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Arbeloa, de talibán a capitán

  

Como futbolista es limitado. Arbeloa no anda sobrado de recursos técnicos ni vuelo atacante, aunque sí derrocha profesionalidad y entrega, domina el oficio defensivo. Un balance de defectos y virtudes que le han permitido convertirse, no sin discusión alrededor, en titular de la selección española y del Real Madrid. En el uso de la voz, el lateral ha demostrado tener personalidad, aunque controvertida, para criticar a la prensa (quizás en defensa propia), agitar el fanatismo en las redes sociales y ponerse públicamente del lado de su jefe (Mou) aun a costa de ganarse poderosos enemigos en el propio vestuario. Más allá de lo acertado o equivocado de sus posiciones, el chico parece frontal y se rige por la ley de que el equipo es lo primero.

En la grada gusta. O más, entusiasma. No tanto por cómo juega, sino por cómo es y cómo se implica. Es algo así como un sacerdote del madridismo. Arbeloa sabe de su ascendiente en el público y lo cultiva. Y este domingo domingo lo utilizó a favor de un compañero al que vio en apuros. De un Benzemá a quien el Bernabéu se le tira encima. Por una forma de jugar sospechosa de desinterés y rácana en sudor, por fallar algunos goles, por piel, el madridista empieza a hartarse del francés. Y Arbeloa, que se sabe el capitán de la calle, ejerció como tal sobre el césped. Se puso frente a los silbidos que empezó a escuchar con fuerza el delantero y los empujó educadamente de vuelta.

Cuando Benzema falló a puerta vacía un cabezazo que le había servido personalmente desde la izquierda con precisión y temple (para una vez…), Arbeloa, tras lamentarse un instante, reclamó de la grada un aplauso de comprensión para su compañero. Y lo mismo hizo después, cuando el francés fue sustituido por Morata. Y resultó tan convincente que provocó el contagio de otros compañeros, que también acudieron a mostrarle al francés el aliento. De los pitos iniciales a la ovación que se llevó Benzema en su salida. La obra de Arbeloa. Si el curso pasado, su apoyo descarado a Mourinho pudo sonar pelota, su gesto ante el Getafe sólo desbordó generosidad.

Quizás viendo el reconocimiento que Arbeloa se llevó por su maniobra, Di María (futbolista ejemplar, continuo, eléctrico, ambicioso, con esfuerzo, gol, regate y pase, titularidad ganada a pulso aunque ahora en peligro no por su culpa) se animó a emularle ante los micrófonos. Pero no lo consiguió: "Me han parecido feos los pitos a Karim. Morata falló otra y no le pitó nadie. Hay que ser justos con todos". El argentino se vino muy arriba: afeó la conducta del público, le llamó injusto y se enredó además con otro compañero, un joven recién llegado, acusándole de tener trato de favor. Si de verdad Di María no entiende por qué Benzema y Morata no son medidos por el mismo rasero es que es corto. Si además lo expone en alto, a modo de denuncia, es casi irreverente. ¿Quién es Di María para revolverse contra el Bernabéu?

Y así, con un mismo fondo, la mano tendida a Benzema, pero distanciados en las formas, Arbeloa quedó consagrado como capitán sin brazalete y Di María quedó torpemente retratado.

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