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Y un capitán que contagia

  

Contra la voluntad de tantos, el Atlético es un equipo descontroladamente feliz. Una afición que siente, influye y anima, que festeja y agita sus banderas. Un futbolista que gana por arriba sin necesidad de que le diagramen a doble página sus saltos, otro que es capaz de marcar siete goles en la Champions en sus cinco primeros partidos, doce que quieren y creen. Un par de portadas raptadas, un entrenador empeñado en romper la historia. Una clasificación abusiva, una suplencia llena de misterio. Una ilusión colectiva, un sueño extendido. Y como remate en el último minuto, una canción con dedicatoria, otra vez el canguro que salta, salta, salta, a modo de corte de mangas contra la contaminación intencionada de las horas previas. Pese a la timidez de su desmentido, huérfano de un rechazo más explícito al enemigo que enreda, la gente aún abraza a Courtois, corea su nombre, le confirma el cariño. El Atlético no dejó que nada ni nadie le apagara ayer la alegría. Llegó a la Champions a disfrutar y quedarse.

Y sobre todas las cosas, en la noche más hermosa del Calderón, un capitán que corre y contagia. Gabi es el Atlético, su retrato exacto. Un tipo que presiona al galope y en manada, como si fuera ocho jugadores. Corre, persigue al rival hacia adelante, roba y roba la pelota. Y luego la conserva, o la suelta en corto hacia un lado, o la conduce, o la desliza en profundidad, o la cambia de banda por alto. Y si Juanfran sube, le cubre la espalda. Y aparece si Mario pide refuerzos. Y le concede treguas a Koke a balón parado. Y enseguida vuelve a correr, a presionar al galope y en manada, a perseguir al rival hacia adelante, a robar y robar. Y otra vez. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra. Gabi es todo el Milan de Sacchi en un solo futbolista. La mejor explicación de este Atlético que compite y sonríe.

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