Alonso Quijano se convirtió en Don Quijote de la Mancha tratando de buscar un sentido a los libros de caballerías que leía, no como consecuencia del exceso de lectura. Así lo afirma el psiquiatra del Hospital Vithas Nuestra Señora de Fátima, Tiburcio Angosto, en un análisis de la obra cumbre de la literatura española publicado por Vithas
Don Quijote recibiría hoy día un tratamiento con neurolépticos
Para Tiburcio Angosto Saura “lo más importante de su “destemplanza” no es establecer un diagnóstico ya que es muy difícil saber qué tipo de locura tiene y no parece encajaren un único diagnóstico”. Tradicionalmente los estudios existentes se inclinan hacia el hecho de que Alonso Quijano sufría una psicosis reactiva, puesto que al final de su vida acaba curándose espontáneamente.
El doctor Angosto señala que hoy en día “sin duda” sería un paciente internado en una Unidad de Psiquiatría de Agudos de un hospital general, que recibiría un tratamiento con neurolépticos a la espera de, como hace el propio Cervantes, dejar evolucionar la enfermedad hasta su curación, como sucede con todos los casos reactivos.
En este sentido, Tiburcio Angosto recuerda que el padre del autor del Quijote, Rodrigo de Cervantes, era médico, y sin duda algún caso psiquiátrico le contó a su hijo, ya que en diferentes episodios de la novela mantiene comportamientos que, por si solos, desvelan alguna patología concreta.
Así por ejemplo, uno de los más conocidos, la batalla que entabla con los molinos de viento, no son una alucinación (ver lo que no hay), sino una interpretación delirante de la realidad (confundir lo que realmente se ve); lo mismo sucede con el episodio en el que ataca los odres de vino confundiéndolos con un gigante que le atacaba.
La obsesión con Dulcinea es un delirio erotomaníaco
Por otra parte, la promesa de una ínsula para Sancho, que finalmente le cede en las inmediaciones de Zaragoza, la Insula Barataria, es un delirio de grandeza (le nombra gobernador de la misma, una potestad que no le correspondía); mientras que el comportamiento que tiene con su amada Dulcinea del Toboso es un delirio erotomaníaco, ya que interpreta que ella está enamorada de él, pero para hacerse digno de ese amor necesita superar todas las pruebas que dan hilo argumental al libro.
En definitiva, Tiburcio Angosto asegura que “es una colección de casos que Cervantes relata como buen observador de la vida que era; ya no sólo en este libro, sino que también en sus ‘Novelas ejemplares’ cuenta, entre otras, la historia del ‘licenciado Vidriera’, donde describe un catatónico que se creía de cristal”.
No enloquece por la lectura
El doctor Angosto desmiente el mito de que la locura, o si se quiere la “destemplanza”, del protagonista del libro más leído de la literatura española se debió precisamente a un exceso de lectura y recuerda que el propio autor explica que la “pérdida del juicio” se desencadena, no por un exceso de lectura de libros de caballerías, sino debido a su interés por encontrar sentido, ya que en el capítulo I dice que Alonso Quijano “desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para solo ello”.
Cervantes incluso especifica que Don Quijote leía muchos libros, especialmente, los de Feliciano de Silva, que, según dice eran sus favoritos “porque la claridad de su prosa y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas frente a otros textos, en los que leía que “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de vuestra fermosura”.
En este punto del relato, el autor también desvela cierto comportamiento obsesivo ya que dice que leía tanto que abandonaba otras aficiones, como la caza, o la “administración de su hacienda”, e incluso, que llegó a vender “muchas hanegas de tierra de sembrura para comprar libros de caballerías en que leer”.
¿Por qué no acaba en un manicomio?
Aunque en este primer capítulo explica claramente el origen de la locura, no aclara por qué no fue internado en un manicomio ante los altercados que provoca. En aquella época había en España al menos ocho centros psiquiátricos. Es más, según Tiburcio Angosto, había uno cerca de donde residía, en Toledo, abierto en 1483. El más antiguo de los centros psiquiátricos de los que se tiene constancia es el de Valencia, que data de 1409.
El Qujote de Avellaneda sí acaba en un manicomio, que existían en la época
Tiburcio Angosto afirma que “en el siglo XVI existía en España una importante tradición de cuidados para las personas perturbadas, probablemente influenciada por la cultura árabe, que hizo que nuestro país fuera un avanzado en la creación de Casas de Orates. Las de Zaragoza y Toledo mantenían una especie de terapia ocupacional agrícola muy avanzada para la época y precisamente es en el Hospital del Nuncio de Toledo, también llamado de la Visitación, de Inocentes o de Dementes (1483) donde El Quijote apócrifo de Avellaneda acaba ingresado”. La terapia empleada entonces den Toledo y Zaragoza sería alabada y reproducida en Francia en el siglo XIX por Philippe Pinel, considerado el fundador de la psiquiatría gala.
El médico del Hospital Vithas Nuestra Señora de Fátima recuerda que el Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda sí fue internado en un psiquiátrico. Según Angosto Saura “Cervantes no tenía intención de escribir una segunda parte, pero la realiza en respuesta al apócrifo de Avellaneda y la inicia contando historias de locos. Sin embargo y probablemente para diferenciarse de este, y de los caballeros andantes, decide que su personaje muera en su casa y lúcido, no como “el apócrifo” que termina volviendo “a su tema” y protagonizando “estupendas y jamás oídas aventuras”.
Con la muerte de Don Quijote, o mejor dicho, de Alonso Quijano, Cervantes “no sólo evita una segunda parte de Avellaneda, sino que además da cierta coherencia al proceso de curación; la aparición de las melancolías y desabrimientos que le acaban pueden pertenecer a lo que hoy llamamos depresión post psicótica”.
Para Alonso Quijano, “al no existir el delirio, el mundo real ya no importa, y al no poder estar en el mundo de Don Quijote, otro mundo poco importa y por lo tanto es mejor desaparecer”. Por tanto, Angosto concluye que el Quijote cervantino es “más coherente como caso clínico que el de Avellaneda, que solamente tendría la coherencia de un cuento de locos”.
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