¿Sería posible un mundo sin mariposas, abejas y polillas? La respuesta es un rotundo no. La polinización que llevan a cabo es una función esencial de supervivencia ecológica. Sin polinizadores, la raza humana y todos los ecosistemas terrestres de la tierra no sobrevivirían.
En ausencia de polinizadores, las poblaciones de plantas existentes disminuirían y, por tanto, la calidad del aire descendería, los suelos sufrirían mayor erosión y el ciclo del agua estaría alterado porque no habría plantas que devolvieran el agua a la atmósfera. Además escasearían los alimentos, dado que de las 1.400 plantas de cultivo que existen –es decir, aquellas que producen todos nuestros alimentos y productos industriales a base de plantas–, casi el 80% requiere polinización por parte de animales.
Entre los polinizadores, las abejas ocupan un lugar especial. Existen unas 20.000 especies de abejas reconocidas, de las cuales unas 50 especies son manejadas por personas y alrededor de 12 son utilizadas para la polinización de cultivos.
Las abejas no solo fabrican miel
Entre todas ellas, destaca la abeja melífera occidental (Apis mellifera L.). La capacidad de las abejas melíferas para transportar grandes cantidades de granos de polen en sus cuerpos peludos, la dependencia de los recursos florales y su naturaleza eusocial son características que hacen que este insecto sea un polinizador versátil y efectivo en hábitats naturales, además del más frecuente y ubicuo para multitud de cultivos básicos en todo el mundo.
Las cifras hablan por sí solas. Solo en Estados Unidos, la polinización genera 16.000 millones de dólares anuales, de los cuales 12.000 millones son atribuibles únicamente a la actividad de las abejas melíferas. El valor económico mundial de la polinización de cultivos por parte de las abejas y otros polinizadores alcanza una media superior a los 200.000 millones de euros, lo que equivale a más del 10% de la producción agrícola mundial de alimentos para humanos. Las estimaciones sugieren que el rendimiento de los cultivos disminuiría en más del 90% sin la polinización de las abejas.
Por desgracia, existen claras evidencias de que la población de abejas melíferas se está reduciendo, sobre todo en Asia, Europa y los Estados Unidos. La pérdida catastrófica de colonias puede influir seriamente en la diversidad de plantas silvestres, la estabilidad del ecosistema terrestre, la producción de cultivos, el suministro mundial de alimentos (y su variedad) y el bienestar humano.
Sin ir más lejos, a nivel mundial, entre el 3% y el 5% de la producción de frutas, verduras y nueces ya se está perdiendo debido a una polinización inadecuada, lo que lleva a un exceso de muertes humanas anuales estimadas en 427.000. Sobre todo por la reducción de los alimentos saludables disponibles y por la aparición de enfermedades asociadas a deficiencias nutricionales.
¿De qué enferman las abejas?
En general, las colonias de abejas melíferas están compuestas por unas 35.000 obreras estériles, cientos de machos (zánganos) y una sola reina reproductora que pone aproximadamente 1.000 huevos por día.
La salud de los miembros de estas colonias se ve afectada por muchos factores: el clima, la nutrición, las prácticas de manejo, la genética de los individuos y la exposición a agroquímicos… Pero fundamentalmente por los patógenos (ácaros, virus, hongos y bacterias) que las hacen enfermar.
Algunos virus que infectan a las abejas melíferas incluyen el virus de la parálisis aguda de la abeja (ABPV), el virus de la celda negra de la reina (BQCV), el virus del ala deformada (DWV), el virus de la parálisis aguda israelí (IAPV), el virus de la abeja de Cachemira (KBV), el virus de la cría ensacada (SBV), el virus de la parálisis crónica de las abejas (CBPV) y los virus del lago Sinaí.
Además de los virus, les hacen enfermar algunos organismos eucariotas como el tripanosomátido Lotmaria passim (anteriormente Crithidia mellificae) y el patógeno microsporidial Nosema ceranae. Pero también bacterias patógenas como Paenibacillus larvae y Melissococcus plutonius, agentes causantes de las enfermedades de la loque americana y europea, respectivamente. Otro enemigo natural de las abejas es el ácaro ectoparásito Varroa destructor, que al alimentarse de las abejas en desarrollo puede devastar una colonia y favorecer la transmisión de diversos virus entre los supervivientes.
De todas ellas, quizás una de las enfermedades más perjudiciales y temidas a nivel mundial es la loque americana causada por la bacteria formadora de esporas Paenibacillus larvae. El microorganismo origina una enfermedad de cuarentena en las larvas y pupas de la abeja melífera que está incluida en el Código Sanitario para los Animales Terrestres de la Oficina Internacional de Epizootias (OIE) de la Organización Mundial de Sanidad Animal.
Los antibióticos son, en gran medida, ineficaces para tratar la loque americana, porque solo funcionan en el estado vegetativo de la bacteria. Una vez que una colmena muestra la manifestación clínica de la enfermedad, la única forma efectiva de erradicarla y prevenir la propagación de la enfermedad es quemando la colmena y la colonia.
Una bacteria dura de roer
Deshacerse de este patógeno no es nada fácil, eso está claro. Entre otras cosas porque las esporas de las bacterias pueden permanecer viables varias décadas en el medio ambiente, manteniéndose virulentas durante todo el tiempo. Las larvas de las abejas melíferas son susceptibles a la infección durante las primeras 24 a 72 horas después de la eclosión.
Lo peor es que, sin querer, las abejas obreras recogen las esporas bacterianas de las crías enfermas, transportándolas y propagándolas por toda la colmena. Además, las abejas recolectoras también transportan las esporas fuera de las colmenas y pueden propagarse entre colmenas cuándo los insectos roban la miel de las colmenas debilitadas y enfermas.
Por fortuna, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) acaba de otorgar una licencia condicional a la primera vacuna de su clase contra la loque americana. La vacuna ha sido desarrollada por la empresa biotecnológica Dalan Animal Health y contiene células enteras muertas de la bacteria Paenibacillus larvae que son administradas mezclándolas con el alimento para reinas. La vacuna actúa a nivel de los ovarios de la reina, que transmite la inmunidad a las larvas antes de que los huevos eclosionen. Es decir, puede existir una preparación inmune transgeneracional.
De momento, la vacunación de las colonias de abejas ha demostrado ser una forma segura de evitar que las larvas sucumban a la enfermedad, ya que reduce entre un 30 y un 50% el desarrollo de la loque americana.
La noticia es magnífica, ya que la vacunación de insectos podría ser utilizada para mejorar en gran medida la salud de la colonia, proteger a los polinizadores comerciales de enfermedades mortales, reducir las grandes pérdidas financieras y materiales que sufren los apicultores, minimizar el descenso poblacional de las abejas y asegurar un equilibrio ambiental que facilite la viabilidad del planeta. No olvidemos que sin polinizadores no hay futuro.
Raúl Rivas González, Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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