Tres partidos, sólo tres partidos. A la Liga le quedan cuatro jornadas y al Atlético le basta con ganar tres de las finales para hacerse con ese título que parecía prohibido. Tres victorias, un mundo. Esos corazones ya están acostumbrados, pero van a sufrir. Ayer padecieron un rato, mucho más de lo que invitaba a sospechar la dimensión del adversario. Pero al final descorcharon otra botella de felicidad. Fue, cómo no, a balón parado, un repertorio que no se acaba nunca. La cabeza poderosa de Miranda (el padre de ese niño que llevan todos los colchoneros en el alma desde el último 17 mayo) al final de un córner largo curvado por Sosa. La solución infinita para desanudar lo que el fútbol elaborado no alcanza.
Al Atlético le sobró el resorte del dueño del banderín y le faltó fútbol y pegada. A Filipe se le dobló el pie en un regalo delicioso de Adrián, Diego Costa no encontró tiro ni compañero al final de la mejor maniobra colectiva de la noche y Villa lo falló todo: le protestó a Adrián que no le pasara y a la jugada siguiente mandó fuera un remate a puerta vacía; entregó un penalti al portero y estaba en posición ilegal cuando sí encontró la red. Pero el Atlético tuvo en Courtois a su seguro salvador en los momentos de apuro, en Gabi de nuevo a su coloso y fue mejorando con los cambios (que no juegue Diego de salida sigue sonando a renuncia gratuita) y agrandando la intensidad, la determinación y las ganas. Hasta que el marcador le dio la razón.
La afición también cumplió con su parte, atendió escrupulosamente al encargo que le encomendó el mesías Simeone. Llenó de rojiblanco el Calderón y no dejó de animar e influir un solo instante. Jugó con la camiseta puesta y la garganta al servicio del escudo, lo pasó un poco mal y disfrutó mucho, todo. Celebró el gol de Miranda con un estallido, un ruido extremo al final de un momento de máxima angustia, ansiedad, desesperación. Otra pantalla superada.
Ya sólo quedan tres triunfos por pasar. O quizás menos. Pero no lo sabrá hasta el 7 de mayo, ya que un iluminado ha complicado la aritmética de la Liga aplazándole en el momento más inoportuno un partido al principal competidor del Atlético. Y así no hay manera de contar. A los rojiblancos le basta con sumar con los dedos pensando en sí mismos. Pero no es ni medio serio.
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