La hipocresía del fútbol actual no tiene límites. Hace unos días que la Premier League decidió expulsar de la competición a Roman Abramovich, hasta entonces dueño del Chelsea, actual campeón de Europa. El motivo para desalojar al multimillonario ruso del club que compró es que mantiene fuertes vínculos con Vladimir Putin. Entretanto, en esa misma liga y en el resto de Europa campan a sus anchas jeques árabes en cuyos países el respeto a los derechos humanos es un sintagma nunca utilizado. Echamos a Abramovich pero que los magos de oriente hagan lo que les venga en gana.
Los mismos argumentos que ahora se han utilizado para proceder contra Abramovich ya existían mucho tiempo antes. Porque a nadie sorprende su estrecha relación con Putin y porque en paralelo Rusia ya lleva unos cuantos años dinamitando el panorama internacional. De hecho, fue precisamente en Londres donde espías rusos envenenaron a algunos opositores. Ergo los británicos conocían de sobra cómo se las gasta el zar contemporáneo pero no hicieron nada contra su oligarca de cabecera.
Quizás porque los petrodólares de Abramovich (y de Putin, claro) eran maravillosos para lograr que el Chelsea conquistase dos veces, la última el pasado año, la Champions League. El mismo dinero presuntamente manchado ahora por la invasión a Ucrania sirvió para que el club londinense armase un gran equipo fichando a golpe de talonario durante años a los mejores jugadores. Pero lo que entonces no importó ahora sí importa. Es la hora de la hipocresía más abismal.
Compramos barco (o yate) como animal acuático. Pero en buena lógica habría que desterrar del fútbol inglés, primero, e incluso del europeo, después, a esos jeques oriundos de países donde el respeto a los derechos humanos brilla por su ausencia
Incluso en el caso de que echar a Abramovich de la Premier sea algo aceptable, cosa que parece cierta, nos encontramos con otra realidad no menos escandalosa que apuntala la hipocresía imperante en esta operación contra el magnate ruso. Resulta que ahora la liga inglesa, la UEFA y la FIFA se han puesto estupendos porque no le gustan los oligarcas. Bravo. Fenomenal. Compramos barco (o yate) como animal acuático. Pero en buena lógica habría que desterrar del fútbol inglés, primero, e incluso del europeo, después, a esos jeques oriundos de países donde el respeto a los derechos humanos brilla por su ausencia. ¿Verdad?
Quiero decir que los propietarios del Manchester City, por aquello de traer la pasta de Emiratos Árabes Unidos, tampoco deberían ser aceptados. Lo mismo puede decirse de los flamantes nuevos dueños del Newcastle, que son los amos de Arabia Saudí, ahí es nada. Qué decir, por supuesto, del amigo Al-Khelaifi, enviado de Qatar que controla el PSG y ya casi convertido en líder en la sombra de la propia UEFA.
En esa línea, no podemos olvidar, por supuesto, que el Mundial catarí supone una olímpica desvergüenza. Hay tantos motivos -simbólicos, humanitarios, éticos- para que no se dispute que resulta sonrojante imaginar que alguien pueda defender ese torneo. Y ojo, hay que decirlo para no ser linchado, este artículo, al igual que otro previo sobre la FIFA, no supone ni mucho menos que servidor sea prorruso o simpatizante del sátrapa Putin.
Ya tenemos dicho y repetido aquí que en los despachos de este magno negocio del fútbol no existen los escrúpulos ni los principios ni el juego limpio ni nada que se le parezca. Ahora sabemos también que los mandamases de la cosa, además de bastante corruptos, son hipócritas.
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