La escena no descubre una mala relación desconocida entre dos compañeros, Xabi Alonso y Arbeloa no son precisamente sospechosos de llevarse mal. Pero es fea, demasiado ostentosa, con miles de testigos contemplándola, impropia del fútbol profesional en general y del Real Madrid en particular. Una bronca que no inicia Arbeloa, pero que sí se encarga personalmente de enredar, agrandar y publicitar con una desproporcionada respuesta al reproche que con más discreción le lanzó su colega donostiarra. Un mal gesto del lateral, un pecado de soberbia de ponerse por una vez por delante del equipo (a mí nadie me critica), que sirvió, paradójicamente, para reparar la figura maltrecha de Sergio Ramos como capitán.
Su intervención en mitad de la gresca, separando a los jugadores y mandando a cada cual a su sitio es el tipo de comportamiento que se demanda a quien porta el brazalete (y eso que al jugar Casillas, no lo llevaba). El incidente no pasará a mayores, de hecho lo arreglaron ambos protagonistas antes de alcanzar los vestuarios, pero debe ser tenido en cuenta para que no se reproduzca. Pero permitió que Sergio Ramos saliera del partido mucho más capitán de lo que lo empezó. Ante los micrófonos o vía twitter últimamente resbaló, y mucho, pero sobre el césped cumplió.
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