Nacido en Montevideo -de Uruguay- el 10 de abril de 1991, Sebastián Marset siempre soñó con ser futbolista. Tal vez fue la influencia de su ídolo, David Beckham, lo que despertó en él una gran y profunda admiración por el fútbol. Sin embargo, esa pasión fue eclipsada por una vida llena de decisiones erróneas. Marset imaginaba cada pase y cada gol sin vislumbrar siquiera que su nombre resonaría entre los capos más buscados del narcotráfico sudamericano años después.
Apodado el 'Rey del Sur', Marset se convirtió en una figura temida y buscada desde edad temprana, atrapado por la incesante búsqueda de poder y dinero. Por ejemplo, al cumplir los 18 años fue arrestado por posesión de bienes robados, una pequeña incursión dentro de la delincuencia que rápidamente escaló. Tanto que a los 22 ya estaba operando con cargamentos de marihuana y tenía hasta conexiones establecidas con bandas organizadas. Además, pronto se involucró en el tráfico de cocaína, formando parte de un entramado que lo vincularía con algunos de los cárteles peligrosos de América del Sur.
Sin embargo, durante una redada policial, Marset fue detenido. Así comenzó a tejer su intrincada historia en el lado más oscuro de la ley. Aprovechó su tiempo entre rejas para convertirlo en una oportunidad de aprendizaje, consolidando mientras tanto redes y contactos que más tarde le abrirían puertas en el engranaje criminal sudamericano.
En el año 2018, tras cumplir su condena y al recuperar la libertad, el uruguayo descubrió que el narcotráfico era un camino plagado de traiciones y arriesgadas jugadas. "Este negocio que elegí no es muy bueno; hay mucha traición", afirmaba el propio Marset ante medios de América del Sur. Aun con todas las advertencias, su sed de poder y adrenalina lo empujaron nuevamente hacia las sombras antiguas.
Plan 'Maestro': delincuencia y deportes
Marset, astuto y decidido, ideó entonces un plan con el que mezclar ambos mundos. Quiso vivir su sueño de la mano del fútbol, pero el eventual objetivo detrás no era solo jugar. Compró su camino hacia el fútbol profesional, utilizando el Deportivo Capiatá de Paraguay como su trampolín tanto para cumplir su deseo y su ansia deportivo, como para lavar todo ese dinero obtenido de los proyectos de narcotráfico.
El pequeño y modesto club paraguayo se sorprendió tras recibir a su nuevo "astro" en un Lamborghini blanco resplandeciente. A pesar de su limitado talento en el campo, cuya presencia camuflaba el temor que infundía, Marset logró hacerse con la camiseta del número 10 pagando 10.000 dólares para ello. La liga local se convirtió así en su campo de juego, donde también invirtió dinero para asegurarse que nadie se atreviera a cuestionar su lugar en el equipo y en el once. Así, Marset se convirtió en una figura intocable. Los árbitros, temerosos de represalias, evitaban amonestarlo incluso en las faltas flagrantes.
El Deportivo Capiatá, a cambio, disfrutaba de una repentina y lujosa renovación: nuevas instalaciones, equipamiento mejorado, sueldos más elevados, etc. Marset era el rey en su reino, un campo de juego donde él dictaba las reglas. Sin embargo, sus días como futbolista no eran tan idílicos. Su equipo terminó descendiendo y, tras un tiempo, hizo lo que mejor sabía hacer: desaparecer para comenzar de nuevo.
Luis Amorim: diversificación y oscuridad
Así llegó a Bolivia, repitiendo la misma operación que desarrolló "con éxito" en Paraguay. Renovado con el nombre de Luis Amorim, Marset compró Los Leones El Torno FC, un equipo menor que le brindó instantáneamente nuevos recursos para sus operaciones y a través del cual continuó la farsa. El fútbol, que alguna vez fue solamente su pasatiempo, había evolucionado en una cortina de humo que le permitía moverse entre las sombras y tener un pie en la vida pública.
El número 23, inspirado en Beckham, adornaba -por decir algo- su espalda mientras intentaba disfrazar sus verdaderos motivos. Usó su dinero para atraer a los jugadores y entrenadores, lo que le permitió forjar las relaciones adecuadas para sus propósitos, siempre bajo el resguardo de ese poder financiero que le otorgaba el narcotráfico.
Pero mientras perseguía sus sueños futbolísticos, Marset ya había tejado una red extensa que se difundía desde Latinoamérica hasta Europa, involucrando a importantes cárteles brasileños como el Primeiro Comando da Capital (PCC). Estaba implicado en el envío de suministros de cocaína, utilizando incluso la burocracia del fútbol para enmascarar actividades sospechosas bajo contratos y fichajes.
Sin embargo, su estancia Bolivia pronto se vería empañada por una serie de eventos que lo empujarían de nuevo a la clandestinidad. Las fuerzas de seguridad de varios países comenzaron a intensificar sus esfuerzos por atrapar a Marset y la verdadera magnitud de su imperio comenzó a desvelarse cuando los gobiernos de Sudamérica identificaron su nombre en una lista de traficantes internacionales. En particular, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, quien lo acusó de ser el "cerebro" detrás del asesinato del fiscal paraguayo Marcelo Pecci, que se había sumado a las trincheras contra todo crimen organizado y el narcotráfico. Estas acusaciones hicieron que su perfil se volviera aún más relevante en el escenario internacional.
La incertidumbre política alrededor de Sebastián Marset no vino sola. En su país natal, Uruguay, el gobierno enfrentó una crisis política por la facilidad con la que el implicado había obtenido documentación legal, lo que hizo tambalear las credenciales y la reputación de más de un funcionario de alta jerarquía. Además, su estatus como fugitivo de la justicia cobró notoriedad mundial, sobre todo entre los medios.
Era 2021 cuando entonces la Interpol llegó a emitir incluso una orden de captura y, tras ello, Marset fue detenido en el aeropuerto de Dubai.
Marset: eterno enigma y leyenda oscura
A mediados de 2023, la saga de Marset volvió a captar la atención de los medios cuando los rumores apuntaban a que se había fugado de la policía boliviana tras una astuta jugada junto a su familia y bajo la presunta protección de funcionarios. Varios meses antes, la prensa latinoamericana filtró que el uruguayo intentó enviar a Europa hasta 16 toneladas de droga valoradas en 600 millones de dólares. Por aquel entonces, Marset era dueño de una estancia de 230 hectáreas y contaba con algo más de 2.000 cabezas de ganado bajo su orden.
Hoy día, Marset permanece como un espectro, huido, invisible ante las autoridades que entrelazan esfuerzos para ubicarlo. Para unos no es más que un criminal frío y calculador. Para otros, es el símbolo de un sistema que permite que estas figuras puedan operar a plena luz, enmascaradas entre placeres banales y una fachada de normalidad.
El legado de Marset es indiscutible. No solo por sus actos, sino por la forma en la que desafió saberes tradicionales del crimen organizado y del juego limpio. Balón y sombras, sueños y pesadillas. Entre estos extremos seguirá navegando firme su memoria. Al menos, hasta que alguien, alguna vez, encuentre la manera de amarrar al 'Rey del Sur'.
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