Un clásico en aparente son de paz. No es poca novedad. Los conflictos son internos, cada casa con los suyos, y tienen que ver más con la alineación que con otra cosa. Con la fase de construcción en la que se encuentran dos equipos recién nacidos, especialmente el blanco. El Barça, con las dudas que siembra su defensa y el momento físico de Messi. El Madrid, aún en plena búsqueda de un plan, discutiendo lo suyo sobre algunos puestos y con ganas de ver de una vez a Bale, sobre el que ya cuelgan tantos interrogantes. Y, sobre todo, escupiendo a Benzema, al que se le agotan las barras a las que agarrarse.
Arbeloa sigue haciendo esfuerzos por echarle un cable (“mucho ha hecho con llegar a tocarla, el pase iba muy fuerte”, declaró a propósito del balón que le sirvió a un metro de la línea de gol y el francés, a puerta vacía, envió a la basura) y también su entrenador, que una y otra vez dice que está satisfecho con su trabajo. Hasta dejó caer Ancelotti que el titular en el Camp Nou volverá a ser Benzema como guiño de apoyo. Pero los aliados se le acaban.
El miércoles, el Bernabéu condenó al delantero centro con la mayor pitada que se le recuerda a un futbolista propio en esa casa. Incluso más sonora que las que recibió los domingos anteriores el propio Benzema, que ostentaba el récord. Un día, además, en el que el madridismo estaba con la mano de los aplausos floja. Ovación a Fernando Llorente, al que se le guarda cariño desde aquel ‘español, español’ con el que San Mamés trataba de ofenderle, y al que además muchos quieren ver de blanco. Y más atronadora incluso para Pirlo, veterano talentoso al que se le dedican reverencias en casi todos los escenarios. Dos rivales a hombros y uno de los propios de rodillas con los brazos en cruz.
En una noche, además, en la que el Bernabéu estaba teóricamente aleccionado para acabar con los pitos a los suyos. La reprimenda en alto ya se la habían llevado los espectadores de boca de algún jugador, e incluso del presidente, que anunció conversaciones abiertas con los sectores más ruidosos de Chamartín (cuidado, que suena a ultras) para que se relajaran los ánimos. Pero es que Benzema les saca de quicio, no lo consiguen remediar. Está en esa fase.
La grada prefiere a Morata, un tipo que si falla un remate al menos se pega tres carreras seguidas porque el esfuerzo es lo único que no se negocia. Pero el técnico no se baja de ahí por ahora. Y eso que en las últimas horas el caso ha dado un giro inesperado. El protegido de los despachos empieza a perder fieles en la zona de arriba y, por extensión, fuera, en ciertas columnas de periódicos. Y al tiempo, Bale, o las ganas que tienen sus alrededores de que se sienta útil, aporrea la puerta. Y Di María está que se sale, no hay quien le haga ceder su sitio. Y Modric garantiza más equilibrio. Ancelotti insiste, le renueva a diario la confianza al francés, pero la arena se esta acabando. Esto empieza a tomar pinta de que como titular tiene las horas contadas. El dedo que mide a Benzema empieza a estar boca abajo.