No se escuchan tambores de remontada por el Calderón. Más allá de la conmovedora frase de Arda Turán (“somos el Atlético y nunca tiramos un partido”), todas las señales rojiblancas apuntan a resignación. El club no recurre la amarilla improcedente a Diego Costa y el Cholo Simeone ensaya con un batallón de reservas, no en todos los casos por obligación: Aranzubia, Manquillo, Alderweireld, Insúa, Sosa y Cebolla. Luego los que salgan lo darán todo y el Calderón rugirá, pero da la sensación de que la mirada está puesta menos en el partido a partido que toca que en el siguiente de la Liga. Y el Real Madrid también transmite seguridad en su pase, exceso de confianza: no ha avanzado más que la entrada de Varane, pero habrá rotaciones y precauciones de cara a una final que los blancos ya dan por conquistada.
Queda por ver, eso sí, si el técnico italiano se atreve a soltar al césped del Calderón a los dos futbolistas que tuvieron un comportamiento impresentable en la ida. Aunque su víctima de entonces no estará por sanción, la presencia en el terreno de juego de Pepe y Arbeloa sería ambientalmente un camión de nitroglicerina. Convocados están: ni el Atlético denunció, ni el comité de competición entró de oficio al mocazo del uno y el pisotón cobarde del otro, las feas acciones que han dado desde el miércoles la vuelta al mundo.
Pero peor que esa costumbre tan futbolera de dejar pasar como si nada y sin castigo las conductas ‘delictivas’ que suceden dentro del terreno de juego, fueron las inesperadas palabras cómplices del entrenador del Real Madrid, el jefe de los agresores. Tuvo ocasión Ancelotti, que no suele equivocarse en las conferencias de prensa, de desmarcarse de las sucias escenas protagonizadas por sus subordinados, pero prefirió justificarlas y hasta aplaudirlas. La frase del sábado (“no le he dicho nada a los jugadores porque he jugado muchos derbis; estoy orgulloso de lo que hicieron”) siguió vigente ayer. Una forma triste y reprobable de hacer igualmente suyas esas repugnantes fechorías.
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