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El pobre Busquets

  

Busquets no se disculpa. Pisarle la cabeza a un rival tendido en el suelo es una tontería. Y que se lo afeen desde fuera es una falta de respeto. El futbolista que acostumbra a salir en las fotos antideportivas del Barcelona se hace encima el ofendido. Del pisotón no hay duda. De la intencionalidad casi tampoco. Si el jugador hubiera reaccionado al instante atendiendo al adversario pisado quizás el carácter fortuito del lance hubiera ganado peso. O si al ser interrogado después, el agresor hubiera dicho "no lo ví, lo siento", se habrían suavizado las sospechas. Lejos de eso, el azulgrana transformó su papel en el caso y se vendió como víctima: "No sé si le rozo o le paso cerca, pero ni mucho menos se me pasa por la cabeza pisar a nadie. Si lo hubiese hecho, Pepe se hubiera revuelto o tendría la marca de un 45 de pie". Uno se tropieza sin querer con una cabeza y ni se da la vuelta...

Al insulto a la inteligencia del agresor, pronunciado el sábado,  se unió ayer su entrenador, Tata Martino, a su habitual manera. Haciendo como que se muerde la lengua, pero sembrando cobardemente de victimismo su discurso. Y sin ser preguntado explícitamente al respecto. Pobre Busquets, viene a ser  ahora el lema. "Lo de Busquets dije que no lo vi", afirmó el técnico, "pero sí lo vi. Lo vi entre 750 y 800 veces. Pero no voy a decir absolutamente nada. Y conste que tengo muchas ganas". ¿Ganas de qué? El colmo. La culpa al final será de la cabeza.

La impunidad del futbolista para perpetrar agresiones es similar a la barra libre que encuentra luego para desplegar un discurso cínico. Son los daños colaterales de ese fútbol español que se resiste a que los delitos sean juzgados de oficio por los organismos sancionadores. Los efectos de que los protagonistas no denuncien y prefieran mirar para otro lado. Las consecuencias de que el gremio de futbolistas no se anime a despreciar a los que ensucian la reputación del colectivo. Porque pisar una cabeza de un rival en el suelo es un grave hecho reprobable, nunca una tontería. Y denunciarlo no es una falta de respeto, sino un deber. El mismo que obligaría a Martino a no hacer que permanece callado mientras juega veladamente a convertir a Busquets en el bueno. Pero el fútbol va por libre. Es el único foro donde condenar públicamente los atentados no es una requisito de la decencia. Y además hoy ya hay Champions.


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