En las imágenes vemos el crecimiento de una planta de la judía hacia arriba y en busca de un soporte al que aferrarse. En la secuencia, que muestra en pocos segundos un proceso de varios días, la planta parece tener clarísimo hacia dónde se tiene que dirigir. “Esta planta sabe exactamente dónde está el soporte e intenta hacer todo lo posible para alcanzarlo”, explica el científico Stefano Mancuso, que es el autor del experimento. “Casi puedes sentir el esfuerzo”. A continuación pone otra grabación en la que vemos el crecimiento de dos plantas que parecen “competir” por aferrarse a un poste central. “Cuando hay una ganadora, la otra cambia de dirección”, dice Mancuso. “La segunda planta no solo es consciente del soporte, sino de que hay otro organismo”.
El vídeo pertenece a una charla ofrecida por el investigador italiano en 2016 en Madrid, durante el evento TEDxGranVíaSalon, pero ha cobrado actualidad después de que un fragmento de la presentación se hiciera viral en redes sociales. En la charla completa, Mancuso aborda un tema que es su principal línea de investigación: ¿son las plantas inteligentes? ¿Hasta qué punto podemos decir también que son “conscientes”? “Las plantas son capaces de ver sin ojos, de oír sin orejas, de saborear, de oler y de respirar, sin órganos”, asegura. “lncluso de memorizar y hacer cálculos sin cerebro”. Todo esto que afirma Mancuso es un campo de investigación abierto y sus afirmaciones se mueven en un terreno resbaladizo, no por lo que dicen, sino por lo que sugieren: que las plantas tienen una especie de consciencia similar a la nuestra. Para analizar hasta qué punto es cierto lo que dice y lo que muestran los vídeos, en Vozpópuli hemos hablado con los de los mayores expertos españoles en plantas.
https://twitter.com/forestkaktus/status/1331306406222422018?ref_src=twsrc%5Etfw
La investigadora y especialista en plantas Rosa Porcel (@Bioamara en redes) cree que el contenido del vídeo viral “hay que cogerlo con pinzas”. “Pero no porque Mancuso se invente nada, porque es un buen investigador, sino porque es muy fantasioso a la hora vender sus ideas”. En general sí es cierto que hay comunicación entre las plantas, que “oyen”, que emiten sonidos y que incluso llegan a tener memoria, explica a Vozpópuli. “Es verdad que las plantas tienen comportamientos alucinantes, pero el que una planta tenga conciencia de dónde está y de lo que tiene alrededor no está demostrado, y nos puede conducir a una conclusión errónea porque tendemos a atribuir cualidades humanas a los comportamientos vegetales”.
“Tendemos a atribuir cualidades humanas a los comportamientos vegetales”
El catedrático de la Universidad Jaume I de Castellón, Aurelio Gómez-Cadenas, es de la misma opinión. “El vídeo está muy bien, pero no sé cómo lo han hecho”, asegura. El especialista en plantas señala que la luz que se ve en el fondo no es uniforme y que ese pequeño gradiente de luz hacia la derecha podría estar haciendo que se incline hacia la zona del poste, de forma un poco forzada. “En realidad la planta lo que está haciendo en las fases iniciales es fototropismo, es buscar la luz, y lo hace explorando con un gran abanico de movimientos de izquierda a derecha”, señala. “Y cuando hace contacto con un obstáculo, se aferra a él”. Para Rosa Porcel, hay otro elemento en la primera grabación - a falta de tener los detalles del experimento completo - que le induce a pensar que la tiene un pequeño “truco”. Cuando empieza la secuencia, la planta ya está inclinada a la derecha, de modo que tal vez colocaron el soporte después, una vez iniciada la tendencia, haciendo más sencillo el resultado. “Desconocemos la frecuencia de la luz, el fotoperiodo, longitud de onda, y ese podría ser un factor clave”, señala. “Todos estos pequeños detalles determinan el crecimiento y el movimiento de la planta, como si hay algún tipo de corriente de aire, el periodo de oscuridad de cada día… Son parámetros que se escapan y que son importantísimos”.
Para Porcel, todo lo que sucede en el vídeo de la planta de la judía tiene una explicación más sencilla, mediante procesos físico-químicos bien estudiados, que no requieren esta interpretación antropomórfica de su compartimiento. En su libro recién publicado, “Eso no estaba en mi libro de Botánica” (Almuzara, 2020), Porcel dedica todo un capítulo a este tema cuyo título es suficientemente elocuente: “Las plantas no tienen cerebro, ni falta que les hace”. Es sabido, por ejemplo, que las plantas pueden detectar la presencia de otras plantas mediante señales químicas, por lo que, si en el vídeo de Mancuso en vez de un soporte artificial la planta se hubiera aferrado al tronco de un árbol, se podría afirmar con más rigor que está detectando la presencia de otra planta. “Las plantas no hablan, pero tienen su propio lenguaje”, asegura Porcel. El olor del césped recién cortado, por ejemplo, no es más que la emisión de compuestos volátiles que las plantas están emitiendo al ser “agredidas” y en ocasiones esta señal puede comunicar el estrés a otras plantas a mucha distancia. Hace más de 30 años, la muerte de cientos de antílopes en un parque de Sudáfrica, llevó a los científicos a descubrir que las acacias no solo habían respondido a la sobrepoblación de estos animales generando toxinas que los envenenaban, sino que en zonas a muchos kilómetros, donde los antílopes no habían llegado, las acacias estaban reaccionando igual. Les había llegado por el aire el aviso químico de las primeras.
“No hace falta pensar que las plantas tienen una especie de conciencia para explicar el vídeo”
Estas señales químicas podrían explicar perfectamente por qué en el segundo de los vídeos de Mancuso la planta que llega tarde al soporte parece detectar la presencia de la otra. Esto es de lo más natural, aunque Gómez-Cadenas cree que lo que sucede al final es que la segunda planta se aferra al palo y crecerá trepando desde más abajo, y no lo que sugiere el científico italiano cuando dice que desiste de aferrarse (es muy frecuente que dos trepadoras crezcan en el mismo soporte). De cualquier manera, este “respeto” de la distancia entre las propias plantas se puede ver en cualquier parque o cualquier bosque, donde el follaje entre dos árboles genera una frontera visible entre sus hojas que se conoce con el bonito nombre de “timidez”. “Porque la planta no solo detecta las señales químicas de otras plantas, sino también tiene receptores de luz, llamados fitocromos”, explica Gómez Cadenas. “De hecho tiene receptores de tres tipos, para la luz azul, la roja y la infrarroja, de tal manera que interpolando la forma en que se excitan, la planta se da cuenta de que la intensidad de luz ha cambiado porque hay algo entre el sol y ella y percibe a otros vecinos”.
Esto se ve muy claramente en muchos experimentos de laboratorio y en un comportamiento de las plantas conocido como “síndrome de escape de la sombra”, que consiste en hacer crecer su tallo de manera espectacular en pocos días cuando detectan la presencia de una sombra, para poder garantizarse el acceso a la luz solar. “El mecanismo que siguen las judías trepadoras es muy similar, pero opuesto”, apunta el experto. “En este caso buscan una sombra, buscan una zona opaca porque la interferencia con la luz les dice que allí hay algo donde sujetarse y crecer. Es así como pueden detectar el soporte”. Es decir, que no hace falta pensar que las plantas tienen una especie de conciencia sobre lo que les rodea, sino que están usando la información química y lumínica mediante mecanismos que han evolucionado durante millones de años y que les ayudan a ahorrarse disputas inútiles por la luz. “Siempre interpretamos los movimientos con una visión antropocéntrica”, asegura Gómez-Cadenas, “pero lo hace a su manera, interpretando los estímulos que le interesan para sobrevivir”.
“Oyen” y “ven”, pero no piensan
En los últimos años hay un aluvión de descubrimientos sobre las plantas que pueden dar lugar a titulares equívocos e interpretaciones erróneas. Las raíces tienen lo que se denomina “hidrotropismo positivo”, es decir, que crecen en la dirección en la que van detectando una presencia un poco mayor de agua. “La forma sensacionalista de decir esto mismo es ‘las plantas guían sus raíces hacia las fuentes de agua escuchando las vibraciones de las tuberías’”, describe la investigadora. Hay otros muchos estudios impactantes sobre cómo las plantas pueden reaccionar ante estímulos que pensamos que solo podemos captar los animales, como los sonidos. En un estudio con Arabidopsis thaliana, investigadores de la Universidad de Missouri comprobaron que las plantas se estresaban con el sonido de orugas comiendo hojas y no con otros sonidos de control, como el de otros insectos o el viento. “Por tanto, no solo “oyen” sino que son capaces de diferenciar los tipos de sonidos seleccionando y reaccionando entre los que suponen una amenaza y los que son inofensivos para ellas”, escribe Porcel en su libro.
Una de las fuentes más frecuentes de error está en un campo que se ha bautizado como “Neurobiología de las plantas”, y en el que Mancuso es especialista. El término ya parte de un malentendido, puesto que las plantas no tienen neuronas ni sistema nervioso, pero como organismo vivo responden a los estímulos externos mediante un complejo mecanismo de señales químicas que evolutivamente les ha servido para defenderse a pesar de no poder escapar del peligro desplazándose de un sitio a otro. El descubrimiento de que en este sistema intervienen algunas moléculas como el glutamato, que en los animales funciona como neurotransmisor, o que las plantas pueden “memorizar” procesos, no ha hecho más que aumentar la confusión.
“La perspectiva de Mancuso difiere de la de muchos otros científicos que también investigamos con plantas”
Esto ha llevado a algunos científicos a asimilar la frenética actividad metabólica de las plantas con la que tiene que lugar entre las neuronas de los animales, pero esta analogía no está justificada. “Mancuso es un científico de reconocido prestigio, pero cuya perspectiva difiere de la de muchos otros científicos que también investigamos con plantas”, señala Porcel. “Si la pregunta es si las plantas son inteligentes”, concluye, “y entendemos inteligencia como la capacidad de procesar información y actuar en consecuencia, no hay duda de que las plantas lo hacen”. “Ahora bien”, sentencia, “si lo que se quiere decir es que tienen consciencia, eso está por demostrar “. Sacar esa conclusión a partir de estos vídeos es, por tanto, un salto demasiado grande.
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