Cuando terminan las vacaciones es fácil que sintamos que "se acabó lo bueno". Nos invade el desánimo e incluso decimos que sufrimos síndrome postvacacional. Pero, ¿de verdad nos "enferma" que se termine el veraneo? ¿Qué dice la neurociencia?
Hay datos que demuestran que nuestro cuerpo necesita tomarse un respiro cada cierto tiempo. Pero ese respiro no puede durar eternamente. En primer lugar, porque debemos volver a nuestras obligaciones, ya sea trabajo, estudio o cualquier otra actividad. Y en segundo lugar –pero no menos importante– porque, aunque la rutina tiene "mala prensa", la ciencia ha demostrado que nos sienta bien.
Los hábitos nos hacen felices
Diversos estudios apuntan a que nuestro comportamiento se fundamenta en hábitos y costumbres. El cerebro necesita acciones que terminan arraigándose con práctica y repetición. Una vez hemos establecido un hábito, este se manifestará casi "sin querer".
Seguramente todos hemos tenido la experiencia de salir de casa justo a la hora del trabajo pero, excepcionalmente, con la idea de hacer una gestión en alguna otra parte. En el camino algo nos distrae y, cuando paramos, ¡resulta que nos hemos confundido de camino y estamos en la puerta de nuestro empleo! Es como si el cerebro hubiese activado "un piloto automático" que guiase nuestros pasos.
Esa respuesta, casi involuntaria, solo se produce cuando estamos inmersos en actividades que hacemos una y otra vez. El cerebro lo hace así porque al seguir rutinas, al automatizar nuestros pasos, se reducen los requerimientos de atención sobre aquellas tareas que repetimos a diario.
La atención es esa habilidad de selección de la información relevante que nos permite orientarnos hacia aquellos estímulos importantes o novedosos, dándoles prioridad, e ignorando los que no lo son. Si sabemos "como ir a un sitio" cada día, toda nuestra atención puede desplazarse a otros objetivos y retos.
En esta línea, hay evidencias de que dejarse llevar por la costumbre nos resulta reconfortante. El cerebro recompensa que tengamos "respuestas preparadas" ante situaciones que se repiten liberando dopamina, la molécula de la felicidad. No en vano, esa es la base de nuestro aprendizaje, el proceso a través del que adquirimos y desarrollamos habilidades y conocimientos, y que podemos considerar una de nuestras capacidades más ventajosas a lo largo de la evolución.
De ahí que, incluso, podamos decir que una vida rutinaria y predecible en la que hemos aprendido cómo manejarnos… ¡nos hace felices!
También repetimos los comportamientos adictivos
En honor a la verdad, esta propiedad del cerebro tiene un "lado oscuro": la adquisición de un hábito es bastante independiente de si estas acciones producen resultados útiles.
De hecho, algunas costumbres no tienen por qué ser necesariamente beneficiosas. Por poner un ejemplo, "ese cigarrillo de después de comer" o cualquier otro hábito asociado con el tabaquismo o con el consumo de alcohol.
En estos casos, la propia fuerza de la costumbre potencia la adicción casi tanto como lo hacen la nicotina o el alcohol.
Aprendemos a comportarnos con rutinas
Las personas aprendemos cómo comportarnos mediante la repetición. A fuerza de reiterar algo, nuestro cerebro termina automatizando habilidades como mantenernos en equilibrio en una bicicleta, conducir un coche o tocar un instrumento musical.
Pensemos en cómo se va puliendo con la práctica nuestra capacidad de movimiento. Primero aprendemos a andar y, poco a poco, si insistimos, no sólo caminaremos con soltura sino que acabaremos corriendo y saltando. Incluso, si entrenamos mucho, podremos ejecutar los complicados ejercicios que en gimnasia rítmica llaman "rutinas".
La placentera sensación de repetir rutinas se producirá gracias a que la "molécula del disfrute" va a inundar nuestro cerebro cuando lo que hacemos lo hacemos bien. Además, su producción está relacionada con nuestra capacidad de enfocarnos en una actividad dependiendo de nuestras necesidades o deseos.
La importancia de gestionar imprevistos
Los hábitos asociados a las situaciones predecibles aumentan nuestra sensación de que "tenemos el control" sobre aspectos clave de nuestro entorno. Como dice el refrán, para nuestro cerebro Más vale malo conocido que bueno por conocer. Porque esa sensación de control nos aporta seguridad.
Sin embargo, no todo es predecible. Un cerebro bien adaptado debe oscilar entre la confortable repetición de las pautas y la necesaria dosis de manejo de imprevistos. Porque si ocurre algo inesperado, resulta muy útil que no cunda el pánico por salirnos de lo habitual. Es más, sobrerreaccionar ante cambios repentinos puede relacionarse con la aparición de trastornos como la ansiedad.
Otro detalle a tener en cuenta es que, por todo lo que acabamos de explicar, una vez que nos acostumbramos a algo, nos resulta tremendamente difícil vencer la rutina. Resulta durísimo cambiar de hábitos. Y todo porque en nuestro cerebro se han consolidado una serie de pautas y hemos aprendido bien qué hay que hacer en esa situación.
Lo dice la neurociencia
Si cuando terminen las vacaciones veraniegas le invade la nostalgia, consuélese: su cerebro estará encantado de regresar al mundo de lo cotidiano y lo previsible. Aunque está muy bien darse una vuelta por el merecido disfrute veraniego con nuevos horarios y comidas, lleno de sorpresas, es fundamental que sea un paseo fugaz. Neurocientíficamente hablando, somos una especie de costumbres.
Susana P. Gaytan, Profesora Titular de Fisiología, Universidad de Sevilla.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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