Los nombres científicos de los seres vivos no suelen generar controversia. Sin embargo, está en pleno auge la polémica internacional en torno al contenido ético de nombres de las especies. En la carambola de efectos posibles, la magnolia dejaría de llamarse magnolia.
Algunos reformistas proponen revisar nombres para evaluar casos que consideran inapropiados y renombrar esas especies, atendiendo a la denominada “justicia social”.
Hay ya algunos casos aplicados a los nombres comunes de las especies que siguen esa tendencia reformista. Por ejemplo, la Sociedad Estadounidense de Ornitología (AOS, por sus siglas en inglés) cambiará el nombre común de las aves que tengan nombres de personas, incluyendo los vinculados con un pasado racista. En 2020, la organización ya cambió el nombre del gorrión de McCown, nombrado en honor a John P. McCown, un naturalista aficionado y general del ejército confederado durante la Guerra Civil, considerado como un recordatorio doloroso de la esclavitud y el racismo.
Pero el movimiento quiere ir más allá y comenzar a revisar también los nombres científicos. Y esto tiene otro tipo de consecuencias, porque son nombres consensuados a escala internacional.
Un total de 1.563 firmantes procedentes de más de 100 países hemos publicado en BioScience con esta iniciativa nuestra disconformidad. ¿Significa esto que los firmantes estamos en contra de la justicia social? Obviamente no.
Acacias y romero
Los cambios de nombres en las especies no son tan raros. Existen tres casos de plantas que recientemente fueron sujetas a cambios de nomenclatura por razones científicas: Acacia, Mimulus y Salvia, todos controvertidos. A pesar de que los argumentos para el cambio en esos casos eran puramente científicos, generaron controversia y resultaron de difícil encaje y asimilación. Es previsible que los cambios que ahora plantean los reformistas, basados en criterios subjetivos y discutibles, puedan resultar aún más problemáticos.
Nombres que pueden interpretarse como un insulto
Por ejemplo, existe una petición que solicita eliminar de la nomenclatura de plantas el término “caffer” (cafre) y sus derivados porque esa palabra es un insulto racista en Sudáfrica. Medio centenar de plantas lleva alguna variante del término, entre ellas Erythrina caffra y Plantago cafra, y todas tendrían que ser renombradas.
Sin embargo el uso original de la palabra en biología no guarda esta relación, sino que alude a Kaffraria, nombre antiguo para cierta región de África.
La corriente descolonizadora
Se ha propuesto que la nomenclatura biológica es una imposición colonial y que, antes de que Occidente acuñara nombres científicos, muchos seres vivos ya tendrían nombres en los idiomas locales. Una propuesta neozelandesa pide que el nombre científico aceptado para los seres vivos de Nueva Zelanda pase a ser su nombre nativo en maorí. La propuesta parecería fácil de aplicar porque, potencialmente, habría un único nombre maorí para cada especie. Pero es problemático hacerlo extensivo a otros casos.
El coco (Cocos nucifera), por ejemplo, habita en decenas de países de cuatro continentes. Obviamente en las regiones donde crece, al coco se lo llamaría con nombres nativos antes de que ocurriera la descripción científica formal. De todos los posibles idiomas, ¿a cuál le otorgamos el derecho sobre el nuevo nombre?
El escarabajo de Hitler y las magnolias
En muchas ocasiones se utilizan nombres dedicados a personas, es decir, epónimos. Un ejemplo sería Magnolia, que conmemora a un botánico francés del s. XVII, Pierre Magnol, y que además ya se ha convertido en el nombre común de la planta. Múltiples peticiones solicitan destituir epónimos cuando están dedicados a personalidades controvertidas, e incluso retirarlos todos, en aras de la neutralidad. Esto último haría que las magnolias dejaran de llamarse magnolias.
El caso que se abandera, y produce un rechazo unánime, es Anophthalmus hitleri, un escarabajo dedicado a Hitler. La dedicatoria es clara y el nombre no es neutro en su significado. Pero en la mayoría de los epónimos rara vez se entiende a quién se dedica una especie –más allá de quienes estudien ese grupo de organismos– y en su uso son, entonces, neutrales. Además, tengamos en cuenta que si evaluamos a cada persona a la que se ha dedicado una especie, pocos casos serán tan claros como el de Anophtalmus hitleri.
Héroes y villanos
Teniendo en cuenta que los códigos de nomenclatura son universales, si tenemos que juzgar un caso no podemos hacerlo únicamente bajo la perspectiva occidental. ¿Bajo qué prisma cultural lo hacemos entonces?
En el ejemplo particular de que un ser vivo esté dedicado a alguien que es un villano en una cultura, pero un héroe en otra, ¿a quién atendemos a la hora de aplicar la censura? Por ejemplo, existe un género de plantas, Colona, dedicado a Cristóbal Colón. Además de muchas otras especies de otros géneros que se nombran por él a través de algún lugar llamado en su honor como Epidendrum colombianun, un tipo de orquídea, o la hojuela de agua, Wolffia columbiana, que pertenece al género de plantas con las flores más pequeñas del mundo.
¿Quién garantiza que lo que hoy se cree adecuado en el futuro no lo sea y se demanden nuevas revisiones? Los nombres de las especies dejarían de ser estables y su función de desambiguador universal quedaría comprometida.
El papel de la nomenclatura biológica es exclusivamente la comunicación científica, la comunicación universal, permitiendo que hablantes de idiomas diferentes puedan referirse a un mismo organismo y deben considerarse neutros. Así, al gato nos referimos en todo el planeta como Felis catus. Y eso evita ambigüedades y confusiones.
El árbol canario que no existe en Canarias
Inicialmente, los nombres de las especies pretendían funcionar como descriptores cortos. Por ejemplo, Homo sapiens traduce como “humano sabio”. Sin embargo, los nombres de las especies no tienen por qué guardar sentido alguno, hasta el punto de que pueden inducir a confusión y aún así ser válidos y mantenerse en uso.
Un caso conocido es Quercus canariensis, que traduce como “roble canario”. Pese a su nombre no existe en las Islas Canarias, sino que es nativo de la Península Ibérica. De hecho, fue nombrado “canariensis” por error. ¿Por qué no se corrige? Porque los códigos buscan minimizar el número de cambios en aras de la estabilidad, ya que la estabilidad en los nombres garantiza que la comunicación científica sea fluida no solo en el presente sino que, siempre que se pueda, lo sean también en el tiempo.
Los códigos de nomenclatura han evolucionado desde la intención inicial de crear descriptores a meramente acuñar desambiguadores que no necesitan tener sentido semántico. De hecho, volviendo al ejemplo del gato, más allá de las etimologías de “Felis” y “catus”, el resultado de encadenar estas dos palabras simplemente significa “gato”.
Mirar al futuro
La justicia social es necesaria, pero el énfasis debe estar en el futuro. La ciencia no debe ignorar los problemas generalizados de la sociedad, y hay que trabajar prospectivamente para evitar que se perpetúen.
Los biólogos debemos ser responsables y considerar la ética para evitar causar daño. Por ejemplo, incluir referencias culturales en los nombres nuevos o consultar expertos locales para evitar nombres que resulten ofensivos.
Algunos ejemplos de nombres acuñados siguiendo estas buenas prácticas incluyen la hormiga africana Pheidole klaman, donde “klaman” significa “bello” en la tribu Akan. O el dinosaurio asiático Yi qi, que en chino significa “ala extraña”.
Surgirán acciones hacia una nomenclatura más inclusiva mediante la colaboración entre científicos de todos los países. Pero sobre todo abogamos por preservar el inmenso valor de los sistemas de nomenclatura actuales, que permiten la comunicación universal y han contribuido al actual desarrollo de la biología.
Pedro Jiménez Mejías, Investigador Ramón y Cajal, Botánica, Universidad Pablo de Olavide.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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