Los dos esqueletos están recostados el uno junto al otro, rodeados de los objetos que utilizaron en vida. Son un hombre y una mujer y entre sus huesos se conservan dos cuchillos de cobre, dos cuencos de cerámica y algunos elementos que usaron para adornarse; un brazalete de arquero en el antebrazo de él y dos botones de marfil en la clavícula de ella, para sujetar una capa o un vestido. “Cuando los encontramos fue toda una sorpresa”, asegura Luis Benítez de Lugo, el arqueólogo que descubrió la tumba número 4 de Castillejo del Bonete en 2004. “Era como una imagen congelada de hacía 4.000 años. Los dos juntitos, decúbito lateral, y con sus objetos de la vida cotidiana, los que usaban a diario”.
El lugar está en las afueras de Terrinches, un pueblito de Ciudad Real de menos de 700 habitantes, y fue descubierto por el propio Benítez de Lugo en 1999 durante una prospección arqueológica. En este monumento funerario de la llamada cultura de las Motillas aparecieron otros cuerpos y objetos, pero entonces nadie podía sospechar que aquella pareja podría tener la clave para entender uno de los momentos más fascinantes de nuestra prehistoria. Se sabía, por un análisis de radioisótopos anterior, que la alimentación de ella era marina, así que venía seguramente de las zonas costeras del sur, mientras que él se alimentaba de lo mismo que los habitantes del interior. Pero el análisis de ADN de ambos revela ahora un dato aún más interesante, y es que ambos pertenecían a estirpes de procedencias muy distintas: ella descendía de los pobladores ibéricos que habían estado durante siglos en el lugar y él era descendiente de los pastores de las estepas de Europa del Este que empezaron a llegar hace unos 4.000 años desde el centro de Europa y que cambiaron por completo la población.
Este cambio ha sido documentado por un macroestudio genético publicado este jueves en la revista Science para el que se han analizado los genomas de 271 pobladores de diferentes épocas históricas, incluido el de esta pareja de Castillejo de Bonete. El estudio revela que hace unos 4.400 años empezaron a llegar nuevos habitantes al territorio peninsular y su impacto fue paulatino pero brutal. Tanto, que supuso el reemplazo de aproximadamente el 40% de la población local y de casi el 100% de los hombres. “Al final de este proceso no hay nadie que no tenga la ancestralidad de las estepas y además conlleva la desaparición de los linajes paternos que había en el Neolítico en la península ibérica”, explica a Next el investigador Carles Lalueza Fox, uno de los autores del estudio. “En unos años pasamos de no tener nada a que todos los individuos tuvieran esta ancestría”, confirma Iñigo Olalde, autor principal del trabajo.
“Es la muestra fosilizada de esa unión de la cual descendemos todos”
¿Cómo se produjo esta sustitución? A finales de 2018 algunas informaciones sensacionalistas adelantaron que se trataba de una invasión y exterminio de los varones de la península, pero no son hechos que se puedan deducir de este estudio ni de las pruebas arqueológicas recogidas hasta ahora. En realidad, el proceso duró 400 años y lo que vemos en la tumba de Castillejo es un instante de aquel cambio congelado en el tiempo. “Lo que vemos en esta tumba es un ejemplo a escala local de lo que pudo estar pasando a escala global”, asegura Olalde. “Es la única tumba en el mundo que refleja el paradigma de la unión entre una gente que vino del oriente y la gente nativa peninsular, y es la muestra fosilizada de esa unión de la cual descendemos todos”, explica Benítez de Lugo, quien también figura coautor del estudio. “No hay ninguna tumba ni ejemplo de esa simbiosis en el mundo; es la única, es un unicum, que decimos los arqueólogos”.
Tiempos de cambio
Aunque parece estar en mitad de la nada, el enterramiento de Castillejo del Bonete estaba enclavado en su día en un lugar estratégico. “Es un montículo que se ve desde lejos y está en la ceja meridional de la meseta, en un camino natural de paso”, asegura Benítez de Lugo. Aquel era un lugar especial, porque contenía pocos enterramientos a pesar de haber sido mantenido durante más de 1.000 años, una señal de que allí no se enterraba a cualquiera, según el arqueólogo. “En aquella tierra de paso, estaban diciendo: aquí están nuestros muertos y sus espíritus están aquí desde siempre. Nosotros tenemos derecho a la utilización de este territorio”.
Los habitantes de aquel núcleo de población en mitad de la Mancha actual vivieron en un tiempo en el que los arqueólogos ya habían observado y documentado una serie de cambios culturales y sociales que señalaban la posible presencia de perturbaciones. Los pobladores ibéricos cambiaron las herramientas, los estilos cerámicos y los lugares donde vivían. “Se ven cambios en los patrones de asentamientos”, comenta Lalueza Fox. “En el Calcolítico los poblados estaban en los llanos y en el comienzo de la Edad de Bronce se colocan en colinas y sitios más defensivos: eso quiere decir que allí pasa algo”. “Además”, indica Benítez de Lugo, “aquella gente no solo vio cómo llegaban “los otros”, por decirlo coloquialmente, sino que vivieron un momento de estrés ambiental - identificado como sequía 4.2 ky BP - por el cual se sabe que a nivel mundial dejó de llover durante 600 años”.
Gracias al ADN sabemos ahora algo que los restos arqueológicos no nos podrían mostrar y que permanecía a oscuras. No hubo un simple intercambio cultural, sino que hubo una llegada constante de individuos que terminó con la desaparición del cromosoma Y de la línea paterna. “Nosotros documentamos el cambio genético, pero la interpretación de qué mecanismo social o político está detrás de esto lo dejamos a los que estudian estas situaciones”, comenta Lalueza Fox, quien se inclina por pensar que fue más una “colonización” que una “invasión”. En este contexto, el enterramiento de Castillejo del Bonete puede ilustrar, a su juicio, cómo se producían los intercambios sociales en aquel momento. Un hombre de alto estatus social enterrado junto a una mujer proveniente de tierras costeras puede indicar la existencia de una jerarquía que ayudó a que fueran los miembros del nuevo grupo venido de las estepas a través de Europa los que se reprodujeran preferentemente.
"No es necesario que opere la violencia a gran escala para el cambio genético", dice Lalueza Fox
"No es necesario que opere la violencia a gran escala para el cambio genético, pudo haber una gran estratificación social y esto puede hacer que a la larga los descendientes de los que se han colocado en la cúspide de la pirámide social lleguen a la vida adulta”, asegura. “Esto, al cabo de unos cientos de años, provoca un reemplazo total, un mecanismo perfectamente operable y perfectamente factible”. “Sería un error afirmar que la población local fue desplazada, puesto que no hay evidencia de violencia generalizada en ese periodo", añade Olalde, quien reconoce que la polémica a finales de año fue una “mala interpretación” de lo que dijo en una conferencia su jefe, el investigador principal en la Escuela de Medicina de Harvard y co-responsable del estudio, David Reich. “Todos los varones de España fueron exterminados hace 4500 años por invasores hostiles”, tituló entonces la revista New Scientist y muchos medios españoles. “Nosotros no decimos exactamente eso ni se infiere de los datos genéticos”, insiste Olalde. Y el propio Reich reconoce: “si bien este fue claramente un proceso dramático, los datos genéticos por sí solos no nos pueden decir qué lo impulsó”.
Ver también: El ADN ilumina el pasado ibérico
Referencia: The genomic history of the Iberian Peninsula over the past 8000 years (Science) DOI: 10.1126/science.aav1444
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