El trabajo del arqueólogo español Marcos Martinón-Torres, investigador de la Universidad de Cambridge, es el ejemplo perfecto de que a veces las historias más interesantes del pasado no están en las vitrinas principales del museo, sino en pequeños detalles o en los almacenes que casi nadie visita. Su último descubrimiento, publicado en la revista American Journal of Archaeology, surgió revisando con su colega Borja Legarra las decenas de pequeños fragmentos de oro en los archivos del Museo Arqueológico de Agios Nikolaos, en la isla de Creta, demasiado pequeños e incompletos para ser expuestos. “Estaba mirando los fragmentos del depósito y, más tarde, al ver los objetos que tenían expuestos en el museo, se me encendió la bombilla”, recuerda. “Algunos tenían claras marcas de corte”.
Lo que vieron Martinón-Torres y Legarra fue que los fragmentos encontrados en numerosas tumbas de la isla desde la década de 1970, y “olvidados” en los almacenes del museo, eran partes de otras diademas y objetos decorativos de gran valor como los expuestos en las vitrinas principales. Y que alguien se había molestado en trocear y repartir entre la población durante una horquilla de tiempo de entre 400 y 500 años hacia el 2000 a.C. “Todos los objetos los fueron cortando y partiendo para repartirlos”, explica a Vozpópuli. “Los únicos “no rotos” son de dos tipos: o bien cuentas de collar o bien estas hojitas con las que formaban ramilletes y diademas. Al ver los fragmentos y comparar las formas y composición para encontrar cuáles encajaban, vimos que en algún momento habrían sido parte de un ramillete y alguien las separó”.
El hallazgo de Martinón-Torres se enmarca dentro de un proyecto de investigación para el que el Consejo Europeo de Investigación (ERC) les acaba de conceder 2,5 millones de euros. Bajo el nombre de ‘Reverseaction’ (un juego de palabras que evoca el estudio de acciones colectivas mediante ingeniería inversa), estudiarán este tipo de “sociedades complejas sin Estado” a través de sus objetos y ahondarán en una hipótesis: la de que el oro tuviera un valor diferente al asociado habitualmente a las sociedades jerárquicas y tuviera un rol más cooperativo y de cohesión social.
Bajo esta perspectiva, explica el arqueólogo español, se explica mejor por qué todo ese oro aparece “roto” en los objetos que se almacenan en los museos de Creta. “Hay piezas en las que los dos trozos están en tumbas diferentes”, explica. “Creemos que el oro pudo tener un valor en sí mismo más que como objeto acabado y ese valor simbólico es un valor que se repartía. Tal vez preservando lazos de unión entre las personas que tenían trozos del mismo objeto, que podían ser vivos y muertos”.
“Estamos viendo maneras muy diversas de interactuar con los materiales. Tenemos que olvidarnos de que los valores del oro son universales”
En el trabajo publicado este verano, a partir del análisis de 90 objetos del museo, los investigadores revelan que estos tuvieron “una larga vida de usos, reutilizaciones y reparaciones” y muestran “ejemplos de fragmentación deliberada mediante el corte, el desgarro o la separación en partes”. A su juicio, este descubrimiento abre una vía interesante para tener en cuenta a la hora de estudiar el uso del metal en otras culturas y civilizaciones.
“Lo que estamos viendo es que hay maneras muy diversas de interactuar con los materiales”, asegura Martinón-Torres. “Tenemos que olvidarnos de que los valores del oro son universales, eso es una convención moderna. Asumir que el oro que encontramos pertenecía a una persona poderosa y que era un cacique y tenía poder es en parte una herencia de la colonización europea que encontraba otras culturas y las describían con las referencias que tenían”. Este hallazgo y otros anteriores, sugieren que quizá deberíamos empezar a mirar todo esto de otra manera.
Culturas que entierran el oro
La idea de que el valor del oro no es universal empezó a forjarse en la mente de Martinón-Torres hace más de una década, a partir de un trabajo publicado en 2007 en el que analizaban los objetos con los que eran enterrados los miembros de la élite de los taínos, los indígenas con los que contactó Colón al desembarcar en las islas del Caribe. “Curiosamente”, explica, “los objetos que más valoraban estos indígenas eran los de latón europeo, que era como el plástico de hoy. Estaban especialmente interesados en las agujetas de los cordones de los zapatos, que se hacían de latón, y ellos los convertían en pendientes sagrados a cambio de oro”.
Desde entonces, el arqueólogo de Cambridge se interesó en otras sociedades complejas en las que el oro no formaba parte del poder coercitivo de las jerarquías ni se le asignaba el valor de ostentación que le damos las sociedades actuales.
“Vemos sociedades como las de la Creta Prepalacial y otras en la Colombia precolombina donde el valor del oro no es fundamentalmente económico”, asegura Martinón-Torres. “Sus miembros prefieren aleaciones con contenido de oro mucho más bajo. Y no es un valor necesariamente de ostentación, porque muchos de estos objetos los entierran”. En el caso concreto de la cultura colombiana de los Muiscas, manufacturaban figuras de oro muy complejas y las enterraban con fines simbólicos. “Van a por el oro, lo convierten en figuritas y las meten en un agujero o en una cueva”, apunta el científico. “Para ellos lo económico no es lo fundamental. Y tampoco la ostentación”.
Los especialistas sospechan que los Muiscas no son la única cultura de América en la que el cobre es más valioso que el oro. “Es lo mismo que vemos en China, donde antes de la Edad de Hierro no les interesaba el oro porque tenían jade”, apunta Martinón-Torres. Es por eso que dentro del proyecto ‘Reverseaction’, financiado ahora por el ERC, Martinón-Torres y su equipo se proponen profundizar en el estudio de estos sistemas sociales a partir de sus objetos. “El principal foco de interés es en Colombia”, adelanta a Vozpópuli, “pero también estamos trabajando en Chile, Zimbabwe, Escandinavia y hasta en los castros de la Península Ibérica, lugares donde el oro quizá no materializaba ese poder individual, jerárquico y coercitivo”.
Una nueva lectura de los objetos
Volviendo al caso de Creta, el arqueólogo español insiste en que la lectura tradicional es que en esas tumbas el oro es un material de prestigio y poder y que aquellos se enterraban con oro tenían un mayor poder político y reconocimiento social. “Nosotros lo estamos revisando porque, tal y como ya había señalado mi amigo Borja Legarra anteriormente, en estos contextos - en torno al 2000 a C - lo que encuentras son tumbas colectivas, no individuales, y aunque encuentres oro en ellas nunca lo puedes asociar a un individuo concreto. Y hallamos oro en un montón de tumbas, no es que tengas solo en dos o tres”. Además, cuando analizan los objetos bajo el microscopio y químicamente, señala, observan que diferentes tumbas tienen trozos de los mismos objetos que se han recortado y repartido, lo que les lleva a pensar que el oro se reparte simbólica y fisicamente.
“Creemos que aquí el oro une más que divide y que las relaciones que se están priorizando son las horizontales"
“Y si a esto añadimos que el oro en Creta siempre lo estiran lo más posible, y que hay un montón de personas participando en la fabricación de esos objetos, incluidos niños y no especialistas, y que son objetos con biografías muy largas, que se cortan, se reparan…”, concluye, “la impresión que tenemos es que el oro une más que divide y que las relaciones que se están priorizando son las relaciones horizontales entre pares y no marcando diferencias verticales entre jerarquías. Eso es que estamos empezando a ver en varios lugares y quiero seguir explorando, tanto en oro como en otros materiales que tradicionalmente consideramos ‘de lujo’”.
Referencias: Heterogeneous Production and Enchained Consumption: Minoan Gold in a Changing World (ca. 2000 BCE) (AJA) | Metals, microanalysis and meaning: a study of metal objects excavated from the indigenous cemetery of El Chorro de Maíta, Cuba (Journal of Archeological Science)