Dicen los que la conocen que la niña inquieta que agarró la raqueta y el volante con ocho años, por accidente, hubiera arrasado adoptando cualquier otro deporte. Pasó de taconear sevillanas en la barriada onubense de La Orden al Pabellón 4 de Riocentro, donde ha conseguido alcanzar el sueño de toda una vida.
Carolina Marín, aquella muchachita hiperactiva, ha logrado la medalla de oro en el torneo femenino de bádminton de los Juegos Olímpicos, derrotando en una final trabajadísima y mediante una remontada formidable a la correosa india Pusarla Venkata Sindhu, que salió decidida a aferrarse a la primera altura del cajón para no soltarlo.
Marín, dos veces campeona mundial y de Europa, superó a su rival por el oro en tres mangas (19-21, 21-12 y 21-15 para un total de 83 minutos de agonía). La oponente de la española dio una auténtica lección defensiva y obligó a Carolina a sacar su mejor juego para dejar de sufrir cerrando cada punto. Todo concluyó en un smash, alegoría del partido, que incluso Sindhu llegó a tocar con el cordaje.
La de la andaluza es la undécima medalla de nuestra delegación en tierras cariocas, sexta dorada. La primera presea del bádminton patrio e igualmente la pionera para una jugadora no asiática en esta disciplina, normalmente capitalizada por nombres de otras latitudes. Un hito histórico que canta Huelva, celebra España y hace llorar a una jugadora que llegó a Río 2016 sentenciando que sólo firmaba el oro y que ha terminado cumpliendo con su palabra.
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