Dos terremotos de magnitud 7,8 y 7,5 en la escala de Ritcher han sacudido Turquía y Siria el lunes 6 de febrero. Los sismos se han saldado con más de 3 000 fallecidos y miles de heridos. Ante semejante catástrofe, cabría preguntarse una vez más por qué, dada la tecnología de la que disponemos hoy en día, este tipo de fenómenos siguen pillándonos desprevenidos.
Lamentablemente, no todo es predecible en ciencia. En general, el futuro no es predecible. No se puede predecir el clima con exactitud más allá de una semana, ni se pueden predecir los terremotos. Y esto no es culpa de los meteorólogos ni de los geólogos. Recordemos el principio de indeterminación de Heisemberg: o sabemos la velocidad de un electrón, o su posición. Las dos cosas a la vez no se puede.
Las zonas críticas de la cuenca mediterránea
Los geólogos tenemos muy bien cartografiadas las fallas –fracturas en la corteza terrestre producidas por un desplazamiento entre dos bloques de roca– que van a provocar sismos importantes.
La magnitud máxima del terremoto que una falla puede generar depende de su longitud. En Europa y la cuenca mediterránea, la falla de mayor recorrido es la del norte de Anatolia, similar a la falla de San Andrés en California. Las del norte y este de Anatolia, junto con la del Jordán, son fallas en dirección (desgarres).
En el Egeo, la actividad sísmica es muy notable y está asociada a fallas normales (extensivas), mientras que los sismos de mayor magnitud deberían producirse en zonas de subducción (Creta-Chipre, Calabria) o protosubducción, como en las montañas Tell al norte de Argelia, donde se produjo un sismo de magnitud 7,3 en 1980 en la ciudad de El Asnam.
Cada país tiene su red sísmica de vigilancia, aunque hay un servicio a nivel europeo-mediterráneo en Suiza, el Centro Sismológico Euromediterráneo (CSEM). En España la entidad responsable es el Instituto Geográfico Nacional. Estos sistemas localizan los sismos en tiempo real y, para los de mayor magnitud, obtienen cómo se mueve la falla asociada.
Una cuestión de probabilidad
Sabemos que los terremotos van a suceder en estas zonas, pero no podemos determinar cuándo. Los intentos de predecir terremotos a partir de métodos geodésicos no funcionan. Pueden determinar dónde se están acumulando deformaciones, pero no cuándo se va a producir la rotura.
El ritmo de ocurrencia de los terremotos no es periódico. En Sumatra ha habido tsunamis cada 80 años en los últimos 800 años, pero antes hubo un periodo de 1.000 años sin ellos.
El clima y la ocurrencia de terremotos son producto de sistemas dinámicos caóticos y, por lo tanto, el grado de predictibilidad es bajo o muy bajo. No se trata de que tengamos computadoras más potentes o mejores algoritmos. Los sistemas dinámicos caóticos son muy poco predecibles.
En el suroeste de la península ibérica hubo un terremoto y tsunami enormes en 1.755, cuando tuvo lugar el gran terremoto de Lisboa. ¿Va a volver a pasar? Seguro. ¿Cuándo? Mañana o dentro de 1.000 años. La única aproximación posible es la probabilística.
Por ejemplo, hay un 50% de probabilidad de que ocurra de nuevo un tsunami que arrase Matalascañas. Pero ¿qué quiere decir eso? Pues es lo mismo que decir que en un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Leganés, la probabilidad de que gane el primero es de un 60%, de que empate es del 20% y de que pierda es de un 20%. Nadie puede hacerse rico con ese tipo de análisis. El Leganés ha ganado en alguna ocasión.
La placa turca, disparada hacia Grecia
Pero vayamos a Turquía. Los geólogos sabemos por qué ha ocurrido. Las placas africana, arábiga y de la India se aproximan, en dirección norte-sur, a la de Eurasia. El resultado es la formación del Himalaya, de los Montes del Cáucaso, los Zagros y la zona de subducción al sur de Creta.
Este acortamiento produce el “escape” tectónico del bloque turco hacia el oeste, a favor de dos grandes fallas en dirección: la del norte de Anatolia, lateral derecha (el bloque que limita la falla se mueve hacia la derecha), y la del este de Anatolia, lateral izquierda (el bloque que limita la falla se mueve hacia la izquierda).
El escape tectónico es como el “efecto espinilla”. Si apretamos una con los dedos en dirección paralela a un espejo, su interior sale disparado perpendicularmente hacia el espejo. En este caso, los “dedos” son Eurasia y Arabia, y la “espinilla”, el bloque turco (placa de Anatolia), que sale disparado hacia el oeste, hacia Grecia, hasta la zona de subducción de Creta y Chipre.
En este caso, y dada la magnitud del sismo, toda la falla del este de Anatolia ha roto, ayudando a expulsar a Turquía hacia el oeste.
¿Y qué podemos hacer entonces? Para mí, lo más sensato es construir edificios e infraestructuras que puedan soportar los terremotos. No es tan caro. No tanto como los miles de muertos que ha habido en Turquía y Siria, o los que habrá en Lisboa, Huelva o Granada. ¿Cuándo? Pues puede que mañana.
Gerardo de Vicente Muñoz, Catedrático del Departamento de Geodinámica, Estratigrafía y Paleontología, Universidad Complutense de Madrid.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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