Red Bull tiene casi tantos títulos mundiales, seis -3 de pilotos y 3 de constructores logrados en otros tantos dobletes en 2010, 2011 y 20112-, como años lleva en la Fórmula 1: siete. Nacida en 2005, la escudería austríaca es la potencia indiscutible del paddock y una amenaza que no acaba de calibrar Bernie Ecclestone, patrón de la F1. Por eso recela y teme a la vez.
El Mundial 2013 contaba con celebrar 20 carreras, pero el inesperado retraso de Nueva Jersey (Estados Unidos) abrió un boquete en el calendario. Ecclestone quería restañarlo recuperando el GP de Turquía, pero el Gobierno otomano ya ha dicho que no pondrá un euro. Conocida la negativa del ministro de Deportes turco, Red Bull presentó la candidatura del Red Bull Ring de Austria, antiguo y mítico circuito A1-Ring, remodelado por la empresa de bebidas energéticas como esta suele hacer las cosas: a lo grande.
Todo apuntaba al retorno de la F1 al país del vals, pero Ecclestone torció el gesto y se hizo el despistado. "¿De verdad? ¿Quién lo dice? No he hablado con nadie sobre ello", respondió cuando le preguntaron por las posibilidades del trazado ubicado en la villa de Spielberg. Y como quiera que le insistían, dio sus razones: "La situación hotelera de la zona sigue siendo un desastre. Siempre fue un problema. Creo que no es adecuado para la Fórmula 1 de hoy". Gerhard Berger, expiloto austriaco de Ferrari, le rebatió: "Eso es todo lo contrario. Los críticos se deben fijar en lo que Red Bull ha traído a la zona en cuanto al sector hotelero. Y hay una conexión directa con Graz a través de la autopista. En 45 minutos estás en la ciudad. En Silverstone (GP de Gran Bretaña) hay un problema mucho más grande con los hoteles".
Berger, que fue copropietario de Toro Rosso, la escudería filial de Red Bull, sabe de sobra que Ecclestone teme que el monstruo que tan excelentes resultados económicos y deportivos le ha deparado crezca tanto que acabe devorándole. Y es que la escudería austriaca empieza a ser mal vista precisamente porque manda cada vez más.
Aparte del mencionado hecho de contar con dos equipos en la parrilla -Red Bull y Toro Rosso- cuyos cuatro coches evolucionan sobre la pista en beneficio de sus intereses según el momento y circunstancias de la temporada, la escudería del multimillonario Dietrich Mateschitz ha sabido camelarse a la Federación Internacional de Automovilismo (FIA), encargada de hacer cumplir el reglamento dentro y fuera de los circuitos. Muchos rivales creen que los máximos responsables de la FIA son demasiado permisivos con las genialidades de Adrian Newey, ingeniero jefe, a la hora de llevar al límite las normas aerodinámicas en la fabricación de los voladores coches Red Bull. Y también recelan de las decisiones de los comisarios ante cualquier posible infracción en carrera, sobre todo si el investigado es Sebastian Vettel.
Ecclestone, un especialista en estas batallas de poder e influencia, teme que una alianza FIA-Red Bull pueda acabar creando una competición paralela y similar a la F1 que arrastre a más equipos. Por eso, y aunque le pasa la mano por el lomo a Vettel muy a menudo, prefiere frenar en lo posible las ansias de acaparación de protagonismo de los austríacos. Sólo falta que, además de dar de comer a buena parte del paddock en su espectacular camión-restaurante de dos pisos, ahora organizaran un gran premio en el circuito de su propiedad. Seguro que lo convertirían en un fin de semana inolvidable, imprescindible y eterno en el calendario de la F1.
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