Las ratas tienen el dudoso honor de ser uno de los animales que más repulsión provocan en los seres humanos. Tanto es así que pueden llegar a generar miedo patológico (musofobia) y llevamos siglos intentando eliminarlas de nuestros entornos.
En la famosa leyenda documentada por los hermanos Grimm, El flautista de Hamelín, un músico vagabundo libera al pueblo de una plaga de ratas tocando melodías con su flauta. En la vida real quizá la gente no crea en flautistas de cuento, pero sí en otras soluciones mágicas como la idea de que los gatos son un remedio contra las ratas.
Esta creencia no es producto de bulos recientes, sino que está profundamente arraigada en la sociedad occidental. De hecho, un mito medieval que ha perdurado hasta nuestros días relaciona el supuesto exterminio de los gatos promovido por la Iglesia con la consecuente expansión de las ratas y la irrupción de la peste negra. Sin embargo, la historia es falsa. Y, más importante aún, los gatos no son capaces de controlar las poblaciones de ratas: su convivencia con los seres humanos nunca tuvo ese fin.
Los gatos no fueron domesticados para cazar ratas
Los gatos fueron domesticados en Oriente Próximo hace unos diez mil años, cuando no había ratas en la región. Tampoco había ratas en el Egipto clásico cuando, hace unos tres milenios, el gato se convirtió en un animal sagrado en aquella sociedad. La asociación de las ratas a los entornos humanos surgió aproximadamente en el mismo periodo que la de los gatos, pero en el extremo opuesto de Asia. La rata negra (Rattus rattus) se extendió desde India y la rata parda (Rattus norvegicus) desde China (en adelante nos referiremos a ambas especies con el término de ratas). Ninguna de las dos compartió territorio con los gatos hasta milenios después.
Por tanto, tiene mucho más sentido que el gato se domesticara para mitigar los daños del ratón doméstico (Mus musculus domesticus) en los graneros neolíticos, ya que la aparición de esta especie en los entornos humanos sí coincide espacio temporalmente con la domesticación del gato.
Malos cazadores de ratas
Además de que gatos y ratas tardaron mucho en conocerse, estos felinos son bastante ineficientes matando ratas, animales relativamente grandes y agresivos. Cuando los gatos se cruzan con ratas, rara vez intentan cazarlas y, cuando lo hacen, suelen fallar, especialmente si la rata es grande.
Mucha gente desconoce que, en realidad, la humanidad ha confiado poco en los gatos para controlar las ratas y que son razas de perros las que se han desarrollado para esa tarea. Son famosas las habilidades de razas rateras como el rat terrier o el bodeguero andaluz, criado para mantener las bodegas jerezanas libres de ratas.
Aun así, las ratas aparecen recurrentemente en la dieta de los gatos de todo el mundo y no faltará quien diga que ha visto a su gato matar una rata. Esto se debe a dos motivos. En primer lugar las ratas, junto a los humanos, son de las pocas especies de vertebrados con una distribución global. Es decir, allí donde haya un gato casi con toda seguridad habrá ratas.
Además de que las ratas están por todas partes, son muchísimas. En Nueva York se calcula que viven tres millones de ejemplares, siete millones en Roma, diez millones en Hong Kong y diecinueve millones en Londres.
A estas habría que sumarle las que no viven en entornos urbanos, por lo que solo en China habría más de dos mil millones. En algunos sitios hay tantas que incluso dentro de una misma ciudad se producen procesos evolutivos divergentes, como se ha descrito en Nueva York recientemente.
Estas cifras deben tomarse con cautela, ya que calcular la población de especies tan complejas y abundantes es extremadamente difícil. Sin embargo, los números ponen en evidencia que las probabilidades de que un gato encuentre una rata son tan altas que, aunque en la mayoría de los encuentros no consiga matarla, tendrá ocasiones suficientes para acabar con alguna.
En cualquier caso, aunque los gatos coman ratas en muchos lugares del mundo, en términos cuantitativos son pocas. Tan pocas que, en un lugar plagado de ratas como Nueva York, ni siquiera aparecen en los estudios de dieta de los gatos callejeros. De hecho, estos animales representan una pequeña parte de la dieta de los gatos. Una revisión bibliográfica de la dieta de los gatos de todo el mundo mostró que el 47% de las presas cazadas por gatos son pájaros. Los mamíferos (no solo ratas), con un 21%, representan tan solo el tercer grupo más abundante detrás de los reptiles, que suman el 22% de las presas.
En resumidas cuentas, los gatos no tienen la capacidad de matar el suficiente número de ratas como para que su población se resienta ni siquiera a nivel local.
Las ratas se esconden, ¿no es suficiente?
¿Por qué tanta gente percibe que, tras la llegada de un gato a sus vidas, las ratas desaparecieron? Esto se debe a que, para las ratas, aunque la mayoría de sus ataques fallen, el gato sigue siendo un depredador peligroso. Su respuesta adaptativa a esta amenaza felina es modificar su comportamiento para coincidir lo menos posible con los gatos, lo que hace que, incluso habiendo el mismo número de ratas, la gente deje de verlas. Gatos y ratas pueden compartir espacio hasta tal punto que no es raro ver ratas alimentándose del pienso de las colonias felinas cuando los gatos no están.
En algunas islas, la compatibilidad entre felinos y roedores es tal que el impacto de gatos y ratas sobre la biodiversidad es sumatorio. Es el caso de la isla Fernando de Noronha, en Brasil, donde un eslizón endémico de la isla está gravemente amenazado por la acción combinada de ratas y gatos. Si los gatos tuviesen la capacidad de controlar la población de ratas, esta situación sería imposible.
Hay que evitar que haya gatos domésticos en el medio natural
En este punto alguien podría pensar que, si las ratas desaparecen de su vista por la presencia de los gatos, no importa si es porque las matan o las espantan. En ese caso, el impacto de los felinos sobre la biodiversidad sería un coste asumible para mantener a las ratas a raya. Lamentablemente, esto no es así. El impacto ambiental de los gatos en libertad o semilibertad es un precio demasiado alto solo por dejar de ver unas ratas cuyo número no varía.
El resto de las especies presa de los gatos no cuenta con poblaciones de millones de individuos como las ratas. Aunque el número de capturas de otras especies pueda parecer relativamente bajo, su efecto sobre las poblaciones puede ser muy significativo. Por ejemplo, la población mundial de pardela mediterránea (Puffinus yelkouan) es de unos cien mil ejemplares en el mejor de los casos.
La isla de Levant, en Francia, es una de sus colonias de cría más importantes y en ella los gatos pueden llegar a matar más de tres mil individuos reproductores anuales al inicio de la época de cría. En un caso así, aunque los gatos maten más ratas que pardelas, su efecto es crítico y devastador.
Además, igual que los gatos modifican el comportamiento de las ratas, también lo hacen con otras especies, lo que se traduce en diversos efectos negativos subletales que también pueden afectar a la viabilidad de una población reduciendo, por ejemplo, la tasa de fecundidad.
Por estas razones resulta crucial evitar la presencia de gatos domésticos en el medio natural (lo que incluye nuestras calles). Quizás dejemos de ver ratas y pardelas, pero las primeras seguirán estando y las segundas habrán desaparecido.
Eneko Arrondo, investigador post doctoral del grupo de investigación VertebradosUGR, Universidad de Granada.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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