El caso del paciente H.M. es quizá el más conocido de la historia de la neurociencia. En 1953, cuando tenía 27 años, este ciudadano de Connecticut fue sometido a una operación de cirugía para terminar con sus violentos ataques de epilepsia. Pero el doctor Scoville le extirpó el hipocampo, lo que eliminó su capacidad para generar recuerdos y le convirtió en una especie de prisionero del presente y en objeto de estudio durante los siguientes 50 años. Gracias a su caso se supo cómo se relacionan algunas áreas específicas del cerebro en la generación de recuerdos, la diferencia entre memoria episódica y memoria de trabajo y el papel esencial del hipocampo en muchos de estos procesos.
Un artículo pone en cuestión el trabajo de la psicóloga que siguió a H.M. durante décadas
Durante todos aquellos años, Henry Molaison (cuya identidad permaneció en el anonimato hasta su muerte en 2008) fue visitado por muchos especialistas que se sorprendían al descubrir que, si salían y volvían a entrar en la habitación, el paciente se había olvidado de ellos. Pero el papel principal de la investigación, y quien mantuvo a Molaison bajo su tutela fue la doctora Suzanne Corkin, una psicóloga del departamento de ciencias cognitivas del MIT que resumió su experiencia junto a H.M. en un libro titulado Permanent Present Tense (2013), en el que relata algunos aspectos desconocidos de la investigación y la relación especial que mantuvo con Molaison, a pesar de que éste nunca llegó a acordarse de ella.
El trabajo de Corkin, que falleció en mayo de 2016, acaba de ser puesto en tela de juicio por el periodista Luke Dittrich, quien está a punto de lanzar otro libro sobre H.M. tras años de investigación y revela algunos comportamientos dudosos por parte de la investigadora. En un artículo publicado el pasado 3 de agosto en The New York Times Magazine, y en el que adelanta parte de los contenidos del libro, Dittrich relata la disputa de Corkin con el investigador Jacopo Annese por la custodia del cerebro de H.M. y el intento por parte de ésta de 'camuflar' o esconder un dato que revelaba el análisis anatómico de éste tras su muerte: la existencia de una pequeña lesión en el lóbulo frontal que podía poner en cuestión algunos de las conclusiones sobre su caso.
El análisis de Annese indicaba que la lesión parecía producida por un objeto punzante, de modo que apuntaba a la posibilidad de que el neurocirujano Scoville hubiera lesionado a H.M. también en esa zona durante la operación. Y el hallazgo era muy significativo porque todos los trabajos hechos sobre su caso durante seis décadas tomaban como premisa que el daño estaba restringido a los lóbulos temporales y que el frontal estaba intacto. Cuando le dieron el borrador a Corkin para su revisión - pues estaba planeado que apareciera como coautora - ésta "eliminó todas las referencias a la lesión frontal", según Dittrich. En una nota dirigida a Annese, Corkin aseguraba que la lesión no aparecía en las resonancias ni en las fotografías del cerebro recién extraído, insinuando que se habían producido durante el estudio, de modo que lo mejor era no incluir ninguna mención a este hecho. La respuesta de Annese fueron varias imágenes en las que se apreciaba claramente la presencia de la lesión antes del análisis post mortem, lo que descartaba que fuera un daño a posteriori. Tras muchas discusiones, ambos autores llegaron a un acuerdo y la lesión se incluyó en el estudio, aunque con menos relevancia que al principio.
La psicóloga intentó ocultar la existencia de una lesión desconocida en el lóbulo frontal de H.M.
La segunda gran acusación de Dittrich es la que se refiere a la custodia de Henry Molaison durante tantos años. Al menos hasta 1992, todos los consentimientos para someterse a pruebas estaban firmados por el propio Molaison, a pesar de que éste estaba claramente incapacitado. Llegado aquel punto, Corkin habló con los abogados del MIT y se firmó un documento por el que Thomas Mooney, como tutor y pariente vivo más cercano, daba el consentimiento para las pruebas. Pero lo que denuncia Dittrich es que Mooney no solo no era el pariente vivo más cercano, sino que apenas tenía relación con él. "Hasta donde yo descubrí", escribe el periodista, "había muchos parientes mucho más cercanos - como primos - viviendo cerca de Henry, ninguno de los cuales tenía noticia de las investigaciones, y a quienes no se consultó para la investigación ni la donación del cerebro". De hecho, relata, algunos se sintieron molestos al conocer que nadie les había consultado sobre el asunto durante tantos años.
Pero la revelación más sorprendente sobre la actitud de Corkin es su intención de destruir todos los documentos originales de la investigación, a pesar de su manifiesto interés para otros investigadores. Cuando Dittrich le preguntó durante su entrevista qué pensaba hacer con todas las notas que estaban en su posesión, la psicóloga respondió abiertamente que pensaba pasarlos por la trituradora, con argumentos tan peregrinos como que en el MIT no hay sitio para almacenarlos o que todos los datos relevantes están ya en los estudios científicos publicados sobre el caso. Como explica el periodista, investigadores del futuro pueden tener interés en consultar las fuentes originales, donde se encuentran datos interesantes, como el hecho de que H.M. ya tuviera problemas de memoria antes de la operación que le lesionó el hipocampo.
Días después del artículo de Dittrich en el New York Times (The Brain That Couldn’t Remember) un grupo de 200 neurocientíficos escribió una carta de protesta al periódico para denunciar que las afirmaciones del autor estaban sesgadas y defender la integridad de la profesora Corkin. "Esas afirmaciones son contrarias a todo lo que hemos conocido sobre ella como científica, colega y amiga", escribían, al tiempo que elogiaban sus contribuciones a la neurociencia en campos tan importantes como el párkinson o el alzhéimer. En otra carta publicada el 7 de agosto, el jefe del departamento de ciencias cognitivas del MIT, el profesor James DiCarlo, respondía punto por punto a las tres acusaciones más graves hechas por Dittrich contra Corkin en su artículo. En primer lugar, asegura, los hechos muestran que la psicóloga jamás ha tenido la intención de destruir el archivo, a pesar de lo que le dijera al periodista, pues este se conserva intacto en las dependencias del MIT y no hay planes para su destrucción. En segundo lugar, argumenta, no parece que hubiera intención de ocultar la lesión de H.M. en el lóbulo frontal, pues esta se menciona en el artículo publicado en 2014 en Nature Communications y se destaca en el 'abstract'. Y por último, apunta, la custodia por parte de Tom Mooney se explica porque la madre de éste había quedado al cuidado de H.M. tras la muerte de sus padres y un juzgado aprobó el proceso tras supervisarlo.
El artículo ha provocado la protesta de más de 200 científicos y fue contestado por el MIT
La respuesta de Dittrich ha llegado este jueves en forma de un breve artículo en Medium donde ofrece datos sobre la intención de Corkin de ocultar la lesión frontal en el estudio con Annese, recuerda la existencia de primos de H.M. que no fueron informados y, lo más importante, publica el audio de su entrevista con Corkin en el que efectivamente ella muestra su intención de destruir todos los documentos y que responde, punto por punto, a lo publicado en el artículo. ¿Queda claro ya quien tiene razón en este culebrón científico sobre el caso H.M.? Ni mucho menos. Entre otros elementos, subyace la existencia de un enfrentamiento personal entre Corkin y Dittrich por la publicación del libro. Según admite el periodista, la psicóloga le pidió que dejara sus pesquisas porque ella estaba escribiendo un libro sobre el mismo tema, y el hecho de que le dijera a él en persona que iba a destruir los documentos pudo ser un arrebato por resentimiento, como insinúa el propio DiCarlo, pues no se corresponde por los hechos. Y por si fuera poco rocambolesco, Dittrich resulta ser nieto del neurocirujano que provocó el destrozo en el cerebro de Molaison en 1953, y Corkin era buena amiga de la familia. Pase lo que pase, lo importante es que el legado de estas investigaciones y los datos sobre las pruebas que se hicieron en este caso permanezcan accesibles al público y no se pierdan en disputas por egos y deseos de ser el primero en contar su historia.
Referencias: The Brain That Couldn’t Remember (The New York Times Magazine) | Outrage about NY Times article about Sue Corkin |Letter/Statement submitted to The New York Times, from prof. James J. Dicarlo| Questions & Answers about “Patient H.M.”
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