Una buena noche la tiene cualquiera, pero remontar un 3-0 ante la Juventus de Turín es algo así como vivir un resacón en Las Vegas. Y el actual Barça está para pocas juergas. Y menos ante un grupo tan sieso como el turinés.
El Barça de Luis Enrique hace mucho que no juega al fútbol. O, si lo hace, no encadena minutos -ni mucho menos dos partidos seguidos- arrollando a los rivales a base de buen juego. Vive de lo que generan sus intermitentes y excelsas figuras, pero eso no es suficiente cuando te enfrentas a una roca como la Juventus.
Por Italia han pasado muchos entrenadores y jugadores extranjeros. Con sus libretas, sus ideas y sus estilos. Por supuesto, han influido en mayor o menor medida en el vetusto Calcio. Pero nadie ha sido capaz de borrar los sólidos cimientos competitivos de un fútbol de acero. Con todas sus acepciones positivas y negativas.
Este miércoles los italianos tiraron de manual y lo hicieron casi todo bien. Contuvieron si recular el arreón inicial azulgrana, resolvieron sin muchos agobios los amagos de asfixia local y, por supuesto, dominaron todos los conceptos de eso que algunos llaman "el otro fútbol". Una patada aquí, un empujón allá y jamás acobardarse.
Y a los azulgranas no les salió nada. Lo intentó Neymar por la banda, Messi buscó los ángulos de la portería de Buffon, pero no hubo forma. Faltó precisión, un punto de convicción, y el club catalán se despide de la Liga de Campeones hasta el próximo año.
En esta Juve todos ejercen de italianos. El bosnio Pjanic, el alemán Khedira, el colombiano Cuadrado, los argentinos Dybala e Higuaín, el croata Mandzukic y, cómo no, Dani Alves.
El lateral brasileño, exfutbolista del Barça, lo dijo en la previa: "Los catalanes son personas muy especiales. Mi estilo no va mucho con lo que a ellos les gusta". Los italianos, más simples, no engañan. Llegaron al Camp Nou para hacer valer su ventaja (3-0) y lo lograron con enorme solvencia. Serán un hueso duro para Real Madrid, Atlético o Mónaco en semifinales.