Hace unos días Vozpópuli se hacía eco aquí del informe elaborado por el IVIE para la Fundación BBVA. De acuerdo con ese informe, las ingenierías y las profesiones sanitarias son las que con mayor probabilidad conducen a un empleo a quienes realizan estudios superiores. También proporcionan mejores salarios. En una posición intermedia se hallan las ciencias, aunque con diferencias entre unas y otras, seguramente. Y las que peores condiciones laborales proporcionan son los estudios de ciencias sociales y las llamadas humanidades.
Por otro lado, hay buenas razones para pensar que la demanda de profesionales en sectores científico-tecnológicos -los que corresponden al ramillete de profesiones denominadas de forma colectiva con el acrónimo STEM (Science, Technology, Engineering, Maths)- no dejarán de aumentar en los próximos años. Las tendencias actuales parecen apuntar a la generación de un déficit muy grande de profesionales en esos ámbitos. En algunos países ya calculan el coste económico que se derivará de ese déficit.
Por todo ello, las administraciones públicas y entidades diversas (ejemplo) consideran una prioridad la promoción de vocaciones científicas y tecnológicas, y desarrollan (o las proponen) actuaciones concretas en esta materia.
Dudo, sin embargo, que iniciativas de esa naturaleza sean convenientes; también dudo de que tengan éxito; y es más, me parece que pueden tener efectos contrarios a los deseados.
"No sabemos qué nos deparará el futuro ni qué tipos de trabajos serán necesarios dentro de unos años"
Tengo, en primer lugar, serias dudas acerca de la conveniencia de que las administraciones públicas promuevan unas determinadas vocaciones y no otras. No sabemos qué nos deparará el futuro y, por lo tanto, no sabemos qué tipos de trabajos serán necesarios dentro de unos años. No acabo de ver por qué las autoridades deben favorecer unos conocimientos en detrimento de otros (siempre que se favorece algo, se hace en detrimento de lo que no es ese algo), ni siquiera aunque se piense que los que se favorecen son más necesarios que los otros.
Para continuar, tengo también serias dudas acerca de la conveniencia de insistir en la “utilidad” de determinadas disciplinas a la hora de promocionarlas (insisto: en perjuicio de otras). ¿Ha de ser la supuesta utilidad de unas carreras el argumento para inculcar en los y las jóvenes el interés por unos u otros estudios? Algo me dice que nunca deberíamos dejar de reivindicar el interés del conocimiento por sí mismo, al menos a la hora de ensalzar su valor.
"Nunca deberíamos dejar de reivindicar el interés del conocimiento por sí mismo, al menos a la hora de ensalzar su valor"
Continúo con otra duda. Es muy posible que el simple hecho de que se formule de forma tan explícita la necesidad e importancia de promover unas determinadas vocaciones sea suficiente para que los supuestos interesados recelen de su atractivo real. Esa forma de abordar el asunto puede ser, de hecho, disuasoria. Si vuelvo la vista atrás y miro a quien era yo hace cuarenta años, si algún adulto o autoridad me hubiese animado a estudiar ciencias, o hubiese oído en la radio que era muy importante promover vocaciones científicas, lo más probable es que hubiese optado por estudiar historia o algo similar. Me apasionaba la historia y no estudié esa carrera porque la profesora de biología me hizo la disciplina más atractiva. Nada más. Y nada menos.
Me gustaría que más estudiantes de secundaria optasen por estudios STEM. Porque en realidad sí creo que quienes opten por esos estudios tendrán más oportunidades en sus vidas. Creo también que de esa forma nuestra sociedad tendrá más posibilidades de progresar en democracia, bienestar y cohesión social. Porque estoy convencido de que, por regla general, las sociedades más democráticas y más abiertas son aquellas en las que la ciencia ha experimentado un mayor desarrollo y en las que ha habido más oportunidades para acceder al conocimiento científico. Y por último (last but not least), me parece importante que haya más mujeres en esos sectores profesionales; por un lado, porque no deberíamos prescindir del talento y capacidades de las mujeres que pudiendo haber optado por carreras científico-tecnológicas no lo han hecho por haber encontrado algún obstáculo que no debería haber existido; y por el otro, porque parte al menos de las diferencias de renta entre hombres y mujeres tienen que ver con las profesiones que mayoritariamente escogen unos y otras.
En la promoción de “vocaciones” científicas subyace un ánimo de ingeniería social que me desasosiega profundamente
Pero declaradas cuáles son mis preferencias personales, también manifiesto mi incomodidad, por las razones dadas antes, con la idea de la promoción de “vocaciones” científicas o de inspirarlas. Subyace en todo ello un ánimo de ingeniería social que me desasosiega profundamente. Creo que el devenir de una sociedad y, sobre todo, lo que haya de ser de sus jóvenes integrantes, debería ser objeto de la máxima cautela.
Los que nos dedicamos a la difusión social de la cultura científica creemos que el conocimiento es atractivo per se. Que aunque no podamos aspirar más que a conocer una parte ínfima de todo lo que sabe la humanidad, e infinitamente menos de lo que puede llegar a saber, la satisfacción que proporciona el poder comprender aspectos básicos de la realidad –en sus diferentes niveles de complejidad- es inmensa. Lo que pasa es que, por un lado, no todo el mundo está dotado para ello; y por el otro, tampoco a todos quienes están dotados se les han proporcionado las posibilidades y herramientas adecuadas para acceder a ese conocimiento.
Por ello es imperativo derribar los obstáculos que, en forma de ineficiencias, de déficits en el sistema de instrucción, de estereotipos, y de cualesquiera otros modos impidan o dificulten a muchos jóvenes el acceso al conocimiento en sus diferentes disciplinas y formas, y en lo que a algunos de nosotros concierne, al conocimiento científico en especial.
Es imperativo que la gente de todas las edades y ámbitos sociales se familiarice con el hecho científico, con la importancia cultural, social y económica de la ciencia y la tecnología. Porque la proximidad familiar y social es la mejor (por más natural o menos forzada) forma de acercar a los más jóvenes a ese mundo.
Hay que eliminar el carácter genial que se atribuye a los científicos y la connotación sacerdotal de la vocación científica
Es fundamental eliminar ese carácter genial que se atribuye a las gentes de ciencia, porque es irreal y porque es un factor inhibidor. Por razones similares debe eliminarse la connotación sacerdotal de la vocación científica, pero no solo del término, también de la intención que anima a quienes promueven esa idea. Los científicos no vivimos para la ciencia, simplemente la practicamos o nos dedicamos a tareas relacionadas.
Hay que prestigiar socialmente la ciencia y la tecnología. Para ello hay por ponerlas en el espacio público. Debemos adornarlas con virtudes asumidas como tales por el conjunto de la ciudadanía. Por eso es muy importante el desterrar las malas prácticas del mundo de la ciencia en cualesquiera de sus formas.
En resumen, si queremos que las opciones profesionales científico-tecnológicas sean atractivas para quienes están ahora cursando estudios de primaria y primeros cursos de secundaria, lo que se necesita es ayudar a crear un entorno social que valore esas opciones; que valore el conocimiento, tanto por sí mismo como por su incidencia en la creación de bienestar y cohesión social; que prestigie las profesiones ligadas al conocimiento; que derribe las barreras que, por razón de extracción social, género, u origen etno-geográfico, todavía hoy dificultan el acceso a muchas personas a unas u otras parcelas del saber. No se trata tanto de promover unos estudios de atractivo limitado, sino de generar una cultura que valore el conocimiento en general y el conocimiento científico-tecnológico, en particular. Me parece a mí.
* Juan Ignacio Pérez Iglesias es biólogo, catedrático de Fisiología en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y dirige la Cátedra de Cultura Científica de su universidad.
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