Ciencia

¿Sienten los cangrejos? ¿Y las plantas? La consciencia no es exclusiva del ser humano

Afirmar que un perro lo es simplemente significa que no solo su cerebro procesa la información visual, sino que 've'; que no solo procesa información relacionada con una herida, sino que 'siente' dolor

La consciencia es la capacidad de experimentar el mundo. Las sensaciones que proporcionan los sentidos, las emociones, los pensamientos y las voliciones constituyen ejemplos de experiencias conscientes. Y esto abarca desde ver el cielo azul u oler una rosa hasta sentir dolor o alegría.

Pero, ¿quién es consciente? Yo lo soy, de eso estoy seguro. El resto de seres humanos tienen un comportamiento muy similar al mío y forman parte de la misma especie. Por tanto, no encuentro ninguna razón para afirmar que no experimenten el mundo igual que yo.

Este argumento se puede extender fácilmente al resto de mamíferos. Todos estamos estrechamente emparentados, tenemos cerebros, cuerpos e incluso comportamientos muy similares. ¿Por qué negaríamos entonces que ellos también son conscientes?

Afirmar que un perro lo es simplemente significa que no solo su cerebro procesa la información visual, sino que ve; que no solo procesa información relacionada con una herida, sino que siente dolor. Todo aquel que tenga un perro conoce la emoción tan intensa que sienten cuando su dueño vuelve a casa tras un día de trabajo. La palabra sentir hace referencia a la experiencia consciente.

Zadranka/Shutterstock

Aves y peces sintientes

De nuevo podemos hacer un salto similar y conceder la capacidad de experimentar el mundo a todos los vertebrados. O, al menos, a muchos de ellos. Algunas aves (como los cuervos o los loros) tienen mayor densidad de neuronas que el cerebro humano, presentan conductas muy complejas y demuestran una gran inteligencia.

En la Declaración de Cambridge de 2012, un conjunto de neurocientíficos expertos en consciencia cristalizó un consenso al afirmar que, como mínimo, todos los mamíferos y las aves son conscientes.

No costaría ir más allá y otorgar esta facultad a otros vertebrados como los peces. Incluso hay indicios de que algunos podrían tener autoconsciencia, un tipo de experiencia que consiste en sentir que el individuo constituye un ser independiente del medio ambiente y de otros seres. Antes, esta percepción solo se consideraba presente en un puñado de animales considerados por algunos como “superiores”.

El salto a los cangrejos, los abejorros, los pulpos… ¿y las plantas?

El siguiente paso es más difícil de dar. Supone un duro golpe para la autoestima humana conceder a los invertebrados algo que hace apenas unas décadas se consideraba exclusivo de nuestra especie. Sin embargo, hay evidencias que indican que crustáceos como los cangrejos, insectos como los abejorros y cefalópodos como los pulpos también tienen la capacidad de experimentar el mundo. Concretamente, de sentir dolor.

En un experimento famoso, un grupo de investigadores escogió como objeto de estudio al cangrejo ermitaño, que usa varios tipos de conchas para refugiarse, con preferencia por unas sobre otras. Los científicos infligieron descargas eléctricas en la concha del crustáceo y vieron cuánto tardaba el cangrejo en abandonarla.

Cuando el animal estaba protegido por una concha que no le gustaba, tan solo aguantaba unos calambrazos. Pero si se encontraba en una de sus “casas” favoritas, los soportaba una y otra vez, negándose a abandonarla.

Es cierto que un comportamiento de huida en respuesta a un estímulo doloroso no implica consciencia. Por ejemplo, cuando cogemos una taza que está ardiendo, se produce un reflejo: la soltamos antes de empezar a abrasarnos. Ha habido un comportamiento en ausencia de consciencia. ¿No será esto lo que observamos en el cangrejo ermitaño?

Pues no. El hecho de resistir más descargas eléctricas cuando está en su concha favorita indica que tiene en cuenta los pros y los contras de la situación. Hace una valoración y toma una decisión. También apunta a que se está produciendo una integración al nivel del sistema nervioso entre fuentes de información tan diferentes como el dolor y la valoración de su refugio. Muchos científicos consideran que esto es una evidencia de que no se trata de un reflejo, sino de que el cangrejo siente dolor.

Abriendo aún más el abanico, incluso las plantas presentan comportamientos –se comunican entre sí, aprenden de experiencias previas, se defienden de amenazas…– que no dudaríamos de calificar de inteligentes en caso de darse en animales. ¿Viene esa conducta acompañada de experiencia subjetiva? Esta es la hipótesis que plantean investigadores de la Universidad de Murcia. No afirman que las plantas sean conscientes, sino que vale la pena explorar tal posibilidad.

Dos hipótesis sobre el origen de la consciencia

Seamos ahora un poco más conservadores. Quizás no todos los invertebrados sean conscientes. Pero al menos algunos cangrejos, abejas y cefalópodos parece que sí. El linaje evolutivo de los pulpos se separó del nuestro hace más de 500 millones de años. ¿Cómo es posible que ellos también posean este atributo? Solo caben dos posibilidades:

1. La consciencia está ahí desde el principio: es una característica inherente a los animales.

2. Es una propiedad de los sistemas nerviosos complejos, desarrollados mediante vías evolutivas totalmente independientes (caso de los cefalópodos y vertebrados). Esta hipótesis implicaría que solo aquellos animales dotados de sistemas nerviosos que alcanzan cierto nivel de complejidad serían conscientes.

Hasta que no haya una teoría de la consciencia que explique su naturaleza más fundamental y sea capaz de inferir qué características necesita un sistema físico para ser consciente, no podremos afirmar con cierta seguridad qué organismos lo son y cuáles no.

No obstante, la comunidad científica no duda en otorgar esta facultad a todos los mamíferos y algunas aves. Algunos expertos van más allá y también se la atribuyen a todos los vertebrados y la mayoría de invertebrados.

Sergio Escamilla Ruiz, Investigador predoctoral en Neurociencias, Universidad Miguel Hernández

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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