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El insólito SMS que dejó sin gol a Diego Costa

   

Es posible que el SMS llevara la razón. Que el cuarto gol del Atlético fuera obra en propia meta de Saúl y no de Diego Costa, como se celebró en un principio. Que después de ver la repetición unas cuantas veces, de congelar la imagen, llevarla hacia atrás y hacia adelante, alguien desde el salón de su casa pudiera interpretar que el delantero español apenas roza el balón o incluso que ni siquiera lo toca. Y que en todo caso es su paisano defensor del Rayo el que finalmente cambia de dirección la pelota y la empuja fatalmente a la red. La jugada es confusa, complicada de sentenciar, sobre todo al primer vistazo, pero la determinación final que aparece en el acta cabe.

Lo curioso es cómo o a instancias de quién Undiano Mallenco, el árbitro del Rayo-Atlético, escribe lo que escribe en su informe. Tras recibir a tiempo en su teléfono móvil un mensaje de un colega de profesión, según desveló el mismo domingo en 'Tiki Taka' (sin dar el nombre del emisor) el subdirector de Marca Juan Ignacio Gallardo. El soplo de otro árbitro que entendió como una urgente necesidad socorrer a su compañero y advertirle de que el gol no podía ser adjudicado a Diego Costa, no fuera a parecer que su sequía realizadora en 2014, debidamente jaleada por los medios, había tocado a su fin. 

Ni el Atlético ni el futbolista afectado han entrado a discutir lo insignificante. Primero porque los rojiblancos no atienden a ese tipo de batallas individuales y segundo porque es probable que Costa sepa que el dictamen arbitral cuenta la realidad. Los medios tampoco han debatido. Pero el caso es llamativo. El fútbol sigue negando la ayuda de la tecnología en las decisiones arbitrales, prefiere recrearlas del misterio de las equivocaciones. Y sin embargo los colegiados sí se sirven de chuletas de andar por casa para que las actas no les dejen luego mucho en evidencia.

Y si puede entenderse como un favor de amigo el aviso (aunque no se trate de una práctica muy honesta) para que al árbitro le de tiempo a camuflar por escrito un error de actuación (a la hora de explicar, por ejemplo, una amonestación o expulsión), resulta ridículo ese afán previo por advertir la autoría de un gol sin esperar siquiera a saber si el colegiado de turno acierta o necesita ayuda. Y que encima presuma luego de su hazaña.

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