El Real Madrid se postula, tras doblar la última curva del hipódromo de la temporada, como el caballo ganador en Liga y Champions. Sin embargo, sus sensaciones en ambas competiciones han sido y son bien diferentes. El equipo ciclotímico del torneo doméstico da paso, en cuanto retumba el himno de su competición fetiche, a una máquina de competir con espíritu depredador y poquísimas desconexiones en sus líneas.
Se habían ganado a pulso los de Zidane una fama de conjunto que resuelve el trabajo a última hora, como el mal estudiante. En Liga, son muchos los partidos en los que un 4-3-3 anárquico le ha costado a los blancos encomendarse a la épica de los minutos finales para enderezar partidos que se habían complicado y salvar puntos que estaban en el alero.
Esa moneda, es cierto, ha esquivado caer en cruz tantas veces que los merengues han sumado, con su empuje y su anhelo de ganar, puntos suficientes como para adelantar a un Barcelona igualmente poco fiable. En esta pelea de púgiles aturdidos, y sin ninguna tercera vía fiable (el Atlético se cayó en Navidades y el Sevilla, tras una racha infernal en marzo), el Real Madrid es en España el menos de los grandes.
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