No es fácil imaginar a Marcelo Bielsa dar un paso atrás en su discurso. Sabe lo que dice y por qué lo dice, y su gran coartada es que le gusta arroparse con la verdad. Incendia, porque sus palabras no salen de un molde clásico de diplomacia y protocolo, pero va con su tesis hasta las últimas consecuencias. Y aunque ahora el presidente del Olimpique de Marsella le rejoneara en una acto con la prensa, no cambiaría su versión de los hechos ni se escudaría en que se le leyó mal eso de que no le habían traído lo que pidió y que le engañaron a sabiendas. Nadie le pide que diga lo que dice, no hace falta contar en alto lo que cuenta, puede resultar incluso desestabilizador e inconveniente, reprochable en suma. Pero Bielsa no se esconde luego. Eso está claro.
Nadie le reclamó tampoco a Cristiano Ronaldo ser valiente o incómodo en su valoración de la política de fichajes del club que le paga. Nadie le exigió que se saltara las costumbres de prudencia y discreción y ocupara asuntos para los que no tiene competencia. Pero el luso se lanzó. Y aunque su intervención generó un ruido quizás nocivo para la paz del Real Madrid, en términos de osadía su figura se agrandó. Y es de suponer que, además de los medios, también lo aplaudieron la legión de aficionados que le rodea, la suya y la del propio equipo. Las opiniones, sin son sinceras, nunca vienen mal.
Aunque es verdad que no fue tan claro y concreto como Bielsa, de la declaración de CR7 sí se pudo extraer la disconformidad: "Yo tengo mi opinión muy clara, pero yo no puedo decir siempre lo que pienso, porque si no mañana estaría en la portada del periódico y no quiero. Si yo fuera quien mandara a lo mejor no lo haría así, pero cada uno tiene su opinión y es libre de decir lo que piensa. Si el presidente piensa que lo mejor para el equipo fue contratar esos jugadores y dejar salir los que salieron, tenemos que respetar y apoyar sus decisiones". Un forma de decir sin decir, de discrepar respetando.
Quizás se trató de un intento imposible y enrevesado de quedar bien con todos. Con el compañero que se aleja, con el agente que lo maneja (y a los que se van, y a los que se quedan) y con el presidente que le abona el sueldo. Pero es realmente difícil estar en todos los lados, defender una cosa y la contraria. Así que tras la inteligente oferta de reconciliciación lanzada por el presidente, haciendo oídos sordos a las palabras del portugués con la mano tendida (y de paso diciendo que nadie puede ganar tanto como él, ese guiño infalible), Cristiano aflojó al instante su personalidad. Y donde dijo que no podía decir lo que piensa, que si él mandara y tal haría igual otra cosa, colocó una declaración de amor al mandamás y un apoyo a su totalidad.
Tampoco pasa mucho. Lo normal es que la paz reine en un club de fútbol. Y quizás sobraba más el arrebato que la rectificación. Los problemas de venirse arriba es que luego en muchos casos toca arrugarse. Es lo que hizo Cristiano aunque disfrazando su aduladora marcha atrás de ataque a los que le interpretaron. Pero claro, Cristiano no es Bielsa. Con la camiseta puesta no deja ver tanta tableta.
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