Deportes

La conciencia de Arbeloa

   

  • La entrada de Arbeloa a Gabi que le deja la conciencia tranquila.

Igual habría sido mejor pronunciar unas diculpas. Procedía, aunque el acusado tampoco hubiera quedado creíble. Pero antes que arrepentirse, Arbeloa escogió negar el delito que se le imputa, esa escalofriante entrada, criminal, contra la pierna derecha de Gabi en el partido de ida de la Copa del Rey frente al Atlético. "Tengo la conciencia muy tranquila", afirmó el lateral madridista cuando al fin se le pudo interpelar micrófono en mano por su sucia acción del pasado miércoles. "Jamás en mi vida he hecho una entrada para hacer daño", añadió; "seguramente llegué muy tarde". Una versión muy edulcorada de la realidad.

Por un lado, no es una cuestión de tiempo lo que agrava el lance. El reloj sólo le privó al agresor de la socorrida coartada "del balón por el medio", ya que la entrada se produjo con  la pelota ya lejos. Pero en ningún caso suavizaría la forma en la que se produjo el crimen (con los tacos por delante) y a qué altura (a mitad de la pantorrilla). Por otro lado, el pecado no es ocasional, no es la primera vez que tiene a Arbeloa como penoso protagonista. Sin entrar a discutir lo que pasa por la cabeza del jugador en esos momentos (que sólo él puede saber), la sensación que dejan sus frecuentes atentados son de muy mala intencionalidad. ¿No pretendía hacer daño a Diego Costa cuando le pisó por la espalda el curso pasado? ¿No quería lastimar a Reyes cuando en 2011 por estas fechas reprodujo en su pierna, y por detrás, el mismo planchazo que mandó a Gabi a la lona? La reincidencia juega en contra de la credibilidad de Arbeloa.

Si de verdad tiene la conciencia tranquila, si realmente sale como si nada de las feas acciones que sistemáticamente reedita, la cosa le deja aún peor. Airea que además carece de escrúpulos. Por más que generalmente salga impune de sus fechorías (como pasó de nuevo en esta ocasión), de lo consentidas que arbitral y mediáticamente parezcan sus infracciones, de Arbeloa no hay quien se crea su santidad. La memoria le retrata una y otra vez como un jugador leñero y no precisamente bienintencionado.

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