Si alguien te pagara por elegir entre hacerte daño tú o hacérselo a otra persona, ¿por qué optarías? En 1961, el psicólogo de Yale Stanley Milgram llevó a cabo un experimento para comprobar el nivel de obediencia hacia las figuras de autoridad. Se instruyó a los participantes para dar descargas eléctricas a una persona situada en otra habitación, empezando con 15 voltios y terminando con 450. El sujeto podía oír las reacciones (fingidas) de la persona que estaba situada al otro lado de la pared – gritos, golpes y quejas. En un momento dado, la persona anónima dejaba de responder. Si durante la prueba los participantes pedían no dar más descargas, el científico en la sala no les regañaba ni amenazaba, pero les daba instrucciones para que continuaran, hasta un máximo de cuatro veces. Un 65% de los participantes, a pesar de mostrar un claro malestar, llegaron a administrar la descarga fatal de 450 voltios a la persona en la otra habitación.
Ahora, un nuevo estudio liderado por Molly Crockett, psicóloga de la Universidad de Oxford (Reino Unido), ha demostrado que en determinadas circunstancias los sujetos se preocupan más por el bienestar de otros que por el suyo propio. Y esto sería, según los autores dele studio, la primera prueba sólida de altruismo en el reciente campo de la economía conductual. Todos los trabajos llevados a cabo en este campo demostraban que tendemos a valorar nuestras necesidades y deseos por encima de los de los demás. Por ejemplo, se ha demostrado que el mero hecho de pensar en dinero hace que seamos más egoístas.
Los sujetos administraban descargas eléctricas en las muñecas de sus compañeros.
Crockett y su equipo han combinado las herramientas clásicas tanto de la Psicología como de la Economía - el dolor y el dinero -, para demostrar que el ser humano es altruista. Lo primero que hicieron fue calibrar el umbral de dolor de los 160 participantes del estudio. Para ello, les administraron descargas eléctricas en las muñecas, aumentando poco a poco la carga hasta que el sujeto describía el dolor como insoportable (para la mayoría, el umbral del dolor es algo parecido a mantener la muñeca debajo de agua a 50º).
Una vez calibrado el umbral del dolor, se elegían parejas al azar y se sentaban delante de un ordenador. Ambos sabían que había otra persona, pero no se veían. Aleatoriamente, se decidía que uno de los dos era el que iba a tomar las decisiones en una serie de pruebas. Tenían que decidir cuántas descargas eléctricas se repartirían, tanto para ellos mismos como para el otro participante anónimo. Los dos eran conscientes de que las descargas se ajustarían a su umbral de dolor y serían “moderadamente dolorosas, pero no insoportables”.
Los científicos medían cuánta gente le preocupaba hacerse daño a sí mismos o hacérselo a otros.
Cada “ataque” tenía un precio. En cada prueba se podía ganar entre 0’15 y 15 dólares, y el sujeto que decidía siempre podía elegir entre dos opciones. Por ejemplo, se podían dar 7 descargas a 10 dólares, o 10 descargas a 7 dólares. A veces, las descargas tenían mejor precio si se hacían en grandes cantidades: se podía elegir entre repartir 7 descargas por 10 dólares o 10 descargas por 15. Independientemente de quién recibiera las descargas - y el que decidía recibía esta información del ordenador – el que decidía siempre se llevaba el dinero.
Mediante un algoritmo, el ordenador ajustaba los ratios de precio según iban tomándose las decisiones, para calcular los costes asociados a las preferencias de la gente. Estos valores económicos sirvieron como medida para saber a cuánta gente le preocupaba hacerse daño a sí mismos o hacérselo a otros. Se suponía que los que decidían serían mas reacios a recibir las descargas – y por tanto a ganar menos dinero – que a dárselas a otro.
Pero pasó lo contrario. A los participantes no les importaba llevarse una media de 0’30 dólares menos por descarga para recibir el menor número posible de ellas. Pero también estaban dispuestos a perder el doble de esa cantidad, 0’60 dólares por descarga, para hacer menos daño a la otra persona.
El próximo paso, según declara Crockett en la revista PNAS, es hacer el experimento mientras se escanean los cerebros de los participantes, para “investigar cómo estos cálculos (morales) fallan en desórdenes como la psicopatía”. Según Johanes Ahushofer, psicólogo de la Universidad de Princeton, “éste es un estudio de referencia, el resultado es tanto obvio como sorprendente”. El sentido común nos dice que todos preferiríamos perder algo de dinero para evitar la angustia de hacer daño a alguien. Pero “a pesar de décadas de investigación, este efecto no había podido ser demostrado”, afirma Ahushofer.
Referencia: Harm to others outweighs harm to self in moral decision making (PNAS)
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