Si uno se cruza con Pedro Luis por la calle, es difícil saber por qué lleva esa especie de esparadrapo adherido a la cabeza y conectado con una mochila a la espalda. Este madrileño de 36 años es un superviviente del tipo de tumor cerebral más agresivo que existe, el gliobastoma, y lo que lleva en la cabeza son una serie de electrodos que le ayudan a contener el avance de la enfermedad. "Los electrodos cubren prácticamente todo el cuero cabelludo", explica a Next. "Son cuatro parches y cada parche tiene una docena de pequeños electrodos. Cada tres días se despegan y te tienes que poner unos nuevos".
Un 43% de los pacientes sigue vivo a los dos años frente al 29% anterior.
Pedro Luis es uno de los 700 pacientes que participan en un ensayo clínico de esta nueva terapia que se lleva a cabo en doce países. Recientemente se han hecho públicos los resultados preliminares de 315 de estos pacientes tras un seguimiento de entre 18 y 60 meses. "A la mitad se les ha puesto el tratamiento estándar y al resto se les ha aplicado esta terapia de campos eléctricos", explica la doctora María Martínez, oncóloga del Hospital del Mar que ha supervisado el tratamiento de varios pacientes en Barcelona. "Lo que se ha visto es que es que llevar el aparato incrementa la supervivencia libre de progresión unos tres meses". En otras palabras, la supervivencia media de las personas que usan el aparato fue de 19,6 meses frente a los 16,6, algo que puede parecer poco pero que para los pacientes y las familias es un mundo. Y un dato más esperanzador: a los dos años, un 43% de los pacientes tratados con el aparato seguían vivos, frente al 29% de los que habían sido tratados solo con quimio.
El dispositivo es una creación de la compañía Novocure y se basa en el descubrimiento, hace unos años, de que una corriente eléctrica puede impedir que las células tumorales se reproduzcan. "Los órganos dentro de la célula tienen unas cargas eléctricas que hacen que se sitúen de una manera determinada antes de dividirse", explica la doctora Martínez. "Y estos campos alternantes lo que hacen es romper esa división". Una vez interrumpido el proceso, la célula tumoral muere por apoptosis. Lo interesante en el caso del glioblastoma es que la corriente puede impedir la división de las células tumorales, que se multiplican más rápidamente, y no afecta a las células sanas. La compañía está haciendo ensayos con el mismo sistema en otros tipos de tumor agresivos, como el de páncreas.
El tratamiento, aprobado por la FDA en EE.UU. pero en fase de pruebas en Europa, consiste en llevar los electrodos puestos unas 22 horas al día, casi continuamente y siempre conectados a una batería que pesa varios kilos. Aunque se pueden hacer descansos periódicos, Pedro Luis se aferra a su única esperanza. “Para mí ahora mismo lo más importante es la enfermedad”, asegura. “Yo he llegado a no ducharme muchos días con tal de no quitarme la máquina”. A él le detectaron el tumor cerebral en septiembre de 2013, tras un ataque epiléptico y parecía benigno hasta que se reprodujo después de la primera operación. Tras la segunda intervención, y la quimio, pasó a formar parte del ensayo clínico en el que participa la Fundación Jiménez Díaz. “Empecé con los campos eléctricos en julio de 2014 y llevo ‘limpio’ de cáncer un año”, bromea.
"Yo estoy viviendo de prestado", confiesa Manel, consciente de que el glioblastoma es una enfermedad incurable con una altísima mortalidad. Este catalán de 66 años participa en el ensayo clínico supervisado por la doctora Martínez en Barcelona. De los cuatro casos que participaban, a dos se les dio solo quimioterapia y a Manel y otro paciente se les aplicó la terapia de campo eléctrico (TTF). El otro paciente con terapia no dio resultados positivos y falleció. "El índice de supervivencia de este tumor está en torno a los 15 meses y Manel lleva 20 meses sin que se haya reproducido", explica su médico.
El sistema sería complementario a la quimio y radioterapia
Los problemas de Manel se manifestaron el 6 de mayo de 2013, cuando su hijo lo encontró inconsciente en su casa tras varias horas. Tras la operación, recibió la radio y quimioterapia, y los médicos le explicaron que podía acogerse a un programa experimental. Le pareció que no tenía mucho que perder. "Empecé el tratamiento el 18 de septiembre de 2013", explica Manel, "o sea, que llevo año y pico". Con su actitud vitalista, está empezando a recuperar una vida casi normal, entre Barcelona y Bañolas, y fantasea con poder esquiar un ratito en las próximas semanas. "Yo hacía gimnasia, bicicleta, submarinismo...", explica este jubilado que dedicó su vida a la fabricación de lámparas. "Para mí no es una vida del todo normal. Intento hacer algunas cosas, pero tengo que ir con mucho cuidado".
Manel muestra los electrodos y la mochila que le sirven de terapia.
El principal inconveniente del sistema es la incomodidad de tener que raparse la cabeza y cambiar los electrodos cada tres días, además del hecho de que cualquier aumento de temperatura, por actividad o porque le dé el sol, dispara las alarmas del dispositivo. "Eso y que tienes que dormir con ello y moverte con una mochila que pesa cuatro o cinco kilos", añade Manel. "Pero si lo comparas con la quimio, diría que es un 3 en molestias frente a 10". A Pedro Luis el sistema también le parece incómodo pero no le impide jugar con su hijo de tres años ni acudir a su trabajo cada mañana, en una oficina bancaria. “Pedí el alta voluntariamente”, relata, “porque no quiero quedarme en casa encerrado”.
“Siendo un paso positivo, no conviene dar falsas esperanzas”.
La principal ventaja de los campos eléctricos frente a la quimioterapia, recuerda la doctora Martínez, es que no tiene los desagradables efectos secundarios sobre el organismo. "Los únicos efectos secundarios es que puede dar problemas en la piel, una dermitis, por el hecho de llevar todo el día los electrodos", apunta. En cualquier caso, recuerda, si el ensayo clínico siguiera con éxito y se aprobara definitivamente la terapia, no sería un sustitutivo de las terapias actuales, sino un complemento, además de un tratamiento costoso (unos 21.000 dólares al mes, según The New York Times). "Lo interesante en este caso – y sin dar falsas esperanzas - es que los especialistas en este campo llevábamos años sin ver nada que tuviera un impacto en la supervivencia”, asegura.
“Hasta ahora el diagnóstico de este tipo de cáncer era el aviso de una muerte rápida”, explica el doctor Daniel Aguirre, neurocirujano de la Jiménez Díaz. El ensayo clínico ha tenido unos resultados preliminares tan buenos, recalca, que se ha decidido que los pacientes del grupo de control también pasen a recibir el tratamiento. “No sería ético no ofrecérselo”, explica el médico, y ahora se ha puesto en marcha el proceso burocrático para que llegue a más pacientes. Aún así, es importante recalcar que ningún tratamiento cura. Lo que se busca, insiste Aguirre, es “incrementar el periodo de supervivencia con una mínima calidad de vida”.
“El hecho de que Pedro Luis haya pedido el alta es algo que no se había visto en estos casos”, recalca el doctor Aguirre. “Hasta ahora, cualquier paciente con glioblastoma estaría en tratamiento de quimioterapia y habría estado de baja el resto de la enfermedad”. El nuevo tratamiento, explica el médico, es una esperanza para un tipo de enfermos que no tienen ninguna esperanza. Un 1 o 2% de los casos que más tiempo llevan – y que se presentan como ejemplo en los congresos - siguen viviendo a los dos años sin que reaparezca el cáncer. Y eso, a pesar de ser poco, es mucho más de lo que sucedía hasta ahora.
Porque en el glioblastoma, las cifras reales te bajan enseguida los pies al suelo. En el ensayo que se llevó a cabo en la Fundación Jiménez Díaz, por ejemplo, participaron otros dos pacientes además de Pedro Luis y todos recibieron el tratamiento. “Uno de ellos falleció a los pocos meses sin que hubiera casi oportunidad de ponerlo en marcha”, relata el doctor, “y el otro ha tenido una reaparición del tumor y le han vuelto a operar”.
Siendo dos de los casos exitosos, las perspectivas para Pedro Luis y Manel son llevar el dispositivo unos meses más, con la esperanza de que siga frenando el avance del tumor mientras se realizan pruebas periódicas. “Me dijeron que tengo que llevarlo como mínimo dos años y cuanto más tiempo lo lleve mejor”, asegura Pedro Luis. Su obsesión por no quitarse la máquina ni un minuto es su manera de aferrarse a la vida. “Es lo único que depende de mí, lo único que puedo controlar. Pero es que quiero ver crecer a mi hijo”, dice emocionado. Para Manel, de momento, es un regalo seguir vivo un día más. "¿Sabes cómo disfruto?", pregunta. "Cocinando. Hago la comida, estoy pendiente de la casa, tengo que estar pendiente de algo. No veo nada por la derecha y la medicación contra la epilepsia me hace difícil concentrarme, pero aún así estoy muy contento de estar ahí, porque veo salir el sol cada día".
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