Mientras la votación por el Balón de Oro 2013 vive sus últimas horas (salvo que a la organización le dé por reabrir de nuevo el plazo), mientras Sergio Ramos y Florentino (y sus respectivos ejércitos mediáticos) escenifican cada vez más abiertamente su desencuentro y toman posiciones, Arbeloa se ha concedido un pequeño homenaje. Una actuación individual sobresaliente que le ha aupado por una vez por motivos deportivos a las portadas y a los temas de conversación en cafeterías o redes sociales.
No fue la del miércoles la primera ovación que recibe del Bernabéu, pero sí fueron nuevas las razones. Un gol, una asistencia, una volea rozando el poste y un penalti provocado (no señalado) desataron la euforia del graderío. Suertes futbolísticas para las que no está llamado el lateral salmantino, que no frecuenta. Y mucho menos todas de golpe en un mismo partido. Una colección de acciones que le concedieron un día de gloria que ya le tocaba disfrutar, tan acostumbrado a cargar con el trabajo oscuro. Y que además digirió personalmente bien, sin venirse arriba y en simpática clave de humor. No así su ejército, que sacó deformadas conclusiones del acontecimiento.
Cuando Arbeloa fue el futbolista que no es, sus fieles y numerosos espartanos se lo tomaron extrañamente como una demostración de que la razón estaba todo este tiempo de su parte. Como si su actuación fuera la prueba pericial de que los reproches que soportaba por sus limitaciones en el juego ofensivo eran infundados. Pero en el fondo fue la de los arbeolistas una exhibición de lo contrario: la confirmación de que les gustaría más un lateral como el que se vio ante el Galatasaray que el que se observa cada domingo.
Arbeloa es lo que es, un defensor correcto y cumplidor, duro, profesional, jugador de equipo y de escudo. Pero con carencias muy apreciables con el balón, en el desborde y en el pase, en el juego de ataque. Unas prestaciones que a ojos de la mayoría, pese a la confianza extrema de todos y cada uno de sus entrenadores, vuelven discutible su presencia en la selección o en el once inicial del club más rico del mundo. Tiene también carisma, tirón en la grada, pero se pongan como se pongan no es el lateral que excepcionalmente se contempló el miércoles en el Bernabéu.
Está bien que todos los futbolistas se lleven un día los focos. Y más Arbeloa, al que le toca tanto comerse el lado ingrato de su oficio. Pero condecorarle exageradamente ahora por lo que justo no es (y posiblemente ni se le pide) es en el fondo desviar el tiro y hacerle un flaco favor. Si ese jugador que vieron el miércoles es el perfil de carrilero que les gusta, es que están de nuestra parte. Y comparten pese a sus gritos en la red la teoría de que el Madrid y la selección deberían aspirar para el puesto a algo más.
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