“Pensé que debía haber algo que podríamos hacer con aquello. Y me golpeó. Las cáscaras de las gambas se parecen al plástico. Solo necesitaba saber qué las hacía parecerse al plástico. Así que cogí kilos y kilos de gambas y las llevé al laboratorio para empezar a experimentar. Fue un poco apestoso, pero después de muchos madrugones y noches en vela, finalmente funcionó. Descubrí que el caparazón de las gambas contiene un polisacáraido llamado quitina, lo extraje para combinarlo con fibroina y con estos componentes pude componer este plástico biodegradable”. Un instante después de pronunciar estas palabras, la joven que habla sobre el escenario saca un film del nuevo material y el público rompe en aplausos. Es el momento culminante de la charla TED de Angelina Arora, una estudiante australiana de 16 años que se ha hecho famosa por haber tenido una de esas ideas inspiradoras que pueden “cambiar el mundo”.
Aunque la charla tiene un año y la adolescente desde 2018 explicando la historia de este “descubrimiento”, por el que ha recibido algunos premios, esta misma semana volvía a ser actualidad después de que la revista Forbes recuperara la historia y el mismísimo Foro Económico Mundial se hiciera eco en sus redes sociales. Por ahí le llegó la noticia al español Javier G. Fernández, investigador de la Universidad de Tecnología y Diseño de Singapur (SUTD), quien lleva años investigando estos nuevos biomateriales y quien, cuando oyó las afirmaciones de la niña, no salía de su asombro. “Lo más sorprendente es que en esta charla habla de añadir la misma proteína que había añadido yo y que la noticia la ha cubierto gente que incluso había hablado de nuestro trabajo científico”, explica a Vozpópuli. “Una cosa es que no compruebes la veracidad de una noticia y otra que ni siquiera compruebas tu propia publicación”, añade. “Y eso significa que, una de dos, o no has googleado o lo has hecho y has pensando que la historia de la chica de 14 años es mucho más interesante que la historia real”.
Un viaje en el tiempo
Para conocer la “historia real” debemos viajar en el tiempo y trasladarnos hasta otra charla. Estamos en 2010 y se celebra a puerta cerrada en una de las salas de la Universidad de Harvard. En aquel momento Javier trabaja para el MIT y explica al auditorio su línea de investigación sobre el quitosano, una variante de la quitina de las gambas que se utiliza en dispositivos médicos. Lo que Javier trata de averiguar, explica, es cómo podía utilizar aquel tipo de biomateriales de modo escalable para su producción en masa. En la sala está Don Inberg, quien acaba de abrir el Instituto de Tecnología Bioinspirada del Instituto Wyss, y nada más terminar le propone que se una a él en la Universidad de Harvard.
Los dos años siguientes fueron quizá los más productivos en la carrera científica de Javier G. Hernández. Buceando en las bibliotecas de la vieja universidad y mediante experimentos en el laboratorio, trató de encontrar la forma de que el quitosano fuera estable en agua, como sucedía en la naturaleza. “Si queríamos usarlo para aplicaciones grandes necesitábamos saber cómo la naturaleza resolvía aquel problema, y ahí es donde empezamos con la ingeniería bioinspirada”, recuerda. Las moléculas de la quitina (gambas) y las del quitosano (que se encuentra en los champiñones) se conocen desde hace dos siglos, pero como no se sabía qué hacer con aquel material se tiraba o se usaba como fertilizante por su alto contenido en nitrógeno. Tras meses de trabajo, Javier se dio cuenta de que la quitina nunca aparecía sola, sino asociada con la proteína de la seda, la fibrina. "Y ahí es donde surge la idea”, recuerda. “Fue nuestro momento eureka. Si combinas el quitosano con la fibroína, como se combina en el esqueleto de los insectos, lo que tienes es un material que es dos veces más fuerte que el material mas fuerte que tú estás buscando”. Allí se materializó la idea de la creación de un material alternativo al plástico, que bautizaron como “Shrilk”, por la mezcla de shrimp (gamba) y silk (seda) y con el que fabricaron vasos, hueveras y todo tipo de objetos y publicaron artículos en las revistas más prestigiosas.
“Si te fijas, hasta alguna de las imágenes de la charla, como la de la niña aguantando una lámina del material, verás que hasta las fotos se parecen”, explica Javier en videoconferencia desde Singapur. “No entiendo realmente cómo nadie lo ha comprobado”. Sobre la afirmación de la adolescente de que están buscando cómo patentar el sistema, Javier se muestra despreocupado, pues hace una década que la Universidad de Harvard y él tienen registradas la investigación y la idea. “Nadie te va a dar una patente por algo que ya está patentado. Lo que dice es que está pendiente de patentes y tal. La patente del Shrilk es nuestra, nadie puede coger fibroina y quitosano y ponerlas juntas”. En su opinión, la charla de la joven estudiante no obedece a un interés comercial de explotar la idea. Cree más bien que la adolescente se ha visto envuelta en una espiral mediática de la que probablemente sea muy difícil salir a esa edad. El investigador recuerda que varios años después de sus trabajos se publicó un artículo científico de la American Chemical Society donde se daban instrucciones para convertir su investigación en una actividad en colegios e institutos. No es difícil imaginar que la estudiante hiciera la práctica y a partir de ahí comenzara su fantasía de haber inventado algo nuevo.
“La patente del Shrilk es nuestra, nadie puede coger fibroina y quitosano y ponerlas juntas”
“Sus padres estarán superorgullosos, que haya llegado hasta el punto de que puede reproducirlo está muy bien, es una chiquita muy echada para delante”, asegura Javier. “Pero cuando llegas hasta el “yo lo he inventado” y ves una década de tu trabajo explicado con “es que veía que las gambas parecían plastiquete y las reproduje”, te resulta un poco insultante”, se queja. “Y te resulta insultante que alguien piense que la ciencia que nosotros hacemos es una cosa que puede hacer una persona de 14 años en su casa. Nosotros queríamos trasladar esto para que la gente lo pudiera hacer en su casa, pero no funciona en la otra dirección: no es que tú lo hagas en tu casa y se convierta en ciencia”.
De la fantasía a la realidad
Una de las mayores paradojas de esta situación es que la joven Angelina Arora está expresando una aspiración que ya se ha puesto en marcha y ha tenido su propio recorrido. Javier G. Fernández ha fundado su propia empresa y después de diez años de investigaciones ha llegado a una solución sostenible y real alternativa al plástico, aunque la realidad se ha encargado de descartar lo que parecía muy lógico antes de ponerlo a prueba. “Cuando alguien te plantea una idea como esta y te dice que quiere hacer esto a partir de las cáscaras de gambas, la primera pregunta lógica es: ¿hay suficientes gambas en el mundo para sustituir todo el plástico? Y la respuesta es no”, explica Javier. “Es imposible, estamos hablando de un orden de magnitud. Y esa pregunta es la primera que te tiene que surgir cuando alguien esto. Criar gambas para producir plástico va a crear un problema medioambiental enorme, porque las gambas destruyen ecosistemas, están continuamente removiendo el suelo, consumiendo y además crecen superrápido”.
“¿Hay suficientes gambas en el mundo para sustituir todo el plástico? La respuesta es no”
A su juicio, los medios se han saltado algunas de estas preguntas porque la historia de una adolescente “salvando” el mundo es demasiado suculenta. “Si abres las noticias, cada dos días tienes una noticia así, si no es esta chiquita es un chico que ha inventado la fusión nuclear en Canadá o un niño que intentado unas baterías mucho mas eficientes en su garaje en Australia. Da igual. Y te das cuenta de que es irreal, la ciencia no se hace así”, asegura. “Con 14 años puedes tener mucho interés en la ciencia, pero no puedes hacer ciencia a este nivel”.
“Con 14 años puedes tener mucho interés en la ciencia, pero no puedes hacer ciencia a este nivel”
Otros ejemplos recientes son el del joven que montó la iniciativa The Ocean Cleanup para limpiar el océano de plástico que resultó ser un fiasco o el papel de la activista Greta Thunberg, cuyas afirmaciones idealistas están en ocasiones alejadas de la realidad científica sobre el cambio climático. Respecto a los medios, casos como el de Marta Rodríguez de la Torre, que afirmaba ser “la mujer más inteligente de España”, o Benito Muros, el empresario que vende “la bombilla eterna”, muestran a las claras que una buena historia puede ser repetida una y otra vez sin que los periodistas se planteen su veracidad y el respaldo científico de sus afirmaciones. “O es poco entendimiento por parte del medio o es simplemente el clickbait”, reflexiona Javier. "Y te da pena porque realmente te das cuenta de que la chiquita estas es simplemente la herramienta”.
La experiencia de Javier en estos años es una buena lección sobre el largo camino que separa una aspiración bienintencionada de lo que se puede hacer de manera verdaderamente sostenible. De hecho, en su nuevo proyecto para aprovechar estos materiales, Javier y su equipo hace tiempo que tuvieron que prescindir de las gambas y fijarse en otros artrópodos más fáciles de criar y de los que extraer la quitina. “Nosotros seguimos con esta misma línea pero diez años más tarde”, explica. “El coste de la quitina sigue siendo alto, y sobre todo aprendimos que la quitina es un material muy bueno para hacer cosas en dos dimensiones. Nosotros ahora construimos un material que es una combinación de 10% de quitina y 90% celulosa. ¿Por qué? Porque eso nos permite bajar el coste tremendamente y construir en 3D”.
https://youtube.com/watch?v=QepQaXq7FMQ
Para su sueño de crear un material bioinspirado alternativo al plástico, Javier y su equipo han tenido que introducir, además, otros procesos intermedios y lo han asociado al concepto de economía circular. En un trabajo de hace apenas unas semanas proponen un modelo para megalópolis como la ciudad-estado de Singapur en el que la provisión de la quitina necesaria para fabricar viene de los propios residuos generados por sus ciudadanos. Por un lado se obtiene la celulosa del reciclado del papel y cartón, por otro se usa una granja de insectos. En este caso han sustituido las gambas por la mosca negra soldado (Hermetia illucens) que devora la basura orgánica, crece y proporciona - después de un procesado - la quitina necesaria para fabricar el nuevo material, que han bautizado como FLAM. Este producto se acerca al ideal con el que sueña la adolescente australiana, es biodegradable, tiene una huella de carbono inferior al plástico y, con características parecidas a las de la madera, sirve a Javier y su equipo para fabricar objetos desde medio milímetro a cinco metros. “Esa es la última parte de nuestro trabajo, podemos hacer una cosa que sea mucho más barata y que nos permita producir a toda velocidad en cualquier parte del mundo”, asegura. “Usas menos quitina y encima está ligada a un proceso ligado la actividad humana, cuanta más actividad humana tengas, más comida estas produciendo y más quitina puedes producir. Esas son las piezas que buscábamos encajar”.
El FLAM es biodegradable, tiene una huella de carbono inferior al plástico y se parece a la madera
La quitina y el quitonaso se siguen usando por otra vía, y el shrilk lo explota una empresa coreana lo usa para lentes de contacto, parches y otras aplicaciones médicas, un mundo en el que los costes más altos no son un problema. En el ámbito de la producción en masa, los trabajos científicos han llevado a los investigadores a renunciar a unos materiales y quedarse con otros, con ventajas e inconvenientes. “Cuando quieres sustituirlo todo, tienes que jugar con las reglas de la manufactura de ahora”, relata Javier Fernández. “En los meses después de publicar esto en Harvard, yo he tenido a Procter & Gamble, a Johnson & Johnson, a toda esta gente sentada en mi despacho discutiendo cómo podemos hacer esto. A pesar de que teníamos una solución que era genial, no éramos competitivos con la tecnología existente. Si realmente queríamos meter esto dentro de la solución, nos quedaba un montón de trabajo que hacer”.
Sobre la charla TED en la que una adolescente se apropia de sus ideas, a Javier le preocupa más la espiral a la que han arrastrado a la chica, quizá por intereses de terceros. “Hay mucho merchandising alrededor de lo ecológico y es muy poco lo que se indaga”, resume. “Una de las cosas que nos dimos cuenta hace una década es que todo el mundo es ecologista hasta que requiere sacrificios. Si a ti te viene una empresa y te dice que quiere ser sostenible pero dices este material cuesta cinco veces más, pues igual ya no quiere ser sostenible”. Para cambiar el mundo, concluye, hay que adaptarse a las reglas del juego y ofrecer la mercado algo sea al menos igual o mejor que lo que hay ahora. “Si tienes una empresa de juguetes y eres superecologista, puedes apostar por un material que no es competitivo, pero tu vecino no no va a hacer", apunta. "Así es como funciona el mercado. Podrás cambiar las reglas con el tiempo, pero ahora mismo tienes que jugar con las que hay”.
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