Se quieren, es eso. Las colas interminables rodeando el estadio desde una hora y media antes, el primer y segundo anfiteatro abarrotados, la espera fría y eterna, simplemente para dar la bienvenida a Fernando Torres. Un sacrificio excesivo aparentemente para tan poco, para ver un rato sobre el césped al jugador bandera sin más contenido que un saludo, unos aplausos, unas canciones, una vuelta de honor y un himno. Y sin embargo ninguno de los presentes habría cambiado su decisión de estar allí. No es fácil explicarlo con palabras. Es una ilusión que sólo entiende quien la vive. Las imágenes son más útiles esta vez que el diccionario. El Atlético.
No será posiblemente nunca más el jugador que fue, no llegará a corresponder tanto cariño sobre el césped que tantas ganas tiene ya de pisar, y sin embargo pocas escenas habrán compensado tanto al sentimiento atlético como este recibimiento masivo y entusiasta en el Calderón. Un episodio, como también el que se vivirá el miércoles cuando salte al campo por primera vez, que formarán parte ya de la historia imborrable de este escudo.
Nadie debate sobre si detrás de este retorno hay una promesa de rendimiento. En el fútbol es lo de más y sin embargo en este caso es lo de menos. Fernando Torres, su idilio con el Atlético, es una emoción infinita a la que no son capaces de llegar ni los goles. El Niño volvió y ése fue el suceso que tocó el corazón de todos los atléticos. El mismo que quedó arañado con su salida. Algunos no lo entienden y nunca lo entenderán. Pero el fútbol es eso. No es sencillo de explicar. Mejor miren las fotos de esa gente.
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