Corría el año 1996 cuando Bobby Robson, entrenador del Barça, aseguraba a los culés: "Si les gusta Figo, esperen a ver a Amunike". Los aficionados azulgranas acabaron viendo al futbolista nigeriano, en efecto, pero digamos que no quedaron precisamente deslumbrados por sus goles y regates. Los nostálgicos tal vez lo recuerden más por cómo años después protagonizó un surrealista anuncio de Renault Kangoo.
Robson, cuyo segundo entrenador era José Mourinho, se empecinó en que Amunike llegase al Barça. Lo conocía porque el técnico provenía de la liga portuguesa y el jugador militaba en el Sporting de Lisboa. En aquellos años que parecen aún más lejanos de lo que son los aficionados no teníamos la facilidad de hoy para conocer a los jugadores de otras ligas. Así que nos fiábamos de los periódicos. En la hemeroteca se esconden auténticas joyas de las primeras páginas que los rotativos barcelonistas dedicaron a Amunike antes de su llegada.
Han pasado veinticuatro temporadas. Ahora cualquiera recuerda el fiasco de Amunike, provocado en gran medida por las lesiones, pero casi nadie rememora aquellas portadas delirantes que ante todo vendían ilusión a los aficionados. De hecho, el fenómeno periodístico de la venta de la ilusión se sigue produciendo con el mismo ahínco e idéntico éxito que entonces.
Ahora, cuando los grandes clubes españoles no tienen ni un duro para presentar grandes fichajes, toca vender la ilusión por jóvenes jugadores que están llamados a convertirse en galácticos
Ahora, cuando los grandes clubes españoles no tienen ni un duro para presentar grandes fichajes, toca vender la ilusión por jóvenes jugadores que están llamados a convertirse en galácticos. Aparecen como zidanes cuando todavía son pavones veinteañeros. En el Barça ocurre con Ansu Fati, en el Madrid con Vinicius y en el Atleti con Joao Félix. Son tres buenos jugadores, qué duda cabe, pero mucho tienen que demostrar todavía para consagrarse como estrellas del fútbol.
Sin embargo, si uno consulta los medios estos días -ya no solo en los diarios, también la radio y la televisión-, parece que está ante leyendas estratosféricas e irrepetibles. Los periodistas tienen que vender la burra para ilusionar al personal. El fútbol sin aficionados ilusionados (o ilusos) no es nada. Y la depresión colectiva del balompié patrio es demasiado grande tras una década inolvidable de Messi y Cristiano Ronaldo disputándose el trono mundial, uno en el Barça y otro en el Madrid. Más se agrava la tristeza con estos partidos sin espectadores.
Son esos mismos tipos que filtran los posibles traspasos a la prensa. Sus representados se revalorizan y los informadores tienen sus exclusivas. Todo el mundo sale ganando. Nadie se acordará de las ilusiones vendidas y por supuesto perdidas
No hay tiempo para tristezas. El círculo vicioso tiene que seguir funcionando. En realidad esto, como suele ocurrir, no va de fútbol ni de ilusiones ni siquiera de burras, sino que va de negocio. Porque la realidad es que se infla la valía y el futuro de determinados jugadores para que los Jorge Mendes de turno se lo lleven más crudo. Son esos mismos tipos que filtran los posibles traspasos a la prensa. Sus representados se revalorizan y los informadores tienen sus exclusivas. Todo el mundo sale ganando. Nadie se acordará de las ilusiones vendidas y por supuesto perdidas. Que la farsa no termine.
La verdad es que Ansu Fati no es el nuevo Messi, Vinicius no es el nuevo Cristiano y Joao Félix no es el nuevo Futre, al igual que Amunike no era el nuevo Figo. Pero en este negocio la verdad no importa y sobran los magos del engaño.