Existen en el fútbol unos señores que manejan el cotarro del mercado de fichajes. Son los representantes: tipos contratados legítimamente por los futbolistas para buscar las mejores oportunidades deportivas y de negocio. Una de sus tareas habituales es mediar entre clubes o entre jugadores y clubes para cerrar los traspasos. Y, cuando las operaciones salen adelante, perciben primas multimillonarias por su trabajo.
Son los tristemente célebres Jorge Mendes, Mino Raiola y compañía. Gentes que escudadas en la falacia del mercado libre desnaturalizan lo que queda de este deporte. Lo trastocan tanto que lo pudren. Porque en muchas ocasiones, en demasiadas, tal o cual fichaje se cierra o no en función de los intereses de estos agentes y no por motivaciones deportivas y, si me apuran, tampoco por lo que sea mejor para el futbolista, sino por lo que les interesa a estos intermediarios. Porque ellos ganan siempre. Un chollo, en suma. No por casualidad, las comisiones llevan años disparadas (o disparatadas).
Lo hacen porque pueden hacerlo. Porque tienen barra libre, ya que una de las tantísimas zonas oscuras del negocio del fútbol está en la representación de jugadores. No hay normativa vigente sobre las comisiones. O sea, uno de estos tipos, sea agente o familiar del futbolista, puede cobrar una prima del 40% de un fichaje (por poner un ejemplo real) si el club que paga lo acepta; y en muchos momentos el pagador tiene que aceptarlo porque no le queda otra.
En este caso no hablamos de la ley de la oferta y la demanda, sino de a quién le sobra el dinero. De quiénes pueden reventar el mercado más allá de la filfa del 'fair play' financiero
Para los clubes digamos que normales pagar al representante es un coste difícil de asumir, pero el jeque o el multimillonario de turno no tienen problema para sacar la chequera y abonar al agente lo que haga falta. Ergo no hablamos de la ley de la oferta y la demanda, sino de a quién le sobra el dinero. De quiénes pueden reventar el mercado más allá de la filfa del fair play financiero.
Naturalmente esto, que es archisabido entre los dedicados a la cuestión y entre los periodistas silentes porque estos representantes les nutren de información, es un escándalo tan mayúsculo como cotidiano. Ocurre a la vista de todo el mundo sin que nadie parezca rasgarse las vestiduras, cuando es algo que corrompe el fútbol porque impide la igualdad real entre los aspirantes a fichar y porque, claro está, se carga cualquier valor o principio que pueda existir.
Pues bien, resulta que en diciembre conocimos que la FIFA por fin quería acabar con este chollo mediante una normativa que fijaría el máximo de estas comisiones en un 6% del fichaje. Leímos en Marca, por lo que imaginamos que M. Rajoy también lo leyó, que todas estas comisiones pasarían a estar controladas y fiscalizadas por el máximo organismo del balompié. Hasta Federico Pastorello, elegido mejor agente de 2021, admitía hace unos días que la cosa se ha desmadrado y pedía una regulación al respecto.
En una entrevista publicada el pasado domingo en este diario, Ramón Álvarez de Mon le decía a Rubén Arranz que ve complicado el cambio legal en ciernes pero mostraba su esperanza en que sirva para "desincentivar cierta política que han llevado a cabo los representantes de mover a jugadores de un equipo a otro por razones económicas, y no deportivas". Por si acaso, los representantes más poderosos ya se han aliado para llevar el asunto a los tribunales, con lo que esto no será una realidad tan pronto como quiere la FIFA.
Que siga la fiesta, por tanto. Cueste lo que cueste.
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