Dicen que es difícil competir por la mañana. Que los saltadores y lanzadores, a fuerza de falta de costumbre, no controlan sus disciplinas con la misma seguridad y por eso fallan en las calificaciones de las grandes citas, que suelen ser a primera hora. Les pasa a muchos, pero los mejores suelen estar por encima del bien y del mal, confiados de sus opciones, llegan finos a las grandes citan y dan el brinco o el latigazo, según sea la prueba, sin pensar en que el sol aún se está desperezando y queda mucho día por delante.
Entre esos mejores está, sin lugar a dudas, Eusebio Cáceres. 23 años, alicantino y la gran esperanza previa de medalla española en estos mundiales (Miguel Ángel López ya dio la primera alegría, pero en el avión de ida el señalado era el saltador). Llegó al estadio Luzhniki, calentó, marcó las rutinas habituales y en su primer salto se fue a 8.25. Recogió los bártulos y volvió al hotel, misión cumplida. Bueno, algo más que eso, en realidad esa cifra le dio también para ser el mejor de todos los competidores. No quiere decir nada, los metales saldrán de los saltos del viernes, pero es un aviso a navegantes. Cáceres, que lleva a Moscú la tercera mejor marca, ha llegado con las pilas bien cargadas.
Una cosa más. Los entrenadores cada vez están más convencidos de que el atletismo español pasará por los concursos. La evolución del deporte hace que aquellos laureles del mediofondo sean cada vez más complicados para los europeos, pero en estas pruebas, más cercanas a la técnica que a la carga genética, aún hay esperanza. Cáceres es por lo tanto el futuro del atletismo español, como también lo debe ser la triplista Peleteiro, campeona del mundo junior en Barcelona el pasado año.
Los 43 de Bragado
La realización televisiva le tenía perdido en la carretera, pero quien más y quien menos sabía que Bragado aparecería de nuevo. Lleva once Mundiales a sus espaldas y a estas alturas ya se le va conociendo. En la prueba más larga del calendario atlético, los 50 kilómetros marcha, echarán de menos a Bragado cuando se retire, si es que ese acontecimiento llega a producirse alguna vez. Tiene cuatro medallas mundialistas y este miércoles fue duodécimo en la prueba, después de adelantar a muchos hombres, todos más jóvenes, que no saben andar con la cabeza como lo hace Chuso. "Llevaba dos años arrastrándome y hoy he vuelto a sentirme atleta. Tengo muchas ganas de seguir peleando", aseguró tras la prueba, dejando caer que no tiene previsto, de momento, de poner fin a su carrera deportiva a punto de cumplir 44 años.
Volvió a ser el mejor español y es un referente claro en su prueba. El irlandés Heffernan se llevó el oro, batiendo por el metal más preciado al ruso Ryzhov. Los anfitriones han dominado la marcha con mano firme, en las tres pruebas han sacado dos oros y dos platas, y perdieron un bronce más por una descalificación en el estadio. Eso es mandar.
Checa y la calculadora
Es una ventaja correr en la última serie, más aún cuando en la primera han decidido no correr. Dolores Checa sabía que con un ritmo vivo pasarían diez atletas en su serie de los 5.000, sólo una quedaría fuera, así que decidió tirar, marcar ella el paso, y quitarse así de complicaciones. Es una decisión que alguien tenía que tomar y, en este caso, fue la española quien lo hizo. Solvente, valiente, finalista. Difícilmente algo más, el poder africano se le queda muy lejos.
Ni siquiera llegó a finalista David Bustos, el único participante español en el 1.500. La explicación más sencilla es decir que el resto eran mejores y que no es casualidad que la expedición española sólo llevase un atleta para esta prueba. Los días de vino y rosas, los de Abascal, González, Cacho o Reyes, suenan a un pasado perfecto, un tiempo que no volverá. Sí, ha habido lesiones como la de Casado que podrían haber subido el nivel y aportado un poco más, pero el problema no está sólo ahí, es que la prueba ha cambiado y el espacio para los españoles disminuye. Nos quedan los concursos.
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