En la noche del 17 de febrero de 1864 una sombra se deslizó sigilosamente bajo las aguas de la bahía de Charleston, en Carolina del Sur, en plena Guerra de Secesión. El pequeño submarino confederado H.L. Hunley, de apenas 12 metros de longitud, tenía ocho tripulantes a bordo y un objetivo: destruir el USS Housatonic, una corbeta de 1.240 toneladas y con 150 soldados unionistas a bordo. Para hacerlo, debía acercarse a pocos metros del barco y desplegar un torpedo de pértiga, una carga explosiva atada en el extremo de una larga vara que debía tocar el casco para detonar. Y lo consiguieron. Tras la explosión, el USS Housatonic se hundió en menos de cinco minutos en el fondo de la bahía y el H.L. Hunley se convirtió en el primer submarino de la historia en hundir un barco enemigo.
El H.L. Hunley se convirtió en el primer submarino de la historia en hundir un barco enemigo
Sobre el destino de aquel sumergible y su tripulación no se supo nada durante décadas. Desapareció durante más de un siglo dejando un halo de misterio. Hasta que en 1995 aparecieron sus restos a 300 metros del lugar en el que permaneció hundida la corbeta, solo que en la zona que se dirige hacia el mar, donde nadie esperaba encontrarlo. En el año 2000, las autoridades sacaron los restos del agua y se encontraron con algo aun más misterioso: los esqueletos de los ochos tripulantes estaban colocados en sus puestos e intactos dentro del submarino. No había huesos rotos, las bombas de achique no se habían accionado y las escotillas estaban cerradas. Salvo por un agujero en una de las torres y una pequeña rotura en una ventana, el submarino y su tripulación estaban extrañamente inalterados.
Las primeras hipótesis apuntaron a suelos tripulantes del sumergible habían muerto asfixiados o ahogados tras la detonación, pero tras más de tres años de investigación el equipo de Rachel Lance está en condiciones de resolver el misterio y demostrar que la causa de la muerte de aquellos hombres no fue el ahogamiento, sino las lesiones que provocó la onda expansiva en sus pulmones y en su cerebro. En un trabajo publicado este miércoles en la revista PLOS ONE, Lance y su equipo detallan las numerosas pruebas con materiales y explosiones que han hecho con un modelo a escala y la cuidadosa reconstrucción del ataque que han hecho gracias a los archivos históricos.
Lo más importante es que el torpedo cargado de 60 kilos de pólvora negra no se autopropulsada como los torpedos modernos, sino que debía hacerse llegar hasta el barco enemigo con una pértiga que en aquel caso tenia solo alrededor de 5 metros. De modo que lo más lejos que podría encontrarse uno de los tripulantes del explosivo era 12 metros. Las conclusiones de Lance son que la tripulación murió al instante como consecuencia de la onda expansiva y sus efectos catastróficos sobre los tejidos blandos, en especial los pulmones. “Es un trauma característico en las víctimas de explosiones”, explica, “lo llaman ‘blast lung’ [pulmones de explosión]. Es una muerte instantánea que no deja marcas en los restos óseos. Por desgracia, los tejidos blandos que nos mostraran lo que pasó se han descompuesto en los últimos cien años”.
“La tripulación no actuó en respuesta a una inundación o una pérdida de aire”
Para realizar su estudio, los investigadores se documentaron sobre los materiales e hicieron un modelo a escala del submarino, de unos dos metros de longitud, en cuyo interior colocaron una serie de sensores que tomaban datos durante distintas explosiones realizadas en el agua con una carga de pólvora también a escala. Hasta ahora, se especulaba con que un fragmento del barco hubiera impactado con el submarino al explotar y los hombres se hubieran ahogado o que la fuerza de la explosión hubiera forzado una de las escotillas y hubiera entrado el agua. Pero Lance insiste: “Todas las pruebas físicas apuntan a que la tripulación no llevó a cabo ninguna acción en absoluto en respuesta a una inundación o una pérdida de aire”. Si alguien hubiera sobrevivido, sostiene, “habría intentado quitar el lastre de la quilla, activar las bombas de achique o salir por las escotillas, pero no llevaron a cabo ninguna de estas acciones”.
Lo que ocurrió, a su juicio, es que los ocho hombres murieron al instante como consecuencia de la onda expansiva que sacudió la nave y sus cuerpos a una velocidad de 30 m/s convirtiéndolos en “chocolate caliente”. “Eso crea el peor escenario para los pulmones”, detalla. “La tensión interna desgarra las delicadas estructuras donde el flujo de sangre y el de aire se juntan, llenando los pulmones de sangre y matándolos inmediatamente”.
Referencia: Air Blast Injuries Killed The Crew Of The Submarine H.L. Hunley (PLOS ONE) DOI: 10.1371/journal.pone.0182244
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