocia a lo animal. Pero hablando con cirujanos, te cuentan que te puedes poner el perfume más caro, pero por dentro todos olemos mal. Cuando hacen una incisión en la parte intestinal hay un olor muy fuerte a materia en descomposición, que es el olor a intestino. La persona más linda del mundo, la más rica, por fuera puede oler bien, pero por dentro todos olemos de la misma manera.
“Hay una criminalización del olor, y en especial del olor del cuerpo”
¿Seguimos usando el olor como un arma contra los diferentes o los “enemigos”?
Sí, son los conocidos prejuicios olfativos. No es solamente una elección racional, sino que somos educados a tener estos prejuicios. Así como en el discurso nazi está la referencia al “olor al judío”, el enemigo siempre huele mal. Los japoneses cuando entraron en contacto con los holandeses decían que olían a materia grasa podrida. Y hoy se usa contra los inmigrantes. El olor del distinto. También recuerdo cuando Victoria Beckham dijo que Madrid olía a ajo y fue recibido como una ofensa. Sabemos que es un olor agradable, pero está asociado a lo popular, a la pobreza… Acá en Argentina sobre las movilizaciones políticas populares se dice que hay “olor a choripán”, y lo mas curioso es que es un plato que está en las cocinas más ricas y en las más pobres. Esto se ve claramente en la película “Parasite”, donde hay dos familias, y la familia rica distingue a la pobre por el olor. Los olores sirven como demarcadores de clase, y eso nos atraviesa como cultura.
¿Se ha sentido alguna vez manipulado a través de un olor?
No sé si una manipulación ‘pauloviana’, pero sí atraído. Por ejemplo, en muchas tiendas de ropa hay un marketing olfativo muy fuerte. Y cuando uno va a un café, ese olor a café es marketing olfativo. Cuando uno va a un hotel o a un casino, uno siente cierta manipulación, aunque el mejor marketing olfativo es el que no se siente. Por ejemplo, dicen que una de las mejores técnicas para vender una casa es que haya olor a pan recién horneado, o a galletitas, la idea de olor a hogar. Pero tiene que ser muy sutil. Te cambia el ánimo, porque forma parte de nuestra evolución, nos sentimos mejor con ciertos olores.
Mientras leía su libro, iba recreando en mi memoria una especie de autobiografía en olores, ¿cuáles son los olores que marcaron su vida?
De chico me gustaba mucho el olor de los muñecos de He-Man, esos olores sintéticos, cuando abrías, el olor a nuevo, era el olor de mis cumpleaños. O el olor de las velas cuando se las apaga. Después el olor a mar, que era el olor de mis vacaciones, el olor del pasto recién cortado, el de las espirales antimosquitos… El olor del ‘subte’ de Buenos Aires era el olor del intestino de la ciudad, ese olor cloacal. Y el olor del hospital, ese olor de lejía, un olor al que le tengo miedo. Puedo seguir. El olor de sopa de verduras, el olor de las milanesas… En general el olor de la comida.
Los olores sirven como demarcadores de clase, y eso nos atraviesa como cultura.
Si pudiéramos asignar un olor a cada siglo, ¿cuál sería el olor del siglo XXI?
Yo creo que a aeropuerto. El olor va cambiando con la historia. Sucedió en un momento de la historia que el olor del excremento de los caballos se sustituyó por el del humo de los coches, que es un olor que democratiza todas las ciudades. Para mí, el olor del siglo XXI podría ser al alcohol en gel [gel hidroalcohólico], por lo de la pandemia. Y me huele a aeropuerto sobre todo por esta tendencia de lo aséptico, porque ahora cualquier olor es una amenaza. El ideal moderno es no solo el del cuerpo desodorizado, sino el cuerpo urbano desodorizado. Si te fijas, es una tendencia; a lo largo de la historia los perfumes pasaron de ser muy pesados a ser más ligeros. El umbral de tolerancia a los perfumes ha bajado. Estados Unidos, por ejemplo, es una sociedad odorofóbica y no puedes ir al lugar de trabajo con una colonia muy fuerte, porque hay un movimiento que es muy sensible a los ingrediente sintéticos. Eso no pasa en las sociedades argentina o española, pero quizá se extienda con la pandemia.
El estar confinados o salir a todas horas con mascarilla, a muchos nos hizo valorar de nuevo los olores, ¿quizá por la privación?
Yo creo que la pandemia va a producir un cambio en la sensibilidad respecto a qué olores nos parecen desagradables, qué no, cómo sería cuando volvamos a viajar… En cuanto a la privación, es como cuando te vas de vacaciones y al volver detectas el olor de tu casa. Hay un redescubrimiento del olor. No solo por las personas con anosmia, al estar confinados uno no tuvo contacto con el olor de los familiares, es como una nostalgia olfativa. Uno no viaja, no ve a los amigos y uno empieza a valorar ciertos olores.
“Hay una tendencia de lo aséptico, porque ahora cualquier olor es una amenaza”
¿Necesitamos volver a oler a los amigos?
Sí, y quizá nunca te pusiste a pensar a qué huelen tus amigos. Pero yo estoy seguro que si los olés o si estás cerca, los distinguís. Me recuerda a una costumbre muy interesante en La India, de saludar a los hijos con un beso en la cabeza, como para olerlos. De alguna manera, interactuamos con los olores. Decía Lawrence Krauss que cuando estás delante de alguien estás en contacto, los átomos de dióxido de carbono que pasaron por sus pulmones pasan por los tuyos. Y cada vez que olés a una persona, esa persona ingresa a tu cuerpo. Lo lindo es que cuando estás con otra persona cerca hay una interconexión física, no solamente visual. Imagínalo como una especie de internet de olores. Cuando estás en el transporte público o en una reunión, las personas que están ahí están interconectadas físicamente, por una red invisible.
“En el transporte público o en una reunión, las personas están interconectadas físicamente, por una red invisible”
¿Barajó alguna vez que el libro viniera con olores?
Bueno, los libros ya tienen un olor particular, por el olor de la tinta, del papel. Lo primero que yo hago cuando compro un libro es olerlo. Tenemos una conexión odorífera con la literatura. Cuando leemos, moléculas del libro ingresan en nosotros, las historias ingresan a través del olor. Cada biblioteca huele distinta, porque es un cóctel de aromas, por la conjunción de distintos libros, de distintas partes del mundo, de distinto papel. Es interesante porque hay muchos productos que van decayendo en otros productos químicos. Y hay olores que se extinguieron, que nunca vamos a oler. Cada vez que se quema un bosque siempre pienso que quizá haya una fruta, o un animal, que desaparezca para siempre. Y al mismo tiempo, para dar un poco de optimismo, me gusta pensar que en algún lugar del universo, en algún lugar del planeta, hay un olor que aguarda a ser descubierto. ¿Cuántos olores nos quedan por descubrir?