En noviembre de 2014, el doctor Tomás Camacho curioseaba por la conocida página de subastas Ebay cuando vio que un usuario, que aseguraba ser un anticuario holandés, había puesto a la venta lo que identificaba como "un lote de instrumentos de pintura". El paquete consistía en un bote metálico que contenía unas pinzas, un punzón y algo parecido a un compás que le llamó la atención. "En aquel momento yo me di cuenta de que era un microscopio como los de Van Leeuwonhoek, aunque yo no tenía ni idea de si era auténtico", explica Camacho a Next. "Hasta entonces solo se conocían nueve de estos instrumentos, y la casa de subastas Christie´s había vendido uno en 2009 por medio millón de dólares".
Para Camacho era absurdo que alguien pusiera algo así a la venta en internet por un precio de salida de 50 euros, y más una persona de Delft, la localidad donde el fabricante de telas pasó su vida y construyó sus famosos microscopios que le permitieron detectar por primera vez bacterias y protozoos, los bichitos que se me movían en el agua y que él bautizó como "animálculos". Camacho realizó una primera puja, pero fue a la noche siguiente, al ver la imagen en pantalla grande, cuando tuvo una verdadera corazonada y llamó al vendedor para comprarle el lote por 1.500 euros. La afición de este médico experto en toxicología le ha hecho reunir la mayor colección de microscopios antiguos del mundo. No solo tiene 250 de estos aparatos de entre los siglos XVII y XIX, sino que había estado en Holanda viendo los pocos instrumentos originales que se conservan, así que tenía el ojo entrenado.
Una vez realizada la transacción, y cuando el vendedor empezó a tener otras ofertas de coleccionistas que habían reconocido el objeto, el asunto se complicó. "Al cabo de unos días el microscopio debía estar en España, pero él empezó a recibir llamadas de otra gente que le hicieron ver que ese microscopio podía ser auténtico y se inventó una disculpa, diciendo que lo había perdido", explica Camacho. "Yo me di cuenta de que era falso y puse el asunto en un equipo de abogados de Londres. Después de tres meses, y tras un proceso duro, se le hizo ver que el único dueño legal era yo y al final no le quedó más remedio que enviarlo".
Una joya enterrada en el lodo
Durante todo aquel proceso el doctor Camacho estuvo asesorado por Brian Ford, investigador de la Universidad de Cardiff, y el mayor experto del mundo en microscopios de Van Leeuwenhoek, hasta el punto de que es la máxima autoridad a la hora de reconocerlos y certificar su autenticidad. "Cuando era pequeño", relata a Next en conversación telefónica, "mi profesor me dijo que Van Leeuwenhoek había fabricado hasta 500 microscopios y cuando le pregunté por qué solo quedaba una decena en el mundo me dijo que yo podría encontrar los otros cuando fuera mayor". De hecho, en el intervalo de doce meses, durante el año 2015, Ford descubrió la existencia de dos de estos microscopios, el de Camacho y otro instrumento de plata adquirido por un millonario en otra subasta. Pero, ¿cómo había llegado aquel instrumento a manos de un anticuario que lo había vendido como una baratija?
La ciudad de Delft extrajo la arena de los canales para rellenar y ampliar un parque
"El microscopio llevaba 300 años en el lodo, estaba oscuro, y tenía una posición no correcta, así que costaba reconocerlo", explica Camacho. La explicación se remonta al año 1986, cuando el ayuntamiento de Delft decidió dragarlos canales de la ciudad y utilizar la arena extraída del fondo para rellenar una zona de la ciudad donde ampliaron un parque. "Desde entonces hay mucha gente que recorre el lugar con detectores de metales y encuentran cosas, como cucharas o monedas, y las llevan a los anticuarios, que las venden por internet a precios ridículos", explica el médico. De alguna manera, el pasado de la ciudad de Delft, donde Leeuwenhoek había convivido con el famoso pintor Vermeer, había sido recuperado y esparcido por el nuevo parque sin que nadie prestara demasiada atención a los hechos. Alguien había recogido aquel cubo y otros instrumentos parecidos a los de un pintor, y no había identificado el microscopio de Van Leeuwenhoek protegido por el barro durante siglos.
En un proceso que llevó más de tres meses, Ford y su equipo examinaron el microscopio adquirido por Camacho en los laboratorios de Cavendish, de la Universidad de Cambridge, y de Cargille, de Estados Unidos, y lo sometieron a difracción de rayos X, y técnicas de espectrometría para determinar la composición del latón, el grado de impureza o incluso la forma de los restos que habían quedado de la lente. Todo corresponde exactamente con los materiales que se usaban en la época e incluso los taladros, recalca Ford, son como los que pudo hacer Leeuwenhoek con sus instrumentos. "Ninguno de los microscopios que existen se han certificado con los métodos del siglo XXI", recalca Camacho, así que su microscopio recuperado casualmente del fondo del río es el único acreditado como auténtico, y en cuanto el hallazgo se publicó en la revista Nature comenzaron a pedirlo prestado para exposiciones en París y la Royal Society.
Pero, ¿cómo llegó el microscopio al fondo del río? Camacho y Ford están convencidos de que el carácter huraño y colérico de Van Leeuwenhoek jugó un papel importante. El médico recuerda que el naturalista vivía junto al río y cree que seguramente se enfadó y tiró el microscopio por la ventana. Lo que les dio una pista importante es que la lente estaba defectuosa y rota. "Seguramente Leeuwenhoek miró por el aparato y vio que la imagen era mala, se enfadó mucho y lo machacó", sostiene Ford. Después lo tiró por la ventana y cayó al río en cuyo fondo quedó olvidado hasta que la casualidad la llevó hasta las páginas de Ebay y hasta el Museo de Historia Natural de Santiago, donde se expone ahora a la espera de ser trasladado temporalmente a una exposición en el Museo de la Evolución de Burgos.
"La historia es verdaderamente asombrosa", asegura Ford, "y el objeto es único porque contiene una lente dañada por el propio Van Leeuwenhoek y nos habla de su mal carácter y falta de paciencia". Durante su vida, este fabricante de telas holandés cuyos conocimientos sobre el soplado de cristal le permitieron fundar la microbiología mantuvo celosamente en secreto la técnica con que fabricaba las lentes. Al final de sus días accedió a enviar 26 microscopios a la Royal Society, pero el destino de estos también fue rocambolesco y trágico. Un miembro de la institución llamado Everard Home los tomó prestados, pero nunca los devolvió. Se sabe, explica Ford, que cuando le pillaron plagiando a otros científicos quemó muchos de sus papeles y hay investigadores que sostienen que en aquel incendio se destruyeron los microscopios llegados de Delft. Hoy en día solo quedan cinco microscopios de Van Leeuwenhoek en el museo Boerhaave, en la ciudad holandesa de Leiden, uno en Bélgica y otro en Munich. Sobre este último, el investigador está a punto de obtener permiso para un próximo examen y confirmar si se trata de uno de los verdaderos legados del genio holandés o de otra vulgar imitación.
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